esbozó una sonrisa incómoda.
—Te dije que no lo sabías todo, Jack. Si Lunnaris se reencarnó en un cuerpo humano, ¿qué te hace pensar que el dragón que la acompañaba no hizo lo mismo?
—No –dijo Jack, temblando como una hoja–. No, te equivocas.
Llevaba mucho tiempo ansiando descubrir el secreto de su identidad, pero ahora se daba cuenta de que habría preferido no saberlo. Sin embargo, Shail seguía hablando, y Jack no tuvo más remedio que seguir escuchando.
—Piénsalo. Puedes blandir a Domivat, que fue forjada con fuego de dragón. Tienes poder sobre el fuego. Tienes un calor corporal superior al normal, y nunca te pones enfermo. Sueñas con volar. Detestas a las serpientes y, por extensión, a Kirtash –hizo una pausa y continuó–: No es de extrañar que tantos milenios de enfrentamiento contra los sheks hayan dejado esa huella indeleble en tu instinto, amigo.
Jack no lo soportó más. Cada palabra que pronunciaba Shail caía sobre él como una pesada losa, desvelando la verdad que habitaba en su corazón. Pero la luz de la verdad era demasiado brillante, y hacía demasiado daño.
—¡No es verdad! –chilló, levantándose de un salto–. ¿Me oyes? ¡Estás mintiendo! ¡Yo soy humano, no soy...!
—... Un dragón –lo ayudó Shail.
—¡¡Cállate!! –rugió Jack–. ¡No tienes derecho a volver de entre los muertos para venir a decirme...!
—Yandrak –lo llamó entonces Victoria, y Jack se volvió, como movido por un resorte.
Ella no podía conocer el nombre del último dragón. Era un secreto entre Jack y Alexander. Pero Victoria lo miraba con un profundo brillo de reconocimiento en la mirada, y Jack se vio reflejado en los ojos de ella.
Y, por algún motivo, la verdad no resultaba tan dolorosa si la veía en los ojos de Victoria.
Jack se dejó caer contra el tronco del sauce, anonadado, como si se hubiese quedado sin fuerzas de pronto. Victoria buscó su calor, temblando, y él la rodeó con un brazo, sin pensar... y de pronto recordó a la pequeña unicornio a la que había protegido del miedo y del frío, cubriéndola con una de sus alas, mucho tiempo atrás.
Victoria pareció haber tenido la misma idea. Los dos se miraron, sorprendidos, y se encontraron el uno al otro en aquella mirada...
... Y recordaron la primera vez que sus ojos se habían cruzado, ojos de dragón, ojos de unicornio, un aciago día, en la Torre de Kazlunn, mientras los seis astros brillaban en el cielo, y ellos se preparaban para un viaje a lo desconocido, un viaje que los salvaría de la muerte, pero que los arrojaría en brazos de un destino terrible, en aras del cumplimiento de una profecía.
Se abrazaron, con fuerza. Shail sabía que era un momento importante para ellos, y se apartó un poco, para dejarles intimidad.
—Sabía que eras especial –susurró Victoria al oído de su amigo–. Sabía que te conocía desde siempre.
—No sé si quiero ser un dragón, Victoria –respondió él en voz baja.
—En cambio, yo no quiero que seas otra cosa. Porque, si es verdad que yo soy Lunnaris... y tú eres Yandrak... eso me une a ti mucho más de lo que podría soñar. Aunque seamos tan diferentes, estábamos destinados el uno al otro. Desde el principio, ¿lo entiendes?
Jack asintió, comprendiendo lo que quería decir. La abrazó con fuerza. Ella no parecía demasiado sorprendida, y el muchacho supuso que, de alguna manera, Christian la había ido preparando para aquel momento, que Victoria ya intuía cuál era su verdadera identidad. En cambio, él...
Se volvió hacia Shail, que se había quedado un poco más lejos.
—Siento haberte gritado –murmuró, todavía temblando–. No quería echarte la culpa. Es solo que... es todo muy extraño. ¿Vosotros... lo sabíais ya?
—He estado hablando con Allegra y Als... Alexander mientras estabais aquí –explicó Shail–. Allegra descubrió quién eras hace apenas dos noches, Jack. Se lo acaba de decir a Alexander. No te lo dijeron porque estabas demasiado preocupado por la desaparición de Victoria, y no era el momento más indicado. Y bueno, yo... yo lo supe en cuanto los magos de Kazlunn me explicaron un par de cosas, y até cabos. Por desgracia, no estaba en situación de volver para decíroslo.
Ni Jack ni Victoria fueron capaces de hablar.
—No quiero echar más leña al fuego –prosiguió Shail–, pero debéis ir pensando en lo que eso significa...
—Ya sé lo que significa –cortó Jack, impaciente–. Significa que no somos humanos.
—No del todo humanos, Jack. Pero hay en vosotros algo de humano. Sois ambas cosas, ¿lo entendéis? Y gracias a vuestra parte... sobrehumana, por así decirlo, podréis formar parte de la profecía.
—¿La profecía? –repitió Victoria, despacio–. ¿Esa profecía que nos obliga a enfrentarnos a Ashran para derrotarlo o morir en el intento? –levantó la mirada y la clavó en Shail–. Ya he estado en Idhún, ya he visto a Ashran, y no quiero volver a pasar por esa experiencia.
—Eso es muy egoísta por tu parte –le reprochó Shail, muy serio–, sobre todo teniendo en cuenta que Kirtash se ha sacrificado para que...
—¿Qué? –cortó Victoria, en voz alta–. ¿Que Christian ha hecho qué?
Shail la miró, sin entender su reacción. Victoria se aferró a él, mirándolo con los ojos muy abiertos.
—¿Qué le ha pasado a Christian? –inquirió, con una nota de pánico en su voz–. ¿No cruzó la Puerta con nosotros?
Shail adivinó entonces qué era lo que estaba sucediendo.
—Ah... Vic –comprendió–. Él y tú... pero, entonces... –añadió, extrañado, mirando a Jack y Victoria–, vosotros dos...
Jack enrojeció un poco y desvió la mirada, azorado. Pero Victoria no estaba en condiciones de hablar de sus relaciones con ambos chicos.
—¿Qué le ha pasado a Christian, Shail? ¿Dónde está?
Shail eligió con cuidado las palabras:
—Él... abrió la Puerta... y se quedó atrás... para cubrirnos la retirada.
—¡QUÉ! ¿Lo dejaste atrás? ¡Shaaaail! –gimió, desesperada–. ¡Ashran lo matará!
Examinó con ansiedad el Ojo de la Serpiente, pero Shail la cogió del brazo y la obligó a mirarlo a los ojos.
—No podemos hacer nada, Victoria. Estaba escrito en la profecía.
—¿A qué te refieres?
—Es otra de las cosas que he averiguado en este tiempo. Es la parte que los Oráculos ocultaron y que casi nadie conoce, ni siquiera Ashran. La profecía dice que solo un dragón y un unicornio unidos derrotarán al Nigromante... y un shek les abrirá la Puerta. Eso ya ha ocurrido, ¿entiendes? Kirtash ya ha cumplido su papel en la profecía.
Hubo un pesado silencio, que Jack rompió de pronto:
—No, Shail. Si eso es cierto, esa parte aún no se ha cumplido. ¿No lo entiendes? Abrió la Puerta para Victoria, pero nosotros seguimos aquí, atrapados. Si él es el shek de la profecía, lo necesitamos todavía para regresar a Idhún.
Shail iba a responder cuando se oyó un sonido atronador que pareció partir el cielo en dos. Los tres se pusieron en pie de un salto y alzaron la mirada. Y vieron una especie de relámpago sutil y fluido como el mercurio que surcaba el cielo nocturno de Limbhad, errático y claramente desorientado.
—¡Es un shek! –exclamó Jack, poniéndose en pie de un salto, dispuesto a correr en busca de Domivat–. ¡Han conseguido entrar en Limbhad!
—¡Espera, Jack! –lo detuvo Victoria–. ¡Es Christian!
—¿Qué?