Stéphane Thibierge

Clinica de la identidad


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distingue al lado del esquema corporal de los neurólogos, la incidencia de una estructura libidinal inspirada en la doctrina de Freud, una imagen que se encontraría determinada por las relaciones sociales– así como también contribuyó a demostrar la crucial importancia de esto.

      En lo que se refiere más específicamente a la clínica que nos interesa, anotemos que en esta, x siempre es la misma aún en la diversidad de los envoltorios, de los que brevemente hemos resumido los rasgos, podemos considerar una articulación precisa en Jacques Lacan a partir de lo que designaba como objeto a. Lacan hacía observar que si la palabra autonomía tiene algún sentido cuando se le relaciona con la realidad humana, no es del lado del sujeto, sino más bien del lado de este objeto en tanto éste determina fundamentalmente todo lo que para el sujeto toma valor de realidad10. Esta autonomía del objeto es particularmente reconocible en el campo de las psicosis, lo vimos, detenidamente bajo la forma del objeto persecutorio. Sin embargo ella se observa igualmente en otras modalidades, según las diversas estructuras clínicas.

      El objeto a, como se sabe, no es por eso algo que se pueda indicar en la realidad. Es este objeto que Freud llama objeto de la represión, y que a ese título determina el deseo del sujeto, sin poder jamás ser directamente identificado. El objeto orienta lo que busca y apuntala al sujeto a través de sus demandas, sus actos, sueños, síntomas, lapsus, chistes, etc. Pero este objeto no es nunca asible como tal. Es definido como objeto perdido en la doctrina del psicoanálisis, puesto que está directamente ligado a la represión que emplaza, para un sujeto, el acceso al lenguaje. Si Lacan lo designa simplemente con una letra “a”, es para subrayar que éste resulta de la pérdida que supone el lenguaje, de toda relación “directa” a lo que apuntala el deseo. Este objeto no es entonces objetivamente definible: no tiene más sentido reconocible que una letra del alfabeto.

      Después de su análisis del “estadio del espejo”, Lacan pudo demostrar de manera muy articulada cómo la imagen del cuerpo –la imagen especular– para cada cual, no podía tomar una forma y una consistencia reconocibles, sino a condición de representar la pérdida, la ausencia en la realidad del objeto a. Estos análisis nos parecen constituir un preámbulo necesario al abordaje de la cuestión de la identidad en psicopatología. Consideremos su resultado: para que un sujeto pueda reconocer su propia imagen o la de otro, debe poder recibirla como un símbolo, es decir, como indicando la pérdida, la ausencia de algo. Un símbolo no vale efectivamente sino porque este indica la ausencia de algún objeto. Es en este sentido, para indicar brevemente de qué se trata todo esto, que no podemos reconocer nuestra imagen sino según esta condición previa de la represión del objeto a.

      Lacan subrayaba esto escribiendo la fórmula de la imagen del cuerpo: i(a). Ésta fórmula designa la imagen i en tanto obtiene su consistencia de un objeto, anotado a, del que viste su ausencia. Para ilustrar de manera inmediata posible lo que indica esta noción, basta dar cuenta cómo, para cada cual, la imagen del cuerpo y la apariencia pueden ser el objeto de una atención inquieta y nunca satisfecha: como si faltara siempre algo. Esto que se observa fácilmente tanto en la clínica como en la vida cotidiana. Es porque la imagen del cuerpo representa una falta, falta que puede ser vivida de forma insatisfactoria, incompleta, o incluso como extrañeza.

      Esta estructura de la imagen del cuerpo se revela de manera muy pura, y separada en sus elementos, en el síndrome de ilusión de Frégoli. Los elementos aparecen claramente disjuntos: la imagen, por un lado, deshecha y desarticulada mientras que por el otro lado, el retorno recurrente de un objeto que no está reprimido o “perdido”, no falta, sino que se encuentra identificado y nombrado por el sujeto como siempre lo mismo.

      Es en esto que podemos observar como esta fórmula anotada i(a) reenvía concretamente a la ligazón de elementos que los trabajos que evocábamos más arriba habían revelado en la psicosis como en estado aislado. Esta fórmula indica cómo Lacan pudo retomar –insistiendo en ello mucho antes de la formalización– el estudio de estos fenómenos de descomposición especular y de desdoblamiento bajo sus diversas modalidades. La escuela francesa por otra parte había comenzado a señalar estos fenómenos de reduplicación de la clínica de las psicosis, primero aislado bajo la forma del “eco del pensamiento” por Séglas, y después situado por Clérambault como principio del síndrome de automatismo mental11.

      La articulación de estos hechos da los medios para despejar en términos estructurales las coordenadas de la clínica de los falsos reconocimientos psicóticos y mostrar que –el nombre, el objeto y la imagen– son aislables en el síndrome de ilusión de Frégoli. A continuación nosotros lo señalaremos brevemente.

      En este síndrome el nombre propio está reducido a la función de un nombre común y único. Es el nombre del perseguidor, identificado en los “otros” que el sujeto se encuentra y en los elementos desunidos de su propio cuerpo. Lo que nombra el nombre único que comanda y prevalece sobre la función simple del nombre propio tiene por propiedad volver al sujeto bajo la forma de una identidad real y unívoca, aquella de una significación impuesta. Esta x designa así, en la psicosis, lo que es anotado como a en la fórmula de la imagen i(a), es decir el objeto. Pero, si bien este objeto no es en principio nunca identificado por el sujeto en la neurosis, está identificado y hasta constituye el pivote de una sistematización articulada en el delirio.

      La reducción del nombre propio a un estatuto de nombre común se duplica entonces de una reducción del nombre común al objeto. Al hacerse esto, el nombre pierde lo que está en el fundamento de su operación –a saber, una identificación, pero en tanto esta identificación es siempre diferencial, en el orden del lenguaje. Un nombre solo identifica por diferencia de otros nombres. No se junta al real que nombra –salvo eventualmente en la psicosis, como es el caso aquí. Esto también es, desde un punto de vista clínico, uno de los rasgos más observables de este síndrome, a saber, que el nombre se junte con el objeto, identificándolo.

      El síndrome de ilusión de Frégoli ilustra de manera precisa los efectos que derivan en la psicosis del fracaso de la operación de nominación, en tanto que ésta no permite designar bajo un símbolo, sino que identifica igualmente al propio sujeto de un modo simbólico, es decir, diferencial. La nominación se encuentra entonces comandada por un nombre único que identifica al objeto, el cual se reduce a un solo nombre subsistente: un nombre que es siempre el mismo.

      Señalemos final y brevemente, a lo que de la imagen este síndrome nos revela. La imagen con la que tenemos que vérnosla está desligada de su consistencia y de su identidad de forma, para ser referida a determinaciones que son las del objeto, según modalidades que van de la conjunción unificadora con el Uno (el perseguidor), a la disyunción de este Uno en un desmembramiento del cuerpo del que solo las palabras de esos pacientes pueden permitirnos seguir las líneas de división.

      La imagen no consiste aquí en una forma determinada por la puesta entre paréntesis del objeto: ella no es i(a). Se trata más bien de una estructura en la cual, habiendo fracasado el nombre en sostener su función de símbolo y de metáfora, deja a la imagen, ya sea junto al objeto, lo que se observa en los momentos de sistematización delirante, o separada de este, en el desmembramiento.

      Bajo una u otra de estas dos modalidades, es el objeto quien toma todas las determinaciones de la imagen.

      Se ve así como este pequeño síndrome, que le debemos al último periodo de la psiquiatría clásica francesa, prueba tener un gran valor clínico y doctrinal, no solamente en el campo de las psicosis. Ya que nos presenta en estado separado, como si se tratase de un análisis químico, dos elementos, i y a, elementos que nunca encontramos aislados de manera tan clara en la clínica de las neurosis.

      Este síndrome saca también a la luz, exponiéndolo de manera muy pura, un hecho que testimonia igualmente la neurosis, pero de forma más oscura y difícil de cernir, debido a la represión: a saber, que es siempre el mismo objeto el que conduce, de manera repetitiva, la búsqueda del neurótico. Pero él, en principio, no puede nunca identificarlo, fuera de la angustia que le indica eventualmente su incidencia. Es a ese precio –no poder identificar el objeto de su deseo– que se mantiene corrientemente el campo del reconocimiento para un neurótico, es decir, lo que llamamos la “realidad” y nuestra propia imagen en la realidad.