Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


Скачать книгу

atacaban ahora desde el cielo montados en unos enormes y hermosos pájaros dorados. Kirtash había visto también varios gigantes en las filas de los renegados, lo cual no dejaba de resultar sorprendente. Los gigantes, seres robustos y fornidos como rocas, de más de tres metros de altura, vivían en las heladas cordilleras del norte, amaban la soledad y no solían frecuentar la compañía de las demás razas.

      Pero aquella alianza no tenía nada que hacer contra el poder de Ashran. Un ejército de szish, los temibles hombres-serpiente, defendía la torre de los ataques por tierra, mientras que un grupo de sheks atacaba desde el aire, y los bellos pájaros dorados de los celestes caían ante ellos como moscas. Kirtash dirigía todos sus movimientos desde lo alto de la torre. Podía comunicarse telepáticamente con los sheks; en cuanto a los hombres-serpiente, si bien su mente no era tan sofisticada como la de las serpientes aladas, sí podían captar las órdenes de Kirtash. Jamás se habrían atrevido a desobedecerle, porque ellos sabían que aquel muchacho no era un simple humano, ni sencillamente el hijo de Ashran... sino una de aquellas poderosas criaturas que atacaban a los renegados desde los cielos.

      En alguna parte, los magos estaban asaltando la torre, poniendo en juego todo su poder, y sus cimientos temblaban de vez en cuando, sacudidos por una magia furiosa y desesperada, que ya no tenía nada que perder.

      Kirtash era consciente de ello. Sabía que, por mucho que la magia de aquellos hechiceros golpease la Torre de Drackwen, jamás lograrían quebrar el escudo que estaba generando la energía extraída a través de Victoria.

      Victoria...

      Kirtash intentó apartar aquel nombre de su mente. Llevaba un buen rato sintiendo una ligera e incómoda angustia en el fondo de su corazón, y comprendía muy bien a qué se debía. Shiskatchegg, el Ojo de la Serpiente, todavía relucía en el dedo de la muchacha, y a través de él, Kirtash podía percibir parte de su dolor. Y no debería afectarle, pero el caso era que, de alguna manera y en algún recóndito rincón de su alma, lo hacía. Entornó los ojos, pensando que habría debido quitarle a la fuerza aquel condenado anillo cuando había tenido la oportunidad. Por más que Shiskatchegg no pareciera dispuesto a regresar con su legítimo dueño.

      Kirtash vio cómo el sinuoso cuerpo de un shek se abalanzaba sobre uno de los pájaros dorados; una de sus enormes alas tapó su campo de visión, pero él sabía perfectamente cuál iba a ser el resultado de aquel enfrentamiento. Nadie podía plantar cara a los sheks. Solo los dragones... y ya no quedaban dragones.

      Excepto uno.

      Los ojos de Kirtash emitieron un breve destello de odio. Cuando Victoria muriese ya no sería necesario destruir al dragón, pero Kirtash pensaba hacerlo de todos modos.

      Cuando Victoria muriese...

      Algo en su corazón se estremeció ante aquel pensamiento, y el joven hizo lo que pudo para reprimir la emoción que empezaba a despertar en su interior. Pero era cada vez más y más consciente del sufrimiento de Victoria, de que su vida se apagaba poco a poco, y de que pronto la luz de sus ojos se extinguiría para siempre.

      Entonces vio que una de las aves doradas se había acercado peligrosamente a las almenas, y se obligó a sí mismo a centrarse en la defensa de la torre. Pero enseguida se dio cuenta de que aquel pájaro no quería luchar. Su jinete lo conducía directamente hacia las almenas, tratando de esquivar a los sheks... y Kirtash comprendió que él era el objetivo. Se puso en guardia y desenvainó a Haiass.

      Pero el ave se detuvo en el aire, a escasos metros de él. La persona que la montaba se quedó mirando a Kirtash un breve instante. Cubría su rostro con una capucha, y solo la luz de las tres lunas bañaba su figura, pero el joven supo inmediatamente quién era, y a qué había venido.

      En el fondo de su corazón, Victoria seguía sufriendo. Su luz era cada vez más débil.

      Kirtash vaciló.

      Ashran entrecerró los ojos y se apartó de la plataforma. Victoria sintió que el caudal de energía que pasaba a través de ella se reducía considerablemente.

      —Alguien ha entrado en la torre –dijo.

      —¡No puede ser! –susurró Gerde.

      Ashran cerró los ojos un momento, intentando comunicarse con su hijo.

      —Kirtash no responde –murmuró–. Si ese intruso es tan poderoso como para traspasar las defensas de la torre, es posible que haya tenido problemas con él.

      Gerde desvió la mirada, pero no dijo lo que estaba pensando: que también cabía la posibilidad de que Kirtash hubiera vuelto a traicionarlos, franqueando el paso a sus enemigos. Pero Ashran parecía demasiado seguro de su propio dominio sobre Kirtash, e insinuar que el muchacho se hubiera liberado de él supondría poner en duda el poder de su señor.

      De modo que no dijo nada.

      Ashran salió de la habitación sin una palabra. Gerde sabía que iba a ver qué había sucedido con Kirtash, y sabía también que ella debía encargarse ahora de seguir extrayendo la magia de Alis Lithban a través de Victoria. La muchacha estaba tan agotada que no tardaría en morir. Pero, para cuando lo hiciera, la Torre de Drackwen ya sería inexpugnable.

      Faltaba tan poco para que eso sucediera que ya no eran necesarios dos hechiceros junto a los obeliscos. De todas formas, Gerde pensó que no había nada de malo en acelerar las cosas. Se aferró a dos de las agujas y, con una sonrisa aviesa, puso en juego todo su poder para hacer que el artefacto succionase toda la energía posible. Victoria reprimió un grito. En aquel instante sintió como si algo se desgarrase en su interior, y supo que iba a morir.

      Pensó que habría sido hermoso morir mirando los cálidos ojos verdes de Jack, pero él no estaba allí. Y, casi sin darse cuenta, volvió la cabeza hacia la puerta, deseando que regresase Kirtash para, al menos, poder llevarse con ella una imagen de él... porque, a pesar de todo, una vez había sido Christian, y su recuerdo todavía le quemaba el corazón.

      Pero la energía la atravesó de nuevo, con tanta violencia que ella no pudo evitar lanzar un grito de angustia y dolor, con las pocas fuerzas que le quedaban. Sus ojos se le llenaron de lágrimas y, aunque trató de contenerlas, en esta ocasión no lo consiguió. Notó que las fuerzas la abandonaban definitivamente, y pensó en Jack, pensó en Christian, y los rostros de ambos fueron lo último a lo que se aferró antes de perder el sentido.

      Volvió en sí, y lo primero que notó fue una inmensa sensación de alivio. Y agotamiento.

      La energía ya no la atravesaba. Todo había terminado. Pero ella estaba cansada, tanto que ni siquiera tenía fuerzas para moverse. Sintió algo muy frío junto a su mano, y abrió los ojos con esfuerzo. Se le escapó un débil gemido cuando vio el filo de Haiass justo junto a ella.

      Pero la espada se limitó a rozar las cadenas que la retenían, y estas estallaron al contacto con aquella hoja de hielo puro.

      Victoria alzó la mirada y vio a Kirtash inclinado junto a ella; el rostro de él estaba muy cerca del suyo, y la miraba con seriedad y una chispa de emoción contenida en sus fríos ojos azules.

      —Qué... –pudo decir.

      El shek sacudió la cabeza.

      —No podía dejarte morir, criatura –murmuró.

      La alzó con cuidado y la abrazó suavemente, y Victoria, con los ojos llenos de lágrimas, le echó los brazos al cuello con sus últimas fuerzas, y susurró:

      —Christian...

      XIV

      ALIANZA

      E

      L joven ayudó a Victoria a ponerse en pie. La muchacha se apoyó sobre su hombro, temblorosa, y miró a su alrededor.

      No estaban solos. Gerde temblaba en un rincón, entre furiosa y asustada, con la vista fija en el filo de Haiass. Victoria supuso que Christian había tenido que luchar contra ella para poder liberarla. Estaba claro cuál había sido el resultado.

      —Pagarás muy cara