ir a buscar a Victoria al bosque? Acabo de volver de allí, pero no la he encontrado.
—Porque se habrá transformado –musitó Jack.
—Eso pensaba.
—Bien, iré y...
—Espera –Alexander lo retuvo cuando pasaba por su lado–. ¿Se puede saber qué te pasa conmigo últimamente, chico? ¿Estás enfadado por algo?
Jack volvió bruscamente la cabeza. Los confusos sentimientos que albergaba su corazón pugnaban por salir a la luz, y finalmente no aguantó más y dijo, temblándole la voz:
—¿Por qué no me reconociste?
—¿Qué? –Alexander se quedó mirándolo, perplejo.
—Viniste a este mundo para buscar a Yandrak... para buscarme a mí. Me encontraste, me tenías delante de tus narices y no te diste cuenta. ¿Por qué? ¿Porque yo solo era una excusa para enfrentarte a Ashran y a los suyos? ¿O porque no soy en realidad el dragón que estabas buscando? ¿O tal vez porque todo lo que me contaste acerca de Yandrak no eran más que mentiras?
Alexander lo miró, comprendiendo. Los ojos de Jack estaban húmedos, y temblaba de rabia... y también de angustia.
—Jack –murmuró–, ¿qué quieres que te diga? ¿Que he estado ciego, que he sido un estúpido? ¿Eso es lo que quieres oír? Porque tienes razón.
Jack desvió la mirada, pero no dijo nada. Alexander lo cogió por los brazos y lo obligó a mirarlo de nuevo.
—Piensa lo que quieras, chico. Estás en tu derecho. Pero jamás te permitiré que dudes ni por un instante de que, desde el momento en que te vi salir del huevo, supe que consagraría mi vida a protegerte. Con profecía o sin ella. ¿Me oyes?
Jack tragó saliva. Quiso hablar, pero no fue capaz.
—Te vi nacer, Jack... Yandrak –prosiguió Alexander–. Solo yo estaba allí, y no sé en qué me convierte eso. ¿En tu padre adoptivo? ¿En tu padrino? Sea lo que sea, me sentí responsable por ti, aunque fueras de una raza tan distinta a la mía. Y no porque fueras parte de una profecía, no porque fueras el último de tu especie, sino sobre todo... porque estabas solo y no tenías a nadie más. Crucé esa Puerta para encontrarte, no lo dudes jamás. Puede que sea un poco obtuso para algunas cosas, y por eso no se me ocurrió pensar que el dragón que andaba buscando se había disfrazado de un aterrorizado chiquillo de trece años. Pero, en el fondo de mi corazón, lo sabía. Porque, de pronto, buscar a Yandrak ya no tuvo tanta importancia como acogerte a ti y enseñarte todo lo que sabía, para que pudieras valerte por ti mismo y Kirtash no volviera a amenazarte.
Jack le dio la espalda, incapaz de mirarlo a los ojos. Sintió que Alexander colocaba una mano sobre su hombro.
—¿Tienes miedo de ser lo que eres?
—Sí –reconoció Jack en voz baja–. Toda mi vida he buscado una explicación a lo que me pasaba y, ahora que la tengo... me parece demasiado extraña. Ni siquiera he podido transformarme en dragón todavía. Mientras que Victoria...
—Victoria ha tenido ayuda –le recordó Alexander.
—Pero no pienso pedir a Christian que me ayude a ser dragón –cortó Jack, horrorizado.
—No –concedió Alexander–. Sería muy raro. Hubo un breve silencio.
—Por si te sirve de consuelo –añadió Alexander–, los dragones son criaturas magníficas. En el pasado, muchos los adoraron como a dioses. Especialmente a los dragones dorados –hizo una pausa y añadió–: Me gustaría saber en qué clase de dragón te has convertido. Apuesto lo que quieras a que te sienta bien tu otra forma.
Jack sonrió.
—Pero... un cuerpo de dragón es tan diferente... a un cuerpo humano...
—Estás pensando en Victoria, ¿no es cierto? ¿De verdad crees que ella te querrá menos si te ve bajo tu verdadera forma?
Jack desvió la mirada, azorado.
—¿Cómo lo has adivinado? Alexander lo observó, muy serio.
—Porque una vez yo pensé que mis amigos me rechazarían por no ser completamente humano –dijo–. Y salí huyendo. Y... ¿sabes una cosa? Me equivoqué.
Jack le lanzó una mirada de agradecimiento. Alexander sonrió.
—Chico, Victoria sigue sintiendo algo por Kirtash, a pesar de que ya lo ha visto transformado en una serpiente... muy fea, por cierto. ¿Qué te hace pensar que no le vas a gustar si te ve como dragón? Te recuerdo que no sería la primera vez.
—Tal vez... tal vez tengas razón.
—Ya verás cómo sí. Y ahora vete a buscarla, ¿de acuerdo? Lo estás deseando.
Jack asintió, sonriendo. Le dio un abrazo a su amigo y salió corriendo.
—¡No os olvidéis de la reunión! –le recordó Alexander.
Jack hizo una seña para indicarle que lo tenía en cuenta, pero no se detuvo, ni volvió la cabeza.
No tardó en internarse en el bosque, y fue directamente al sauce. Pero Victoria no estaba allí. Y, sin embargo, se respiraba su esencia. El bosque parecía brillar con una luz propia, todo parecía mucho más hermoso que de costumbre.
Tragando saliva, Jack recorrió la espesura, buscando a Victoria.
Finalmente la vio junto al arroyo y, como tantas otras veces, sintió que se le cortaba la respiración.
Se había transformado en unicornio, y sus pequeños y delicados cascos hendidos parecían flotar por encima de la hierba. Su piel emitía un suave resplandor perlino, y sus crines se deslizaban sobre su delicado cuello como hilos de seda. Su largo cuerno en espiral era tan blanco que parecía desafiar a las más oscuras tinieblas. Y sus ojos...
Jack jamás conseguía encontrar una manera de describir sus ojos. Trató de apartar la mirada, pero no lo consiguió.
—Hola, Victo... Lunnaris –se corrigió.
Ella avanzó hacia él, y Jack sintió que se le aceleraba el corazón. Nunca permitía que nadie la viera cuando estaba transformada. Ni siquiera Christian.
Y, sin embargo, se había dejado sorprender por Jack varias veces, a propósito. El muchacho sabía que era un regalo, una especie de símbolo de la complicidad que los unía a ambos. Jack se preguntó por primera vez si ella deseaba verlo a él transformado en dragón... o no quería... o simplemente le daba igual.
El unicornio estaba justo junto a él, y el muchacho, fascinado, alzó la mano para tocarla. Pero ella retrocedió ágilmente. Jack sonrió. Podía verla como unicornio, pero no tocarla. Era una de las nuevas reglas no escritas.
Y, por desgracia, no era la única.
Lunnaris se transformó lentamente en una chica de quince años, de bucles oscuros y de expresivos ojos castaños que parecían demasiado grandes para su rostro moreno y menudo. Ladeó la cabeza y lo miró, casi de la misma forma en que lo había hecho el unicornio.
—Hola, Victoria –dijo Jack–. Te estaba buscando.
—Bueno, pues me has encontrado –sonrió ella–. ¿Era por algo en especial?
—Alexander quiere que nos reunamos todos en la biblioteca.
Victoria frunció el ceño. Sabía lo que eso significaba. Caminaron juntos hacia la casa. Jack se mantuvo a una prudente distancia para no rozarla. Era otra de las reglas. Después de transformarse, Victoria tardaba un poco en volver a acostumbrarse a su cuerpo humano, y no le gustaba que la tocaran.
Jack reflexionó sobre ello. El amor que Victoria sentía hacia ellos dos, hacia Jack y Christian, parecía haberse intensificado en aquel tiempo, afianzándose y haciéndose más sereno y seguro, pero también más fuerte. Lo notaba en sus ojos cuando la miraba.