sonriendo. La vio ponerse de puntillas para susurrarle algo al oído, mientras sus largos dedos acariciaban el brazo de él. Y vio a Kirtash sonreír, y responder a su insinuación, besándola breve pero intensamente. Tampoco se le escapó la mirada de soslayo que el hada le dirigió mientras besaba al muchacho. Victoria parpadeó para contener las lágrimas. Sabía que Kirtash no sentía nada por ella, que era solo una diversión para él, pero...
Respiró hondo y dirigió a Gerde una mirada en la que esperó haber puesto una buena dosis de desprecio y desdén. Pero, cuando Kirtash se volvió también hacia ella, para mirarla, todavía con Gerde muy pegada a él, giró la cabeza con brusquedad para no tener que volver a ver aquella indiferencia que tanto daño le hacía. Habría preferido mil veces que él la odiara, que la despreciara incluso... pero no soportaba la idea de haber desaparecido por completo de su corazón.
Gerde se separó de Kirtash y ocupó la posición que le correspondía, entre las dos agujas que todavía permanecían inactivas. Victoria la vio colocar las manos sobre ellas y, apenas unos instantes después, percibió de nuevo la espiral de oscuridad, pero en esta ocasión no se movió. Nada tenía sentido. No valía la pena luchar.
Sin embargo, cuando el torrente de energía volvió a atravesarla, ahora con mucha más intensidad, Victoria no pudo reprimir un grito, no pudo contener las lágrimas, e hizo todo lo posible por seguir mirando en otra dirección, para que Kirtash, que seguía observándola en silencio, no la viera llorar, no la viera sufrir, no viera aquella angustia reflejada en su rostro.
Porque podía soportar el dolor, la humillación, pero no la inhumana impasibilidad con que él la contemplaba.
XIII
LA LUZ DE VICTORIA
T
IENE que haber algo que podamos hacer –dijo Jack, por enésima vez.
—Ya te lo he explicado, chico. No podemos volver a Idhún. El Nigromante controla la Puerta interdimensional. Y siéntate de una vez. Me pones nervioso.
—¡Pero tiene que haber algo que podamos hacer! –insistió Jack, desesperado.
—Solo podemos esperar, Jack –dijo Allegra, con cierto esfuerzo–. Esperar a que alguien la traiga de vuelta.
—Nadie la va a traer de vuelta, Allegra. No entiendo lo que quieres decir.
—Siéntate. Intentaré explicártelo, ¿de acuerdo?
Jack se dejó caer sobre el sofá y clavó una mirada en la dueña de la casa. Allegra se estaba curando a sí misma con su propia magia, pero el proceso era lento, y parecía claro que tardaría bastante en recuperar las fuerzas. Con todo, se había negado a encerrarse en su habitación para descansar. La Resistencia estaba en una situación de crisis y todos necesitaban respuestas.
—Nuestra única esperanza de recuperar a Victoria –explicó Allegra– se basa en que ella sigue viva todavía.
—¿Cómo lo sabes? –preguntó Jack, comido por la angustia.
—Porque se la han llevado viva, Jack. Eso significa que quieren utilizarla para algo, no sé exactamente qué; pero apostaría lo que fuera a que, sea lo que sea, ha sido idea de Kirtash.
—Sigo sin entender adónde quieres ir a parar –intervino Alexander, frunciendo el ceño.
Allegra movió la cabeza con impaciencia.
—Lo único que le interesa a Ashran es matar a Victoria, Alexander. Ella es lo único que se interpone entre él y el dominio absoluto de Idhún. No se habrá planteado ni por un momento que pueda hacer con ella otra cosa que no sea eliminarla del mapa. La idea de secuestrarla viva tiene que haber sido de otra persona, y me inclino a pensar que ha sido cosa de Kirtash. Si eso es cierto... puede que, en el fondo, una parte de él todavía quiera protegerla.
—Pero... ¿por qué es tan importante Victoria? –preguntó Jack, confuso.
Allegra los miró a los dos fijamente y sonrió, con infinita tristeza, pero también con cariño. Cuando habló, sus palabras cayeron sobre lo que quedaba de la Resistencia como una pesada losa:
—Porque ella, Jack, es el unicornio de la profecía. El unicornio que, según los Oráculos, acabará con el poder del Nigromante.
Sobrevino un silencio incrédulo.
—¿Qué? –soltó finalmente Alexander–. ¿Victoria, un unicornio? Pero... no es posible.
Jack se quedó sin aliento. Le costó un poco asimilar las palabras de Allegra pero, cuando lo hizo, todas las piezas empezaron a encajar.
—Ella es... Lunnaris –murmuró conmocionado–. Claro, eso... eso lo explica todo.
—¿El qué? –murmuró Alexander, confuso–. Sigo sin entender...
Pero Jack sacudió la cabeza.
—La luz... esa luz de sus ojos. Es... mágica. Es única. Nunca había visto nada igual. Pensé que era porque yo... porque yo... –dijo, sintiéndose un poco violento; al final no llegó a terminar la frase, sino que concluyó–: Pero no, es verdad. No es que yo la vea así, es que ella es así.
—La luz de Victoria –asintió Allegra–. Un unicornio puede ocultarse en un cuerpo que no es el suyo verdadero, pero lo delatará su mirada, siempre. Con todo, los humanos en general son ciegos a la luz del unicornio. Nosotros, los feéricos, sí podemos detectarlo –hizo una pausa–. Y las criaturas como Kirtash también pueden. Él supo quién era ella la primera vez que la miró a los ojos.
—Pero eso es absurdo –barbotó Alexander–. Él vino a este mundo expresamente para matar a Yandrak y Lunnaris. No tiene sentido que cometiera el error de perdonar la vida al unicornio... o, incluso, de salvarlo.
—Kirtash sabe en el fondo –murmuró Allegra– que matar a Victoria es el mayor crimen que puede cometer... porque ella es la última, Alexander. El último unicornio. Cuando ella muera, morirá la magia en Idhún. A los sheks en general no les importa, ya que ellos no obtienen su poder de los unicornios, sino de su propia mente, superior a la de las razas que consideran inferiores. Y sospecho que también Ashran tiene otra fuente de poder.
»Pero nuestro mundo nunca se recobrará del todo de la extinción de los unicornios. Y dudo mucho que nadie, ni siquiera un shek como Kirtash, quiera cargar con la responsabilidad de haber acabado con el último de la especie.
Jack enterró la cara entre las manos, agotado.
—Por eso el báculo no podía encontrar a Lunnaris. Porque ya estaba con ella.
—Exacto, el báculo –asintió Allegra–. Solo puede ser utilizado por semimagos... o por unicornios, que, al fin y al cabo, fueron quienes lo crearon. La magia de Victoria no existe para ser utilizada, sino para ser entregada. Fluye a través de ella y de momento se manifiesta en forma de poder de curación, pero en un futuro, cuando sea más fuerte, será capaz de otorgar la magia a otras personas...
—¿... de consagrar a más magos? –preguntó Alexander en voz baja.
Allegra asintió.
—Esta es la razón por la cual no se le daba bien la magia. Porque ella es una canalizadora, un puente, no un recipiente. Y no fue capaz de utilizar su poder hasta que el báculo cayó en sus manos. Ese objeto recoge la energía que pasa a través de ella para que no se pierda.
—¿Pero cómo... cómo es posible? –dijo Alexander, todavía confuso–. Victoria nació en la Tierra...
—... Hace quince años, Alexander –completó Allegra–. Cuando Lunnaris atravesó la Puerta interdimensional.
»Shail y tú llegasteis a la Tierra diez años después de que esto sucediera. Por eso, tal vez, nunca sospechasteis que Victoria era el unicornio que estabais buscando. Porque ella llevaba ya diez años viviendo aquí cuando la encontrasteis, y vosotros pensabais que Lunnaris acababa de atravesar la Puerta interdimensional. Victoria nació ya