de entrar.
Se quedó sin aliento.
Ante ella se alzaba Ashran, el Nigromante. Tenía que ser él, puesto que Kirtash había inclinado la cabeza, en señal de sumisión, y Victoria no sabía de nadie más a quien él rindiese cuentas. Y ahora empezaba a comprender por qué.
Ashran era un hombre muy alto, de cabello gris plateado y rostro frío, perfecto y atemporal como una estatua de mármol. Podría haber resultado atractivo, de no ser por sus ojos, cuyas pupilas eran de un extraño y desconcertante color plateado, como si fuesen metálicas, y de una intensidad que producía escalofríos. Y, sin embargo, era humano, Victoria podía percibirlo, de alguna manera, aunque había algo maligno y poderoso que se agazapaba en algún rincón de su alma.
Victoria no pudo seguir mirando. Volvió la cabeza hacia otra parte, mientras el estómago se le retorcía de terror.
—¿Está lista la muchacha? –oyó decir al Nigromante.
—Todo está preparado, mi señor –respondió Kirtash con indiferencia.
—Bien –sonrió Ashran–. Ve a avisar a Gerde. Voy a necesitar un hechicero de apoyo.
Kirtash asintió y se encaminó hacia la puerta, cojeando ligeramente; Victoria supuso que era debido a la herida que le había infligido la espada de Jack apenas unas horas antes. Cuando pasó junto a la plataforma en la que se encontraba la muchacha, esta volvió la cabeza hacia él y le dijo:
—Christian, lo siento.
Él se detuvo un momento junto a ella, pero no la miró.
—¡Lo siento! –repitió ella, con un nudo en la garganta–. Siento haberte dejado solo, siento haberme quitado el anillo, ¿me oyes? Por favor, perdóname...
No obtuvo respuesta. Kirtash sonrió con cierto desdén y prosiguió su camino, sin dedicarle una sola mirada. Victoria lo vio salir de la habitación, y supo que una parte de su ser se iba con él.
Cuando se quedó a solas con el Nigromante, fue la presencia de este lo que percibió con más intensidad, y se estremeció, aterrorizada. Ashran se acercó a ella, y Victoria trató de alejarse, pero estaba bien atada, y no lo consiguió.
La fría mano del Nigromante agarró su barbilla y le hizo alzar la cabeza. Victoria se encontró de pronto ahogada por la mirada plateada de él; quiso gritar, quiso salir huyendo, pero estaba paralizada de miedo.
—Esa luz –comentó el Nigromante–. Has elegido un buen escondite, no me cabe duda, pero te delata la luz de tus ojos.
La soltó. Victoria se dejó caer de nuevo sobre la fría piedra, jadeando.
—No podías ocultarte de mí –añadió Ashran–. Ahora, por fin, podré hacerte pagar lo que le has hecho a Kirtash. Pero antes... me vas a prestar un pequeño servicio.
—No voy a hacer nada por ti –replicó ella, con fiereza; el nombre de Kirtash la había enfurecido, porque le había hecho recordar lo mucho que Christian había sufrido, apenas unas horas antes, a manos de aquel hombre–. Y no te atrevas a hablar de él. Lo has maltratado, has estado a punto de matarlo. ¿Qué clase de padre se supone que eres?
Esperaba que Ashran se encolerizara, y estaba preparada, pero la reacción de él la sorprendió, porque respondió con una carcajada burlona.
—Soy la clase de padre que quiere lo mejor para su hijo –respondió el Nigromante– y que no soporta verlo convertido en una marioneta que baila al son que tú le dictas, Victoria. Kirtash es un ser poderoso, algún día gobernará sobre Idhún. Tú has estado a punto de echar a perder todo eso, lo habías convertido en una criatura débil, dependiente de sus emociones humanas. ¿En serio sentías algo por él? Permite que lo dude.
Victoria se mordió el labio inferior y volvió la cabeza, temblando de rabia. No estaba dispuesta a hablar de sus sentimientos por Christian, no con aquel hombre.
Lo sintió cerca de ella, examinando las cuatro altas agujas de piedra negra que se alzaban en torno a la plataforma a la que estaba amarrada, y en las que Victoria no había reparado antes. Se preguntó para qué servirían, y algo le dijo que no le gustaría saberlo.
Como si hubiese leído sus pensamientos, Ashran dijo:
—Mientras llega Gerde, supongo que no te molestará que hagamos una pequeña prueba.
—¿Una prueba? –repitió Victoria, cautelosa–. No sé de qué estás hablando. No pienso hacer nada que...
Pero algo parecido a un calambre recorrió toda su espina dorsal y la hizo arquearse sobre la plataforma. Se contuvo para no gritar.
—Parece que funciona –comentó Ashran–. Bien, veamos qué sabes hacer.
Rodeó la plataforma, y salió del campo de visión de Victoria. Esta se preguntó, inquieta, que andaría tramando, pero no tardó en averiguarlo.
Las puntas de dos de las cuatro agujas negras parecieron acumular durante un momento... ¿oscuridad? Victoria contempló, fascinada, cómo las agujas creaban tinieblas sobre ella, hasta formar una espiral oscura que empezó a girar sobre sí misma. Y la chica no tardó en sentir una especie de movimiento de succión...
Jadeó y trató de escapar, pero no lo consiguió. Las tinieblas tiraban de ella, le arrebataban algo que, aunque no sabía qué era, sí intuía que se trataba de una parte vital de su ser. No tardó en reconocer la sensación.
Era lo mismo que sentía cuando utilizaba su poder de curación. La energía fluía a través de ella, hacia fuera, como en ondas. Pero había una diferencia aterradora.
Victoria no estaba entregando aquella energía voluntariamente, sino que esta le estaba siendo arrebatada de forma violenta, tosca, grosera. La muchacha gimió y trató de escapar. Era desagradable, era doloroso, era incluso humillante. Para ella, el acto de curar era algo muy íntimo, porque, de alguna manera, cuando lo hacía, entregaba parte de su ser a la persona que recibía su don; y aquello que le estaban haciendo era horrible, porque le estaban robando con brutalidad algo que ella no quería dar. Se retorció sobre la plataforma y dejó escapar otro gemido, sintiendo que se vaciaba y sabiendo que, si aquello continuaba así, no tardaría en quedarse sin fuerzas y morir de agotamiento.
—No te preocupes –dijo Ashran–. Ya viene.
«¿Qué es lo que viene?», quiso preguntar Victoria, pero la angustia de la extracción la ahogaba, y fue incapaz de pronunciar una sola palabra.
Pronto lo descubrió, de todas formas.
La energía manó como un surtidor, procedente de la misma tierra, y pasó a través de ella, atravesándola, como si hubiera metido los dedos en un enchufe. Y no fluía con la calma de un arroyo, sino con la fuerza y la violencia de un torrente desbordado. Victoria gritó, sintiéndose avasallada, maltratada, utilizada. Dolía, pero lo peor era aquella sensación de indefensión, de vergüenza, de vejación, incluso. Quería parar, quería dejar de entregarles energía, pero no era algo sobre lo que pudiera decidir, y eso era lo peor de todo; que ella intuía que aquello debía ser un acto de libre entrega, que no debía ser arrebatado por la fuerza.
—¡Parad! –gritó, con desesperación–. ¡No quiero seguir con esto!
Se calló cuando vio a Kirtash de pie junto a ella. Jadeó y lo miró, tratando de descubrir algo de compasión en sus ojos, pero lo único que encontró fue, si acaso, cierta curiosidad, como quien observa un nuevo experimento científico.
—Christian –suspiró ella.
De repente, el flujo de energía cesó, y Victoria se dejó caer sobre la plataforma, desmadejada y muy débil.
—No está utilizando toda su capacidad –comentó Kirtash.
—Porque solo estamos usando dos de los extractores –respondió Ashran–. ¿Quieres ver cuánta energía es capaz de succionar este artefacto a través de ella?
En los ojos de Kirtash