Stéphane Thibierge

Clinica de la identidad


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      Este síndrome denomina un disturbio del reconocimiento y de la identificación de las personas, es decir, de lo que está en juego cuando reconocemos la imagen de alguien y lo llamamos por su nombre. Uno de sus rasgos esenciales es que el enfermo evoca el nombre y la imagen separadamente, como si estuvieran desunidos.

      Tales hechos interesan especialmente al campo de lo que llamamos el reconocimiento. El reconocimiento reenvía a todo lo que puede presentarse, en nombre de la realidad. La realidad puede estar definida de manera general, condición suficiente para nuestro propósito por el simple hecho de que es reconocida sin más. Si ella cesa de serlo, si algo se desprende, esto ya no será reconocido, entonces encontramos un orden de hechos que la realidad desconocería: se trata de esos fenómenos que la clínica clásica aisló bajo el nombre de sentimiento de extrañeza, donde estaban reagrupados disturbios muy diversos, yendo desde una molestia fugaz apenas colorida de angustia –como el hecho de ya no reconocer exactamente, al leer, una palabra banal– hasta un borrado completo de la realidad3.

      El síndrome de Frégoli nos introduce de entrada en lo más vivo de la clínica de los disturbios del reconocimiento y nos lleva a interrogar muy especialmente las condiciones de la identificación subjetiva. Esta clínica, que el campo de las psicosis ilustra bajo numerosas otras formas, detenta su valor en tanto obliga a tomar en cuenta los fenómenos cuyo abordaje comportan cierta dificultad por el hecho de que ellos interrogan el marco mismo de lo que constituye –para nosotros– el reconocimiento. Estamos aquí en lucha con un tipo de preguntas que nuestras referencias habituales impiden articular: esto es lo que crea el interés, la dificultad, pero también el valor de enseñanza de este campo para el abordaje de la clínica en general –más allá de la clínica de las psicosis. Como se sabe, el riesgo más común que encontramos en este campo, es no reconocer en éste nada más que lo que ya sabemos –en otras palabras, no distinguir nada ahí4. Ahora bien, la clínica que evocamos aquí no se deja articular en el orden de este reconocimiento, no se encuentra sino a sí misma en lo que aprehende.

      Para ilustrar lo que pone en primer plano el síndrome de Frégoli, tomemos el ejemplo del primer caso que encontramos en una presentación de enfermos del Dr. Czermak en el hospital Henri Rousselle en 1994. Se trataba de una mujer que comenzó a desarrollar un delirio en una coyuntura en la que, habiéndose divorciado, ella ya no podía llevar el apellido de su marido. Después de ese acontecimiento se instalaron los elementos del delirio: ella identificaba a las mujeres con las que se encontraba como siendo su propia hija, y a los hombres, como siendo, en realidad, su marido.

      Se trata aquí de una forma muy caracterizada de lo que se llama la ilusión de Frégoli, y es también una forma muy pura de pasión de la identidad: el sujeto tiende efectivamente a identificar siempre al mismo en los diversos otros que encuentra. Es en esto que el apellido y la imagen están disjuntos. La imagen puede cambiar, el sujeto afirma: “Yo sé bien que la apariencia no es la misma, pero en realidad es Fulano, es él, siempre el mismo, quien me persigue”.

      A partir de este material, reducido y relativamente simple, disponemos de un hilo que permite abordar la pregunta por la identidad y precisar los primeros elementos, apoyándonos en una clínica donde esos elementos fundamentales son los más legibles y los observamos de mejor manera. Se trata de la clínica de las psicosis, como vamos a mostrarlo.

      Para descubrir y seguir ese hilo hay que recordar muy brevemente en qué condiciones ha sido aislado el síndrome de Frégoli y lo que le confiere su valor clínico y doctrinal. En el campo de las psicosis es más bien escaso, pero esto se debe, pareciera que sobretodo, a que generalmente no es identificado. Los hechos que aísla fueron catalogados por los psiquiatras franceses en los años 1920 bajo la denominación genérica de “ilusión de falso reconocimiento de los alienados” para distinguirlos del falso reconocimiento simple –tomar por equivocación o distracción a alguien por otro– y de los disturbios de orden deficitario, especialmente de la memoria. Joseph Capgras, a quien debemos las primeras observaciones que han despejado los elementos de esta clínica, los nombró también “desconocimientos sistemáticos”, aunque la expresión que prevaleció fue la de “falso reconocimiento”. Es probable que esta no fuera la manera más apropiada de llamarle, puesto que el reconocimiento es justamente lo que, en este tipo de disturbios, se encuentra profundamente alterado, al punto que ya no se puede hablar de reconocimiento, aún si se agregara el adjetivo “falso”. Se trata entonces de otra cosa y este es precisamente el mérito de los primeros clínicos que prestaron atención a estos hechos, el de haber comenzado a distinguir que se trataba de otra cosa.

      Hemos mostrado cómo esta clínica de los falsos reconocimientos en las psicosis ha sido elaborada por la escuela francesa de psiquiatría en los años 1920 y 1930 con el descubrimiento de tres síndromes suficientemente bien delimitados como para adquirir valor de referencias nosográficas: el síndrome de ilusión de sosias (Capgras y Reboul-Lachaux, 1923), el síndrome de ilusión de Frégoli (Courbon y Fail, 1927), y finalmente el síndrome de Inter-metamorfosis (Courbon y Tusques, 1932)5.

      Aunque los fenómenos descritos en esos síndromes no eran, hablando con propiedad, ignorados anteriormente. En las Memorias de un neurópata del presidente Schreber, se encuentran ejemplos decidores, muy próximos al síndrome de Frégoli y al síndrome de Inter-metamorfosis, especialmente en el capítulo VIII. En la obra, se da también cuenta de una descripción de hechos del mismo orden que en Fragmentos psicológicos sobre la locura de François Leuret (1834). La enferma de la que trata la obra ataca a un médico, y otras veces a Leuret –“Usted se transforma”, le dice ella– y éste le pregunta a cual de los dos se refiere con sus reproches. “A usted”, responde ella, eso no hace sino uno, es la misma persona. “Ella confundía a todas las personas que veía”, escribe Leuret, “aunque esas personas le parecieran diferentes las unas de las otras”. “Cuando le hacía mis observaciones sobre esto, ella me respondía: “ustedes se cambian como quieren […] Ustedes no hacen sino uno”6.

      No obstante, hasta en los trabajos de la escuela francesa que acabamos de señalar, esos fenómenos no fueron descritos y aislados con la preocupación de indicar los rasgos distintivos y el valor significativo de ello.

      Hoy en día, esos síndromes ya no son muy conocidos en Francia, a pesar de que el síndrome de Capgras suscita y genera interés desde hace algún tiempo, aunque desde una perspectiva casi exclusivamente neurobiológica. En los países de tradición anglosajona son regularmente citados, es decir, continúan refiriéndose a ellos por lo menos nominalmente. Pero se hace en contextos donde dominan las referencias comportamentales y neurobiológicas que dejan de lado, en este caso, lo que por otra parte es el valor de esos síndromes y que preocupaba principalmente a sus inventores –quienes, antes que nada, tomaban en cuenta el lenguaje de sus enfermos. Este apoyo tomado en el discurso de los pacientes ha desaparecido prácticamente de la literatura contemporánea, excepto por algunas escasas excepciones7.

      Lo que aparece en primer plano en esos síndromes es una descomposición de las coordenadas del reconocimiento de las personas y también, a veces, una de los objetos y lugares. Esta descomposición se efectúa de tal modo que podemos dar cuenta ahí, de manera precisa, de las diferentes coordenadas del reconocimiento en estado separado: se trata del nombre, de la imagen y de algo, de una x que el sujeto designa como siempre el mismo, y como estando a la base de lo que desune el nombre y la imagen. La primera evidencia de esta suerte de menoscabo del reconocimiento ha sido el descubrimiento que hace Capgras de un síntoma en una enferma perseguida-megalómana. Confrontada a algún personaje próximo, su hija por ejemplo, ella declaraba: “no es ella, ella se le parece, pero hay pequeñas diferencias”; lo que es en realidad un sosias. Capgras caracterizó esto con una expresión nueva, que no fue utilizada fuera del contexto donde había sido inventada: agnosia de identificación. El sujeto reconoce la forma, la imagen, pero no puede decidirse a identificarla en el sentido simple del término, dándole el nombre que la individualiza: su nombre, o lo que sería un nombre propio (“mi hija”, por ejemplo). Este síntoma, discutido en 1920, ha sido considerado bastante importante por los hechos que pone de relieve y las preguntas que esos hechos permiten plantear para tomar valor de síndrome. Es en referencia a este acontecimiento que han sido descubiertos primero el síndrome de ilusión de Frégoli,