práctica identidad de significado entre las palabras «israelita» y «hebreo».
Mendenhall opina que los cambios en Canaán no se debieron a un genocidio, ni a una inmigración masiva, ni a una violenta conquista exterior, sino que resultaron del descontento de esos campesinos marginados por las ciudades-estado cananeas. Según esta teoría, la oportunidad para la revuelta surgió tras el pacto entre los campesinos y un pequeño grupo escapado de Egipto y unido por la creencia en una nueva divinidad, Yahvé. El respaldo mutuo de los recién llegados, vinculados a un mismo código de conducta, sedujo a los campesinos cananeos impulsándoles a oponerse a sus opresores urbanos. Al principio ese rechazo les alió con los que venían de fuera y, conforme avanzó la conquista y la destrucción de ciudades, les hizo a ellos mismos hebreos. La fe en Yahvé y sus consecuencias prácticas habrían servido para suprimir un sistema social que discriminaba a los campesinos en beneficio de los ciudadanos, sustituyéndolo por otro nuevo.
La teoría de Mendenhall, muy criticada por investigadores como Hauser y Thompson, fue respaldada por el profesor estadounidense de estudios bíblicos Norman Gottwald con una obra redactada con fundamentos y terminología marxistas. Según este autor Israel se formó en Canaán entre 1250-1150 a.C. y sólo algunos subgrupos ―los procedentes de Egipto y quizá otros israelitas ya instalados en Canaán― poseían cierta identidad antes de esa centuria decisiva. Los primeros israelitas se habían dedicado sobre todo a la agricultura, ocupándose en la ganadería y en la artesanía de manera subsidiaria; el nomadismo ganadero, pues, sería una actividad marginal. Con una organización social tendente a la jefatura, la vida en aldeas fundamentaría la coalición de tribus, obligada a determinados pagos y cargas laborales y militares en beneficio de los núcleos urbanos.
A juicio de Gottwald la cultura israelita era principalmente cananea, aunque con particularidades religiosas. Fueron sin embargo razones económicas y sociales las que provocaron el levantamiento de los grupos campesinos, deseosos de librarse de las ataduras que les imponía el sistema. Se inició así, piensa este autor, un proceso revolucionario que duró casi dos centurias y en el que hubo avances y retrocesos, formándose una desorganizada sociedad de frontera que atacaba y que era atacada, pero que también sufrió acciones de bandidaje entre sus propios miembros.
Han sido numerosas las objeciones suscitadas por la obra de Gottwald en apoyo a la hipótesis de Mendenhall. Se le reprocha, por un lado, su empeño en extender al complejo proceso vivido por las tribus israelitas en esos siglos hechos que bien pudieron suceder en algunas zonas de Canaán (por ejemplo, al norte del territorio) pero de los que no hay rastro arqueológico en otros lugares. Además, se ha tachado de irreal la percepción excesivamente igualitaria que Gottwald tiene de la sociedad israelita anterior a la época monárquica, en la que autores como Lurje advierten claros contrastes tribales. No habría razón, pues, para explicar las peculiaridades religiosas israelitas a partir de una sociedad igualitaria que nunca existió. Los arqueólogos Kempinski y Schäfer niegan además que las pruebas materiales respalden esta hipótesis cuya argumentación sociológica ha sido, por otra parte, rechazada de lleno por su homólogo danés Niels Lemche.
Otra de las teorías propuestas para explicar la relación entre las tribus israelitas y la tierra de Canaán, surgió a partir de las conclusiones obtenidas por el alemán Volkmar Fritz tras sus excavaciones arqueológicas en el Négueb. Allí encontró abundantes restos de construcciones de tres y cuatro habitaciones distintas de los modelos cananeos de esa misma época. Ello le llevó a suponer que los habitantes de aquellas casas eran un grupo étnico ya consolidado y distinto a los demás, si bien las muestras cerámicas y metalúrgicas del Bronce Tardío encontradas inducen a pensar que existieron contactos entre los cananeos y esos pobladores.
De alguna manera, Fritz asume la teoría del asentamiento pacífico propuesta por Alt y Noth, aunque se separa de ellos al negar que los grupos llegados a Canaán fueran antiguos nómadas y nada más. Al menos, en su opinión, tales grupos experimentaron fases de sedentarismo en su transcurrir ambulante. Esa diferencia que le aparta de la argumentación de Alt y Noth le llevó a dar un nombre propio a su hipótesis, que llamó «de simbiosis» y que no tardó en recibir las críticas de Gottwald.
Partiendo de los hallazgos arqueológicos, Fritz critica los modelos anteriores. A su parecer, desde los siglos XV o XIV a.C. las tribus israelitas se asentaron en territorio vacío y cercano a las ciudades-estado cananeas, siendo toleradas por los pobladores históricos. Gracias a esa prolongada coexistencia, en la vida de los israelitas se produjo la simbiosis entre sus propias tradiciones y ciertos elementos culturales cananeos. Mucho más tarde, entre 1200 y 1150 a.C., llegaría la ruina de las ciudades cananeas, conquistadas y destruidas por gentes que sólo en un caso pueden identificarse (así ocurrió con Guézer, conquistada por los egipcios). Según Fritz, no hubo revolución social interna, pues la estructura de los asentamientos encontrados tras las destrucciones es distinta a la tradicional de las urbes cananeas y no pudo, por tanto, resultar de sus mismas gentes. Fritz piensa que fueron precisamente las tribus israelitas las que, con el declive cananeo, ocuparon sus antiguas ciudades.
No contento con las explicaciones ofrecidas, Niels Lemche propuso su propio modelo sobre la formación de una sociedad israelita. Por una parte, niega cualquier valor histórico a las narraciones de la Biblia anteriores al año 1000 a.C. y se opone a quienes las apoyan, por suponer que se trata de proyecciones posteriores sobre un tiempo anterior. A juicio del mencionado investigador se produjo una «evolución gradual» hacia la integración política de los habiru, antiguos campesinos o empleados en las ciudades, de las que salieron para habitar en las montañas. El proceso de despoblamiento urbano, iniciado en la primera mitad del siglo XIV a.C., terminó causando el debilitamiento de las ciudades-estado, sometidas además a rivalidades internas y a las negativas consecuencias económicas de los conflictos entre egipcios e hititas, los pueblos más fuertes de la época. ¿Y cómo se realizó esa integración política de los habiru? Lemche piensa que actualmente sólo pueden ofrecerse hipótesis; sí está seguro, en cambio, de que para el año 1000 a.C. no debemos hablar ya de habiru, porque la sociedad israelita aparece configurada en sus aspectos esenciales.
Lemche ofrece también una particular versión sobre el origen de la religión de las tribus israelitas. De entrada, se niega a aceptar su existencia en los tiempos iniciales. En su opinión, y al margen de lo que afirman los textos bíblicos, habría que demostrar que esa es la única religión de las tribus y que no fue una religión cananea, no sólo por rechazo de prácticas rituales ajenas (por ejemplo, ritos de sangre y orgías) sino también en sus contenidos positivos (interés por la práctica de la justicia y respeto al derecho).
Lemche concede gran importancia a la sociología de la religión y le interesa especialmente saber si esa ética religiosa israelita tuvo un origen urbano o rural. Como hipótesis probable, piensa que las capas acomodadas de las ciudades cananeas contribuyeron de forma decisiva a la génesis de esa ética por ser los únicos que, por su riqueza, podían «permitirse el lujo de despreciar las fuerzas de la naturaleza, rechazando de este modo la asociación entre rito y fertilidad». Como era de esperar pronto se criticó el desprecio de Lemche a las fuentes bíblicas, en beneficio de posibles apariciones de fuentes hasta ahora no encontradas que apoyaran su teoría. También se le ha acusado de simplificar en extremo el origen de la religión israelita, hasta convertirla en simple apéndice de la cultura cananea.
A la vista de estos modelos para aclarar los orígenes de las tribus israelitas, que hemos explicado brevemente, y sabiendo que sólo son algunos de los más significativos hemos de recordar una vez más la importancia de tener en cuenta todos los vestigios materiales ―textos bíblicos y documentos de distintas culturas cercanas, otros restos tangibles y huellas de cualquier tipo encontradas en las excavaciones arqueológicas― sin perder de vista las tradiciones seculares de un pueblo que, como el judío, las mantiene vivas en su «memoria común». Y es que lo importante en cuestiones como las que aquí se tratan no es inventar teorías cada vez más curiosas sino acercarse a la realidad de los acontecimientos, a lo que verdaderamente sucedió.
Durante los dos siglos siguientes al asentamiento el pueblo hebreo se afianzó en Canaán (siglos XII-XI a.C.). Ambas centurias se conocen como el período de los Jueces, guías que hábilmente unieron a las tribus israelitas contra sus enemigos. Jefes destacados de esa época son