estésica es presentada como la simple y pura negación de la anestesia que presupone, el momento propiamente dicho de esa experiencia solo se caracteriza, a su turno, por su puntualidad accidental, en negativo, por oposición a la duración monótona que la precede y que la sucederá. Y tratándose de las significaciones susceptibles de desprenderse de esa sucesión de secuencias heterogéneas, uno se limita a resaltar el contraste entre dos regímenes de existencia del sentido, propuestas como radicalmente antitéticas, a saber: por un lado, un sentido en cierto modo para todo el mundo y para todos los días, considerado como meramente “denotativo” y calificado, bastante paradójicamente, de “desemantizado” (por el “desgaste” – De l’I., 84, 89-90), y, por otro lado, un sentido conocible exclusivamente en el éxtasis, pero considerado como revelador del “ser” mismo de las cosas. Y entre esos dos polos, nada más que la brecha de una discontinuidad radical.
El mismo tipo de dualismo categórico, que no proporciona ni vías de paso ni transición entre los extremos, ni considera relación dialéctica alguna entre ellos, reaparece, asumido esta vez de manera explícita, en la base del ensayo sobre Semiótica de las pasiones, escrito casi en el mismo momento, aunque publicado algunos años más tarde, en colaboración con Jacques Fontanille3. A la “tensividad” ordinaria y anodina de las “formas cotidianas del discurso pasional”, “siempre presente en el desarrollo discursivo”, los autores oponen el caso de las “pasiones violentas” como la cólera, la desesperación, el deslumbramiento o el terror (SdP, 18). Reaparece allí el tema de la “fractura”, tan fuertemente acentuado si no aún más que en De la imperfección (SdP, 18; De l’I., 72). Ninguna expresión les ha parecido excesiva a los autores para subrayar la fuerza de ruptura que acompaña, según ellos, lo que se podría llamar el evento patémico, paralelo del “evento estético” del otro libro: “Una suerte de entrada en trance del sujeto –se nos dice–, lo transporta a una dimensión imprevisible”… Es la “carne viva, la propioceptividad ‘salvaje’ la que se manifiesta y reclama sus derechos”. Cuando el “sentir” viene tan irresistiblemente a “desbordar” el “percibir”, el sujeto del padecer es rápidamente conducido a una “suerte de desdoblamiento” (SdP, 18-19). El “sujeto del discurso” ordinario cede así el lugar a un “sujeto apasionado” que, “perturbando el decir cognitiva y pragmáticamente programado” del primero, hace que su “racionalidad quede a la deriva, […] perturbándola con sus pulsaciones discordantes” (SdP, 16-17).
Tan trastornadora como el accidente estésico en medio de la triste continuidad de lo cotidiano, la irrupción de la pasión aparece aquí, por consiguiente –de manera no menos conforme con cierta idea del “romanticismo”–, como una verdadera pequeña catástrofe en relación con el curso ordinario de la vida. En otros términos, el evento patémico se destaca sobre un fondo de apatía, en todos sus puntos comparable al trasfondo de anestesia que presuponía hace un momento el “deslumbramiento” estésico. En ambos casos, el mismo tipo de ruptura hace surgir de golpe si no otro sujeto, al menos un sujeto “fuera de sí”, “en trance”. Única diferencia a primera vista, pues mientras que el accidente estésico permitía al sujeto salir de la insignificancia para acceder a la plenitud del sentido, el accidente patémico, en sentido inverso, se presenta como una regresión, ya que su efecto primero es, en suma, hacer perder la razón a aquel que, según todas las apariencias, es la víctima impotente.
¡Tales son los que podemos llamar, si seguimos la concepción de los autores, estragos de la pasión! Pero eso no es todo.
2.2.2 Razón y sinrazón en la semiótica de las pasiones
La irrupción de la dimensión pasional, se nos dice, no produce solamente, en efecto, perturbaciones en la organización narrativa de los textos-objetos (o en las prácticas) que el semiótico tiene por costumbre analizar; va a alterar también las condiciones de edificio del metadiscurso descriptivo mismo, poniendo de golpe al teórico en la obligación de reorganizar, al menos en parte, su propio lenguaje y sus conceptos. La contratapa de Semiótica de las pasiones llega incluso a hablar de ¡“una revisión completa del edificio semiótico”! Se podría creer que se trata allí de un simple argumento de venta, pero todo indica que no es ese el caso: lo “patémico” es realmente el diablo en casa.
En el plano de los discursos enunciados, en primer lugar, es poco decir que los autores ven en la pasión la causa de los más graves “disfuncionamientos”. Captada “en su desnudez”, la dimensión pasional reclama por su parte una denuncia precisa y decisiva. La consideran como “la negación de lo racional y de lo cognitivo”, ni más ni menos (SdP, 18): Pasión contra Razón, en suma, según un retorno inesperado de lo que proclama desde tiempos inmemoriales la doxa, y no Pasión versus Acción, como pediría una aproximación estrictamente sintáctica a los juegos de las relaciones en cuestión, y como será, por lo demás, aplicado luego en la parte analítica del mismo libro. En los capítulos 2 y 3, respectivamente consagrados al estudio de la avaricia y de los celos, lo que vemos efectivamente construir es una sintaxis (modal) del hacer y de los estados de los sujetos (más precisamente, de sus estados “de alma”); dicho de otro modo, una semiótica de las pasiones que se sitúa en la prolongación directa de la semiótica de la acción ya en plaza desde larga data y conocida con el nombre de gramática narrativa.
Algo totalmente diferente ocurre en las dos secciones iniciales y más teóricas de la misma obra –la introducción y el capítulo primero–. Lo que allí domina no es la preocupación de construir, sobre la base de descripciones textuales precisas, una sintaxis de la pasión en cuanto discurso. Es más bien la confianza, de algún modo ciega, en la validez de un paradigma fundador constituido previamente a todo análisis, y que opone, a la manera de una polaridad de tipo mítico, la sabiduría bien temperada, la sofrosine de un sujeto capaz de “mantenerse razonable” en tanto que la “música de fondo patémica” (SdP, 19) no se transforme en él en “ruido y furor” incontrolables, a la sinrazón, a la hybris, del mismo sujeto súbitamente convertido en juguete de una propioceptividad “salvaje” que “reclama sus derechos” (SdP, 18). Porque, antes incluso de que tal o cual pasión particular haya adquirido forma articulada, la dimensión patémica en cuanto tal, acompañada de lo que supone como “precondición” –a saber la foria, una suerte de pulsión en estado puro, direccionalmente aún indeterminada–, constituye para los autores el verdadero doble perturbador en relación con el discurso de la “racionalidad” y con el buen funcionamiento de la “dimensión cognitiva” (SdP, 19). El dualismo que hemos señalado, está anclado en lo más profundo, y es comprensible que, en esas condiciones, no pueda haber conciliación posible, en el plano del relato enunciado, entre la temperancia del sujeto cognitivo y la intemperancia del sujeto patémico, entre el tiempo mesurado de la razón y la desmesura puntual de la pasión, como tampoco la había, en la primera parte de De la imperfección, entre el tiempo extendido, tan aburrido como tranquilizador, de la insignificancia, y el instante bendito, aunque terriblemente perturbador, del deslumbramiento.
En el plano metadiscursivo y teórico, es cierto que el proyecto declarado de los autores parece orientarse, no obstante, en el sentido, exactamente inverso, de una superación de esa visión dualista bastante gastada; hay que reconocerlo. “Poder hablar de pasión –escriben con todas las letras–, es tratar de reducir [el] hiato entre el ‘conocer’ y el ‘sentir’” (SdP, 21). Lo tomamos en cuenta, sin tratar de incriminar el hecho de que es, sin embargo, esa dicotomía la que les sirve precisamente –como a nosotros– de punto de partida, pues para franquearla es necesario sin duda hacer referencia a ella. En cambio, habrá que admitir, de todos modos, que no se cuestiona verdaderamente dicha visión dualista, sino que más bien se garantiza cuando se plantea, como requisito teórico previo a todo análisis, la necesidad de “pronunciarse sobre la prioridad de derecho de lo sensitivo en relación con lo cognitivo, o inversamente” (SdP, 22). No queda ninguna duda de que los autores son, en principio, partidarios de la “cohabitación” (SdP, 22) entre las “dos lógicas” en discusión. Queda en pie la cuestión de saber si se