Desiderio Blanco

Vigencia de la semiótica y otros ensayos


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cualquiera que sea su tamaño. La unidad óptima es sin duda el discurso. Por eso hablamos siempre de la significación de algo. En consecuencia, la significación está siempre articulada, mientras que el sentido está simplemente orientado. Dicho de otro modo, la orientación es una propiedad del sentido; la articulación es una propiedad de la significación. La articulación se efectúa de diversas maneras: por diferencias, por grados, por jerarquías, por dependencias, por polarizaciones, por aspectualización, por tensividad fórica, etc.

      Percibir una cosa es ante todo percibir una presencia, antes incluso de reconocer su figura. En efecto, antes de identificar una figura del mundo natural, o una noción o un sentimiento cualquiera, percibimos (o “presentimos”) su presencia, es decir, algo que, por una parte, ocupa cierta posición en relación con nuestra propia posición, y cierta extensión, y que, por otra, nos afecta con cierta intensidad. La presencia, cualidad sensible por excelencia, es una primera articulación semiótica de la percepción. El afecto que nos embarga, esa intensidad que caracteriza nuestra relación con el mundo, esa tensión en dirección al mundo, es asunto de la mira intencional. La posición, la extensión y la cantidad caracterizan, en cambio, los límites y el contenido del dominio de pertinencia, es decir, la captación. Así, pues, la mira y la captación son las dos operaciones elementales para que la presencia comience a significar; ellas constituyen las dos modalidades que guían el flujo de la atención hacia la significación.

      Pero para que un sistema de valores semióticos1 adquiera cuerpo, es preciso que surjan diferencias y que esas diferencias constituyan una red coherente. Esa es la condición de lo inteligible. La significación surge siempre de un entrecruzamiento entre lo sensible y lo inteligible. Por eso, el sistema de valores semióticos resulta de la conjugación de una mira y de una captación; una mira que guía la atención hacia una pri me ra variación, que es la intensiva, y una captación, que pone en relación esa primera variación con otra, de naturaleza extensiva, y que delimita así los contornos comunes de sus respectivos dominios de pertinencia.

      La mira y la captación son operaciones elementales que realiza la instancia del cuerpo propio, definido por Fontanille (2001: 85) como la forma significante de una experiencia sensible de la presencia. El cuerpo propio es el órgano de la dimensión propioceptiva, desde la cual participa tanto de los fenómenos del mundo exterior –dimensión exteroceptiva– como de los fenómenos del mundo interior –dimensión interoceptiva–. La instancia del cuerpo propio se desplaza incesantemente por el campo en el que se halla instalado, o campo de presencia. Con sus desplazamientos, determina, en el campo en el que toma posición, una brecha entre el universo exteroceptivo y el universo interoceptivo, entre la percepción del mundo exterior y la percepción del mundo interior, instalando entre ambos mundos las modificaciones de la frontera misma. En tal sentido, la semiosis se encuentra en perpetuo movimiento, y lo que en un momento constituía el plano del contenido, en el siguiente puede pasar a constituir el plano de la expresión de un nuevo plano del contenido. Si el cuerpo percibiente asocia el color de una fruta [plano de la expresión] con la condición de “maduro” [plano del contenido], puede desplazarse en el campo perceptivo para asociar ahora “lo maduro” [plano de la expresión] con la estación del otoño [plano del contenido], y con un nuevo desplazamiento, asociar luego estación de otoño [plano de la expresión] con la edad madura del hombre [plano del contenido].

      La significación supone entonces un mundo de percepciones, donde el cuerpo propio, al tomar posición, instala globalmente dos macrosemióticas, cuya frontera puede desplazarse siempre, pero que tiene cada una su forma específica. De un lado, la interoceptividad da lugar a una semiótica que tiene la forma de una lengua natural o de otro tipo de código, y de otro lado, la exteroceptividad da lugar a una semiótica que tiene la forma de una semiótica del mundo natural. La semiosis surge, pues, del acto que reúne esas dos macrosemióticas, y eso es posible gracias a la instancia del cuerpo propio del sujeto de la percepción, cuerpo propio que tiene la propiedad de pertenecer simultáneamente a las dos macrosemióticas entre las cuales toma posición.

      La función radical del cuerpo propio es la propioceptividad o capacidad de sentir lo de dentro y lo de fuera al mismo tiempo.

      Antes de cualquier proceso de categorización, toda magnitud semiótica es, para el sujeto de discurso, una presencia sensible. Esa presencia se expresa, como ya hemos dicho, en términos de intensidad y de extensión al mismo tiempo. Antes de identificar tal o cual materia, tal o cual elemento, habremos reconocido sus propiedades táctiles o visuales, sonoras u olfativas, como el calor y el frío, lo liso y lo rugoso, lo visible y lo invisible, lo móvil y lo inmóvil, lo sólido y lo fluido…

      Esas son cualidades sensibles que pueden ser apreciadas según las dos grandes direcciones propuestas: lo móvil y lo inmóvil, por ejemplo, se pueden apreciar según la intensidad –diferentes niveles de energía pa recen adheridos a los distintos estados sensibles de la materia–, o según la extensión, el movimiento es relativo a las posiciones sucesivas de una presencia material e implica una apreciación del espacio recorrido y del tiempo transcurrido. O también la solidez, promesa de permanencia en una misma posición y en una misma forma (extensión), al precio de una fuerte cohesión interna (intensidad), mientras que la fluidez se deja aprehender como un debilitamiento de la cohesión interna (intensidad) con la promesa de una gran labilidad, de una inconsistencia de la forma y de las posiciones en el espacio y en el tiempo (extensidad).

      Cada efecto de presencia sensible asocia, pues, para ser calificado de “presencia”, un cierto grado de intensidad y una cierta posición o cantidad en la extensidad. La presencia conjuga, en suma, por un lado, fuerzas (intensidad), y por otro, posiciones y cantidades (extensidad). El efecto de intensidad aparece como interno, y el efecto de extensión como externo. No se trata aquí de la interioridad y de la exterioridad de un eventual sujeto psicológico (de una persona), sino de un dominio semiótico interno y de un dominio semiótico externo, diseñados en el mundo sensible como tal.

      El cuerpo propio del sujeto semiótico se constituye en el proceso mismo de la relación semiótica, y el fenómeno así esquematizado por el acto semiótico está dotado de un dominio interior (la energía, la intensidad) y de un dominio exterior (la extensidad: cantidad, número, posición, duración).

      La presencia semiótica solo puede ser relacional y tensiva, y tiene que ser comprendida como “una presencia de X para Y”. Las dos magnitudes implicadas resultan de la función “percepción”, en la que intervienen siempre un sujeto y un objeto. El dominio considerado determina el alcance espacio-temporal del acto perceptivo. Ese dominio tiene, como hemos se ña lado, un interior y un exterior (el “campo” y el “fuera-de-campo”), cuyos correlatos respectivos son la tonicidad (intensidad fuerte) y la atonía (intensidad débil) de las percepciones. Además, puede ser tratado como abierto o como cerrado. En el primer caso, la percepción es considerada como una “mira”, y en el segundo, como una “captación”.

      Para la construcción de la categoría [presencia/ausencia] disponemos, pues, de dos gradientes de la “tonicidad” perceptiva: el de la “mira”, guiada por la intensidad, y el de la “captación”, determinada por la extensión. La categoría reposa en la correlación entre esos dos gradientes en la medida en que sus diferentes figuras resultan de la asociación de una “mira” y de una “captación”, de la tensión entre la abertura y el cierre del campo de presencia. Dichas tensiones pueden ser organizadas en una red como la siguiente, la cual da origen a los modos de presencia de base: