Desiderio Blanco

Vigencia de la semiótica y otros ensayos


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ser organizadas también en un cuadrado homogéneo, aunque no canónico.

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      Las modulaciones de la presencia y de la ausencia proporcionan, en suma, la primera modalización de las relaciones entre el sujeto y el objeto semióticos, es decir, en cuanto contenidos del discurso, no en cuanto personas y cosas del mundo.

      Una de las capacidades fundadoras de la actividad de lenguaje (de todo lenguaje) es la capacidad de categorizar el mundo, de clasificar sus elementos [La tabla de Mendeleiev es, en ese sentido, un lenguaje]. No se puede concebir un lenguaje incapaz de producir tipos, pues de lo contrario necesitaría una expresión para cada ocurrencia, lo que sería del todo inmanejable. Lo que manipulan los lenguajes, incluidos los lenguajes no-verbales, son tipos de objetos (por ejemplo, un escritorio en general) y no ocurrencias de objetos (por ejemplo, el escritorio particular que se encuentra en mi oficina). Únicamente el discurso podrá evocar, luego o paralelamente, gracias al acto de referencia, tal o cual ocurrencia del tipo para ponerla en escena.

      En el dominio de la imagen, por ejemplo, la necesidad de hacer referencia a tipos visuales se ha confundido durante largo tiempo con la necesidad de nombrar los objetos representados. La imagen de un árbol no es la imagen de ese árbol porque yo puedo llamarla “árbol”, sino porque se acerca al tipo visual “árbol”. Del mismo modo, si reconozco una forma redondeada elíptica, no es porque la puedo llamar “elipse”, sino porque en ella reconozco el tipo visual “elipse”. Quien no conozca el nombre y se vea obligado a utilizar una perífrasis [“algo redondo aplastado”], no por eso dejaría de reconocer el tipo visual.

      La formación de tipos es en cierto modo otro nombre de la categorización. Esa es la formación de clases que todo lenguaje manipula; e interesa a todos los órdenes del lenguaje: la percepción, el código y su sis tema. Pero la categorización se pone en marcha especialmente en el discurso, puesto que preside la instalación de los “sistemas de valores”.

      Existen varias maneras de formar categorías de lenguaje. La manera clásica en semántica estructural ha sido la búsqueda de rasgos pertinentes, llamados semas, hasta formar el lexema. La formación de la categoría reposa en ese caso en la identificación de esos rasgos comunes, en su número y en la distribución de los mismos entre los miembros de la categoría. Se la ha denominado categorización por serie.

      Una versión vaga de ese procedimiento es la manera de categorización que Wittgenstein llamó semejanza de familia. En un conjunto de parientes, las semejanzas que permiten reconocerlos están desigualmente distribuidas: los hijos se parecen al padre, que se parece a la tía, que se parece a la madre, que se parece a los hijos, etc. Cada semejanza difiere de la siguiente, y finalmente no hay casi nada en común entre el primer elemento y el último. No obstante, la pertenencia de cada individuo al grupo no ofrece duda.

      Pero se puede también organizar una categoría en torno a una ocurrencia particularmente representativa, más fácilmente identificable que todas las demás, y que posee en sí misma todas las propiedades que sólo parcialmente se encuentran en cada uno de los otros miembros de la categoría. En esa manera de categorizar se basa precisamente la figura de la antonomasia. La formación de la categoría reposa ahora en el mejor ejemplar del conjunto, lo que llamamos el parangón [El gorrión es el parangón de la clase de los pájaros].

      En cambio, podemos elegir para formar la categoría la ocurrencia más neutra, aquella que sólo posee algunas propiedades comunes a todas las demás. Así, para designar los recipientes destinados a la cocción hablamos de “ollas” sin mayores determinaciones. La formación de la categoría reposa en ese caso en la elección de un término de base, neutro: /para cocer/.

      Esos cuatro estilos de categorización se basan ante todo en elecciones perceptivas, y sobre todo en la manera como se percibe y se establece la relación entre el tipo y sus ocurrencias: la categoría puede ser percibida, en extensión, como una distribución de rasgos, como una serie (unida por uno o varios rasgos comunes), o como una familia (unida por un “aire de familia”); puede, en cambio, ser percibida como la agrupación de sus miembros en torno a uno solo de ellos (o de una de sus especies), formando un agregado en torno a un término de base; o como un parangón, reconocido como el “mejor ejemplar” de la categoría. Para cada una de esas elecciones, la categoría nos puede proporcionar, con base en su propia morfología, un sentimiento de unidad fuerte o débil: en el caso de la serie y del parangón, el sentimiento de unidad es fuerte; en el caso del agregado y de la familia, ese sentimiento de unidad es débil.

      En suma, los “estilos de categorización” nos remiten a las dos grandes dimensiones de la “presencia”, aunque ahora se trata del modo de presencia del tipo en la categoría: puede presentar una extensión difusa o concentrada, y una intensidad sensible fuerte o débil:

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      La categoría surge en el cruce de la dimensión de la intensidad con la dimensión de la extensidad. Como señala Zilberberg (1999: 116), “el crisol del sentido será siempre el diálogo entre intensidad y extenuidad”.

      Para llegar a su plena articulación, la significación sigue un recorrido inmanente a lo largo del discurso. Ese recorrido hipotético-deductivo2 es meramente teórico y nada tiene que ver con el proceso psíquico que tiene lugar en la mente del autor. Este último es un recorrido genético, aquél es un recorrido generativo. El recorrido generativo de la significación va de los elementos más simples a los más complejos, de los más abstractos a los más concretos, de los más profundos a los más superficiales. Y lo mismo ocurre con las sucesivas articulaciones del sentido.

      Las primeras articulaciones de la significación, las más profundas y abstractas, son las articulaciones de las estructuras elementales. En la semiótica clásica esas estructuras elementales se organizan basadas en dos tipos de oposiciones: las oposiciones privativas [A/Ā] o contradictorias, y las oposiciones cualitativas [A/B] o contrarias. El rasgo de /masculino/ que distingue, por ejemplo, al término “padre” es cualitativamente contrario al rasgo de /femenino/ que caracteriza al término “madre”. Esa relación de contrariedad se articula en una estructura elemental como la siguiente:

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      En ella la flecha de doble dirección señala el eje común del género, y los términos /masculino/ y /femenino/ indican los polos opuestos de la categoría, como resultado de la relación de contrariedad. Las oposiciones privativas se expresan como negaciones de los términos contrarios:

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      Una nueva articulación entre ambas oposiciones da lugar al modelo constitucional de la significación, que se expresa por medio del conocido cuadrado semiótico, el cual constituye la piedra angular de la semiótica clásica:

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      De esas articulaciones surgen dos nuevos términos contrarios, llamados por comodidad “subcontrarios”, generados en torno a un eje neutro. Pero, a su vez, las relaciones de base generan una nueva relación entre los términos /masculino/ y /no femenino/ y entre los términos /femenino/ y /no masculino/: una relación de complementariedad.

      En la simplicidad del modelo reside la gran potencia explicativa que ofrece. El cuadrado semiótico representa un microuniverso de sentido, y no solamente