Desiderio Blanco

Vigencia de la semiótica y otros ensayos


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es un ejemplo típico. El cuarto caso (IV) da origen a los discursos de vanguardia, del absurdo, experimentales, surrealistas, dadaístas, escritura automática, etc. Un solo verso de Vallejo lo ilustra de maravilla: “La paz, la avispa, el taco, las vertientes…”

      La isotopía, entonces, es cada una de las líneas de lectura que ofrece el texto. Cuando son varias, como en los casos II, III y IV, la instancia enunciativa tiene que correlacionarlas entre sí, jerarquizarlas, homologarlas, homogeneizarlas. Tiene, además, que asignarles un modo de existencia en el discurso: realizado,virtualizado, actualizado, potencializado.

      La instancia de discurso designa el conjunto de operaciones, de operadores y de parámetros que controlan el discurso. Ese término genérico permite evitar la introducción prematura de la noción de sujeto. El acto es primero y los componentes de su instancia son segundos, puesto que emergen del acto mismo (Fontanille, 2001: 84).

      Desde el punto de vista del discurso en acto, el acto es un acto de enunciación, que produce la función semiótica. Cuando se establece la función semiótica, la instancia de discurso opera un reparto entre el mundo exteroceptivo, que suministra los elementos del plano de la expresión, y el mundo interoceptivo, que suministra los elementos del plano del con tenido. Ese reparto adquiere la forma de una toma de posición.

      El primer acto es por lo tanto el de la “toma de posición”: enunciando, la instancia de discurso enuncia su propia posición. Está dotada entonces de una presencia, que servirá de hito al conjunto de las demás operaciones. El operador de ese acto es el cuerpo propio, un cuerpo sintiente y percibiente, que es la primera forma que adopta el actante de la enunciación. El cuerpo propio no es un cuerpo físico y biológico, de carne y hueso; es una categoría semiótica, que puede ser definida como “la forma significante de una experiencia sensible de la presencia” (Fontanille, 2001: 85).

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      La toma de posición sensible está destinada a instalar una zona de referencia, estableciendo las dos grandes dimensiones de la sensibilidad perceptiva: la intensidad y la extensidad. En el caso de la intensidad, la toma de posición es una “mira” (en el sentido de “poner en la mira”); en el caso de la extensidad, la toma de posición es una “captación”. La “mira” opera, entonces, en el ámbito de la intensidad: el “cuerpo propio” se torna hacia lo que suscita en él una fuerza sensible (perceptiva, afectiva). La captación opera, en cambio, en el ámbito de la extensión: el cuerpo propio percibe y demarca posiciones, distancias, dimensiones, cantidades.

      Una vez cumplida la primera “toma de posición”, ya puede funcionar la referencia: otras posiciones podrán ser reconocidas y puestas en relación con la primera. Y ese es el segundo acto fundador de la instancia de discurso: el desembrague realiza el paso de la posición original a otras posiciones. El desembrague es de orientación disjuntiva. Gracias a esa operación, el mundo del discurso se distingue de la simple “vivencia” inefable de la pura presencia. El discurso pierde ahí en intensidad, pero gana en extensión: nuevos espacios, nuevos momentos pueden ser explotados, y otros actantes pueden ser puestos en escena. El desembrague es, pues, por definición, pluralizante, y se presenta como un despliegue en extensión; pluraliza la instancia de discurso y su deixis restringida [yo-aquí-ahora]. El nuevo universo de discurso que es así abierto comporta, al menos virtualmente, una infinidad de espacios, de momentos y de actores.

      Contra el desembrague se alza el embrague, que se esfuerza por retornar a la primera posición originaria. El embrague es de orientación conjuntiva; bajo su acción, la instancia de discurso trata de volver a encontrar la posición primera, aunque nunca podrá llegar a alcanzarla, porque el retorno a la posición original sería un retorno a lo inefable del “cuerpo propio”, al simple presentimiento de la presencia. Pero puede al menos construir el simulacro. De esa forma, el discurso está en condiciones de proponer una representación simulada del momento (ahora), del lugar (aquí) y de las personas de la enunciación (Yo-Tú). El embrague renuncia a la extensión, pues se acerca más al centro de referencia y da prioridad a la intensidad: concentra de nuevo la instancia de discurso. El género poético es el resultado más patente de esa operación.

      En el gesto mismo de retorno a la posición originaria (inaccesible), el discurso produce, al mismo tiempo, el simulacro de la deixis y el simulacro de una instancia única. La unicidad del sujeto de enunciación no es más que el efecto de sentido de un embrague bien forjado. En el verso de Vallejo: Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé, la impresión de que el “yo” del poema es el “yo” de Vallejo es una mera ilusión; es el efecto de sentido que produce la operación del embrague; es un perfecto simulacro: ese “yo” es un “personaje” del poema y no Vallejo. Así de simple. La situación ordinaria de la instancia de discurso es la pluralidad: pluralidad de roles, pluralidad de posiciones, pluralidad de tiempos, pluralidad de voces.

      La armadura general de la sintaxis del discurso, en la perspectiva de la presencia, es suministrada por los esquemas de tensión, puestos en secuencia y transformados eventualmente en esquemas canónicos. Del conjunto de las propiedades del discurso en acto, de la instancia de discurso y del campo posicional, esos diversos esquemas explotan en lo esencial las propiedades de la presencia: la intensidad y la extensidad.

      Pero la sintaxis del discurso obedece además a otras reglas, que explotan otras propiedades del discurso en acto. Hay que destacar, entre ellas: (1) la orientación discursiva, que dispone en el campo de presencia la posición de las fuentes y de los blancos; (2) la homogeneidad simbólica que procura el “cuerpo propio”, puesto que él reúne y permite que se comuniquen ente sí la interoceptividad y la exteroceptividad; (3) la profundidad del campo posicional, que permite hacer coexistir y poner en perspectiva diversas “capas” de significación.

      Respecto a la orientación discursiva, el principio organizador es el punto de vista. En relación con la homogeneidad de los universos figurativos del discurso, el principio organizador es el semisimbolismo y todas las formas de conexión entre isotopías. En fin, respecto a la estratificación en profundidad de las “capas” y dimensiones del discurso, el principio organizador es la retórica.

      a) El punto de vista es una modalidad de la construcción del sentido. A ese respecto, cada punto de vista se organiza en torno a una instancia; la coexistencia de muchos puntos de vista en el discurso supone, pues, a la vez, que a cada punto de vista corresponde un campo posicional propio, y que el conjunto de esos campos posicionales son compatibles, de una manera o de otra, en el interior del campo global del discurso.

      El punto de vista se basa en el desajuste entre la mira y la captación, desajuste producido por la intervención del actante de control: alguna cosa que se opone a que la “captación” coincida con la “mira”. Por ejemplo, una superficie reflectante.

      Pero el punto de vista es también el medio por el cual se busca optimizar esa “captación” imperfecta, es decir, adaptar la “captación” a lo que está “puesto en la mira”. Generalmente, la “mira” exige más de lo que la “captación” puede suministrar, y la “captación” tiende a alcanzar lo que la “mira” exige y a ajustarse a ella.

      La optimización es el acto propio del punto de vista: se disminuyen un poco las pretensiones de la “mira” y se mejora la “captación” para hacerlas congruentes. El punto de vista redefine permanentemente los límites del campo posicional. Esa es otra de las propiedades del punto de vista: convertir un obstáculo en horizonte del campo, esto es, admitir el carácter limitado y particular de la percepción en acto, reconocer como irreductible la tensión entre la mira y la captación,