Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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del shek, que se había abalanzado sobre él. Titubeó, dándose cuenta de que era un enemigo demasiado formidable, y se preguntó, por primera vez, cómo iban a salir todos vivos de aquel enfrentamiento.

      Pero entonces Kirtash se volvió con brusquedad, y Jack entrevió qué era lo que había distraído su atención.

      Allegra había llegado junto a Victoria, que seguía tendida sobre la hierba, mirándolos con los ojos abiertos y llenos de lágrimas pero, por lo visto, incapaz de moverse, como si estuviera paralizada.

      Kirtash sacudió la cola como si fuera un látigo y barrió literalmente a Allegra del suelo, lanzándola lejos de allí. Jack la vio aterrizar con violencia un poco más allá y deseó que hubiera sobrevivido al golpe. Sin embargo, le había dado una oportunidad, y no pensaba desaprovecharla; descargó su espada contra el cuerpo anillado de la criatura.

      La serpiente emitió un agudo chillido, y Jack pensó por un momento que le estallarían los tímpanos; pero, cuando pudo volver a mirar, se dio cuenta de que Kirtash había recuperado su apariencia humana y se sujetaba una pierna, con gesto de dolor. Jack no pudo evitar una sonrisa de triunfo; pero se le borró rápidamente de la cara cuando descubrió que el shek todavía enarbolaba a Haiass, y precisamente en ese momento lanzaba una estocada mortífera, rápida y certera. Jack logró interponer a Domivat, pero demasiado tarde. El golpe de Kirtash lo alcanzó en el hombro, y Jack gimió de dolor y dejó caer la espada. Kirtash avanzó para dar el golpe de gracia; en esta ocasión fue Alexander quien acudió a cubrir a Jack, con el cabello revuelto y los ojos iluminados por un extraño brillo amarillento. Descargó un golpe contra Kirtash, con un grito que sonó como el aullido de un lobo. Sumlaris no logró hacer flaquear a Haiass, pero la pierna de Kirtash vaciló un instante. El shek empujó a Alexander hacia atrás y retrocedió también, cojeando. Tuvo que volverse rápidamente para interceptar con la espada un hechizo de ataque que le había lanzado Allegra, que, a pesar de estar herida de gravedad, se había incorporado y aún plantaba cara.

      Kirtash retrocedió un poco más. Les dirigió una fría mirada y llegó junto a Victoria. Se inclinó junto a ella.

      —¡NO! –gritó Jack.

      Kirtash sonrió con indiferencia. Sus dedos apenas rozaron el cabello de Victoria, en una cruel parodia de caricia. Jack trató de correr hacia él, pero el shek, todavía sonriendo, entornó los ojos... y él y su prisionera desaparecieron, se esfumaron en el aire, como si jamás hubieran estado allí.

      Jack sintió que algo se desgarraba en su alma. Corrió hacia el lugar donde habían estado Victoria y Kirtash, a pesar de que sabía que era inútil, y se volvió hacia todos lados, buscándolos, furioso y desesperado. Gritó al bosque el nombre de Victoria, pero ella no respondió. Y, cuando se dio cuenta de que la había perdido, tal vez para siempre, se dejó caer sobre la hierba, anonadado, sin acabar de creer lo que acababa de suceder.

      —Victoria... –susurró, pero se le quebró la voz, y no pudo decir nada más.

      Era como si, de repente, el sol, la luna y todas las estrellas hubieran sido arrancados del cielo, sumiendo su mundo en la más absoluta oscuridad.

      Victoria había presenciado toda la pelea, aunque la mirada de Kirtash la había paralizado y se había visto incapaz de moverse para ayudar a sus amigos. Había perdido el sentido justo después, durante el viaje.

      Porque sabía que había habido un viaje, aunque no lo hubiera percibido. Se notaba extraña, y no solo a causa de la debilidad que todavía sufría su cuerpo y que la impedía moverse, sino...

      Intentó sacudir la cabeza, pero no pudo moverse. Sentía la cabeza embotada y el cuerpo muy pesado, como si de repente hubiera cambiado el ambiente, el aire, todo. Era desconcertante y, sin embargo, le resultaba familiar.

      Miró a su alrededor, y se le encogió el estómago de miedo.

      Estaba atada de pies y manos en una especie de plataforma redonda que se alzaba en el centro de una habitación circular, de paredes de piedra. Había cuatro ventanales, uno en cada punto cardinal, y a través de uno de ellos se veían dos soles, no uno. Victoria parpadeó, pero no era una alucinación. Uno de los dos, una esfera roja, era más pequeña que la otra, de color anaranjado; y aún percibió el brillo del tercer sol, que acababa de ocultarse tras el horizonte.

      Así pues, estaba en Idhún. Cerró los ojos, mareada.

      No, no era posible. Todavía no estaba preparada, no debería haber cruzado el umbral sin antes saber qué era exactamente lo que la relacionaba con aquel mundo, y mucho menos, haberlo hecho completamente sola.

      ¿Sola...?

      Abrió los ojos y, con un soberano esfuerzo, logró volver la cabeza.

      Y vio que allí, de pie, junto a ella, estaba Kirtash, mirándola. Estuvo a punto de llamarlo por el nombre de la persona a la que ella amaba, Christian, pero se mordió el labio y se contuvo a tiempo. Aquel ser ya no era Christian.

      —¿Qué vas a hacer conmigo? –logró preguntar.

      Kirtash no dijo nada. Solo alzó la mano y le acarició la mejilla con los dedos, como solía hacer.

      No, no como solía hacer, comprendió Victoria enseguida. No había ternura ni cariño en aquel contacto. Kirtash la había acariciado como quien roza los pétalos de una flor, admirando su belleza, pero sin sentir nada por ella.

      Victoria parpadeó para contener las lágrimas, recordando lo que había perdido. Se las arregló para no llorar. No iba a derramar una sola lágrima, no delante de él.

      —Dime, ¿por qué? –susurró.

      —Es mi naturaleza –respondió él con suavidad.

      —Antes no eras así.

      —Siempre he sido así, Victoria. Y tú lo sabías. Ella trató de soltarse, pero no lo consiguió.

      —No es un recibimiento muy amable –murmuró–.

      ¿Qué vas a hacer conmigo?

      Él alzó la cabeza y echó un vistazo por la ventana, hacia el crepúsculo trisolar.

      —Yo, no –respondió tras un breve silencio–. Es Ashran, el Nigromante, quien tiene planes para ti.

      Victoria respiró hondo, ladeó la cabeza y se lo quedó mirando.

      —¿Vas a dejar que me haga daño? –preguntó en voz baja–. ¿Después de todas las molestias que te has tomado para protegerme?

      —Eso ya pertenece al pasado –repuso Kirtash–. Lo cual me recuerda una cosa.

      Se acercó a ella y tomó su mano izquierda. Victoria se estremeció, pero el contacto había sido totalmente desapasionado... indiferente. La muchacha cerró los ojos un momento, destrozada por dentro. Era demasiado lo que había perdido... en demasiado poco tiempo.

      —¿Qué haces?

      Kirtash no respondió; intentó quitarle del dedo el Ojo de la Serpiente, pero Victoria notó un cosquilleo, y el joven apartó la mano con brusquedad y un brillo de cólera en la mirada.

      La muchacha sonrió para sus adentros, perpleja pero complacida. Shiskatchegg había reaccionado contra Kirtash, no quería abandonarla a ella. Se preguntó qué podría significar aquello. En cualquier caso, se alegraba de conservar el anillo. Le recordaba a Christian, al Christian que se lo había dado como prueba de su afecto.

      La mirada de Kirtash volvía a ser un puñal de hielo.

      —No importa –dijo–. Lo recuperaré de tu cadáver. Victoria tragó saliva.

      —No puedo creerlo –musitó–. ¿De verdad vas a matarme?

      —Todavía no. Solo cuando dejes de ser útil.

      Victoria apartó la mirada. Sí, aquella era la forma de pensar del asesino que ella había conocido en los primeros tiempos de la Resistencia. Se odió a sí misma por haberse dejado engatusar tan fácilmente. Era obvio que aquella parte de