(éticos, estéticos, epistemológicos) sobre una verdad absoluta y universal. En otras palabras, el hombre contemporáneo, privado de la ilusión metafísica, debe adecuarse a conceptos de realidad y de verdad irremediablemente distintos a los del pasado. Pero el nihilismo plantea a la posmodernidad el desafío de superar sus instancias negativas y descubrir las posibilidades que abre. La dificultad evidentemente consiste en la posible contradicción de esta hipótesis: con tan solo proponer un salto crítico del nihilismo, se supondría, dice Vattimo, la recaída en el mismo presupuesto metafísico que se había eliminado.
Por semejantes razones gran parte de la filosofía de los siglos XIX y XX se puede interpretar como negación de las estructuras universales y eternas del ser, y por ende, como la imposibilidad de fundar los conceptos de historia, desarrollo y progreso, que parecen terminar en la posmodernidad. La filosofía posmoderna, nihilista y hermenéutica, rechaza, entonces, la ambición de colocarse en la historia como algo nuevo; en el porqué de una ontología que interpreta el ser como evento, es decir, como proceso que puede ser entendido solo examinando las dinámicas particulares e individuales de su contexto histórico específico.
El concepto de fin de la historia, además, no es una simple abstracción filosófica, porque se reciben sus señales concretas escuchando los fenómenos sociales, artísticos y mediáticos. Aquí Vattimo coincide con el situacionismo y el postestructuralismo de Baudrillard y Virilio: la simultaneidad tecnológica de las imágenes del mundo produce un eterno presente y el progreso no sería otra cosa que una ilusión, o la imagen de una historia que es, ella misma, imagen. El progreso se convierte entonces en un juego de novedades aparentes, justificadas únicamente por la necesidad de sobrevivencia del sistema. Y veremos cómo estas hipótesis, aplicadas al sistema del arte, permiten explicar las razones de su crisis.
Lo nuevo y las revoluciones artísticas
El tema de la crisis del arte es analizado específicamente por Vattimo24 al examinar el problema estético de lo nuevo y del progreso. Ahora bien, el mundo del arte parece ser un lugar en el cual los cambios y las revoluciones pueden actuar en estado puro, ya que las artes no están obligadas, como las ciencias, a una referencia con la verdad y con la realidad. En este sentido no se puede hablar de progreso artístico, como sí puede hacerse en las ciencias.
La hipótesis del progreso artístico se remite a Kant, en cuanto para este filósofo el progreso es posible como fruto del genio, porque este sabe cómo moverse de un paradigma a otro, operación que los procesos metódicos de las ciencias exactas y el gusto no pueden cumplir. Análogamente al concepto de “ciencia normal” de la teoría de las revoluciones científicas de Kuhn, el gusto kantiano sabe operar solo dentro de paradigmas establecidos. Además, dice Vattimo, lo que Kuhn cuestiona con su teoría es la división entre el quehacer de las artes y el quehacer de las ciencias; en efecto, podemos concluir en que las diferencias entre artes y ciencias, por lo menos dentro de esta analogía metodológica, están disueltas. Veremos más adelante lo que esto significa para la ciencia, pero este razonamiento coloca el arte en una dimensión de peculiar importancia filosófica, y le otorga un lugar central en la sociedad contemporánea. Así pues, toda la modernidad se presenta como la búsqueda del valor de lo nuevo, enfatizando el concepto kantiano del genio y por lo tanto la autonomía del arte y del artista.
Sin embargo, las épocas moderna y posmoderna se caracterizan por la decadencia de lo sagrado y el triunfo del materialismo; desde luego, lo nuevo artístico pierde cualquier implicación teleológica (finalizada en un ideal universal) y se convierte en un valor por sí mismo; en las ciencias, el progreso continuo empieza a ser una rutina (es poco lo que puede sorprender al hombre contemporáneo), otra razón por la que el pathos se transfiere a las artes. Pero la disgregación de lo sagrado, que constituye una fractura insalvable en el mismo concepto de progreso, es también la razón del fin de la modernidad: sin ninguna base metafísica las artes han vivido y viven la experiencia de lo nuevo solamente como una incorporación en la fantasmagoría del mercado y de los medios masivos. Por eso las obras más valiosas del arte de la modernidad tardía y de la posmodernidad se presentan como una evasión de la lógica del desarrollo y de la innovación: simultáneamente ha perdido su sentido lineal y continuo, su dinámica de pasado, presente y futuro.
La tecnología en “Muerte u ocaso del arte”
En este ensayo, Vattimo aborda la muerte del arte, por otro lado, puntualizando sus fenómenos en el marco del fin de la metafísica y en el contexto de la tecnología (dialogando con los temas de la reproducibilidad técnica de Benjamin). Vattimo ve la esfera de los medios tecnológicos como el espacio donde las imágenes han sustituido la realidad. Este reflejo mediático, que asume en la cultura masiva una importancia mayor que la realidad misma, es el cumplimiento hegeliano del espíritu absoluto y en este aspecto Vattimo hace coincidir a Hegel con Baudrillard. Sin embargo, el ocaso del arte, que es una consecuencia de este fenómeno, no puede ser descrito o interpretado como un acontecimiento particular, o un hecho puramente filosófico, sino que es un proceso que se compone de diferentes eventos socioculturales enlazados entre sí.
El primer fenómeno que anuncia el ocaso del arte, lo moderno, es la explotación de la estética en las artes y corresponde a la tentativa de los artistas de oponerse a la estética del genio y a su vacío epistemológico, atribuyendo al arte el rol de la filosofía o de la ciencia como modelo privilegiado de comprensión de lo real. Pero, a diferencia de Danto, Vattimo señala que a este proceso se debe agregar la tecnología, que es el componente decisivo que permite el salto entre las vanguardias históricas y las neovanguardias posmodernas. La tecnología, que Danto no recoge en toda su importancia, se plantea como un evento externo a las artes que logra englobarlas, en lo que se presenta como una efectiva estetización mediática de lo real. Así, pace Benjamin, los medios de comunicación masivos se han transformado en la producción del consenso por medio de la belleza (en la sociedad del espectáculo).
Resumiendo, la muerte o el ocaso del arte se deja entender por dos razones: la primera es la estetización de la realidad por los medios masivos; la segunda es la consecuencia de la identificación del arte como objeto de sí misma, como un movimiento estético autónomo separado de la experiencia. De esta manera se presenta la globalidad de la crisis de los fenómenos artísticos: por un lado se asiste al rechazo del arte hacia lo bello, por el placer como oposición a la difusión de lo artístico en los medios masivos; por el otro tenemos la crisis de las instituciones artísticas, como los museos, en cuanto lugares establecidos para un cierto tipo de arte que, en realidad, ha desaparecido. Todo esto se traduce, finalmente, en el autismo del arte: en el mundo del consenso manipulado, dice Vattimo, el arte auténtico puede expresarse solo con el silencio.
Sin embargo, los comportamientos sociales contradicen la estética: existe, de hecho, una permanente exigencia de arte en el sentido tradicional; la gente sigue yendo a visitar los museos, las grandes exposiciones, los conciertos, etcétera. Y los medios masivos cumplen una función social, que a pesar de sus límites cualitativos, no se puede denegar. Vattimo —y aquí está su especial importancia para nuestro discurso— plantea la recuperación de estos procesos y lo hace, inicialmente, mediante el enlace con un aspecto específico del concepto kantiano de placer. Para Kant, el placer no se debe entender como la relación entre un sujeto y un objeto (como se podría decir del placer culinario), sino en el mecanismo, que opera sobre la base del gusto, del conocimiento y del sentido de pertenencia al grupo y a la comunidad social. Este valor, que asumen la industria cultural y los medios masivos, pone en evidencia el problema de rescatar su utilidad, que podemos bien llamar epistemológica, a partir de las contradicciones que se han señalado anteriormente. Con este propósito, las estéticas tradicionales se encuentran en dificultades, porque dichas contradicciones apelan a nuevas metodologías, que deben ser capaces de abarcar la complejidad inherente a la media esfera, sobre la que trataremos más adelante. Pero los instrumentos de las ciencias humanas, como la sicología, la antropología y la semiología, logran interpretar solo algunos de sus aspectos específicos; y, por otro lado, la historia y la crítica del arte, como hemos visto en Danto, no brindan una interpretación coherente de lo posmoderno.
Finalmente, debemos abordar el