Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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cuando estaban juntos. El muchacho no estaba seguro de que le gustara el cambio.

      Recorrieron el trayecto en silencio, hasta que Jack dijo:

      —Tendremos que volver a Idhún muy pronto.

      Ella desvió la mirada.

      —Lo sé. He estado pensando y, ¿sabes...?, aunque no quiero hacerlo, sé que en el fondo no puede ser tan malo si estoy contigo.

      Jack sintió que se derretía. Ese tipo de comentarios, pronunciados con infinito cariño y absoluta sinceridad, le indicaban que ella lo quería con locura todavía. Y, sin embargo...

      —A mí tampoco me hace mucha gracia –confesó–. Pero te prometo que cuidaré de ti, Victoria.

      Ella lo miró y sonrió.

      —Al revés, tendré que cuidar yo de vosotros. Porque, en cuanto me descuide, estaréis peleando otra vez.

      Jack comprendió que estaba hablando de Christian; desvió la mirada y carraspeó, incómodo.

      —No creo que él nos acompañe, Victoria.

      Sabía lo que iba a ver en sus ojos: sorpresa, miedo, dolor... Victoria temía a Christian todavía, pero no soportaba la idea de separarse de él. Jack estaba empezando a acostumbrarse al hecho de que tendría que compartir a la mujer de su vida con su peor enemigo. Pero todavía resultaba duro de todos modos. Muy duro.

      —Pero... pero... no puedo dejarlo atrás –susurró ella, aterrada.

      —¿Vas a obligarlo a regresar a Idhún? ¿A enfrentarse a su gente, que lo considera un traidor, y a su padre... de nuevo? No puedes pedirle eso.

      Victoria inspiró hondo y cerró los ojos.

      —No, tienes razón –murmuró–. No puedo pedirle eso.

      —Estará mejor aquí, Victoria. Y si... Cuando volvamos –se corrigió–, estará esperándote.

      Jack dudaba en el fondo que volvieran a ver al shek a su regreso, pero sabía que aquella idea reconfortaría a su amiga; ya se enfrentaría a la verdad cuando regresara.

      Cuando entraron en la biblioteca, ya estaban todos allí. Alexander y Shail, y Allegra, y Christian, que estaba de pie, cerca de la puerta, en un rincón en sombras, con los brazos cruzados y la espalda apoyada contra la pared, en ademán aparentemente relajado, pero, como siempre, en tensión.

      —Siento el retraso –murmuró Victoria, consciente de que era culpa suya.

      Alexander fue directamente al grano:

      —Ha llegado la hora de volver –dijo–. ¿Estáis preparados?

      Jack inspiró hondo y dijo.

      —Yo, sí.

      Victoria tuvo que coger su mano para reunir el valor suficiente y asentir con la cabeza. Miró de reojo a Christian, sin embargo, pero este no reaccionó.

      —Necesitaremos que alguien nos abra la Puerta interdimensional –dijo Shail a media voz, y todas las miradas se volvieron en dirección al shek.

      Él alzó la cabeza.

      —Todavía no he decidido lo que voy a hacer.

      —Entiendo –asintió Shail–. Es tu gente y...

      —No se trata de eso –cortó Christian; miró a Jack y Victoria... especialmente a Victoria–. La profecía dice que solo vosotros dos tenéis alguna posibilidad de derrotar a Ashran. Pero no asegura que vayáis a hacerlo.

      —¿Qué quieres decir? –preguntó Jack, frunciendo el ceño.

      —Gracias al poder que extrajo Victoria de Alis Lithban, la Torre de Drackwen es ahora inexpugnable –explicó el shek–. Ashran os conoce, está sobre aviso. No va a ser sencillo llegar hasta él.

      »Y una vez allí, ¿qué? ¿Qué pasará si vence él? ¿Arriesgaríais la vida de Victoria por una posibilidad entre cien? ¿Y si ella muere en el intento? ¿Cómo soportaríais la idea de haber acabado con el último de los unicornios... solo para expulsar de Idhún a los sheks?

      La pregunta los cogió a todos por sorpresa. Se miraron unos a otros, confusos.

      Jack sonrió para sus adentros. Christian no lo había mencionado para nada, y él sabía por qué. Para el shek, la extinción de los dragones no sería ninguna tragedia. El muchacho no podía culparlo; él se sentía de la misma manera con respecto a los sheks.

      —Estás hablando de los sheks que provocaron la muerte de todos los dragones y los unicornios –le recordó Allegra, con cierta dureza.

      Christian le dirigió una breve mirada y sacudió la cabeza.

      —Estoy hablando de los sheks que han pasado varios siglos en un mundo de tinieblas –dijo, despacio– y que se han aferrado a su única posibilidad de regresar a casa como a un clavo ardiendo.

      —No me hagas reír –soltó Jack–. Nosotros no exterminamos a tu gente como hicisteis vosotros con...

      Calló, perplejo. Al decir «nosotros» no estaba pensando en la Resistencia, sino en los dragones en general.

      Christian lo miró con un cierto destello burlón en sus ojos azules.

      —Ya os he dicho que eso, en el fondo, me da igual.

      Pero una vez juré que protegería a Victoria de toda amenaza, y es lo que voy a hacer. No voy a abrir la Puerta. Es mi última palabra.

      Sus palabras cayeron sobre la Resistencia como una losa, y ninguno reaccionó a tiempo de evitar que el muchacho saliese de la sala sin una palabra.

      —¡No puedo creerlo! –estalló Alexander–. ¡Esto es...!

      —Hablaré con él –dijo Victoria, y echó a correr tras el joven.

      Jack se apresuró a seguirla, y la alcanzó en el pasillo.

      —Espera. ¿Estás segura de lo que haces? ¿Quieres que vaya contigo?

      Ella lo miró.

      —No, Jack. Esta vez, no. Es algo entre él y yo.

      A Jack se le revolvieron las tripas, pero, en el fondo, lo comprendía, de modo que asintió, no sin esfuerzo. Victoria sonrió y se puso de puntillas para besarlo suavemente en los labios. Jack se quedó sin aliento. Hacía días que ella no hacía algo así, y cerró los ojos, disfrutando al máximo de aquella sensación, bebiendo de ella, tratando de transmitirle todo lo que sentía a través de aquel contacto. Suspiró cuando se separaron, pero ella no volvió a besarlo. Se acercó a él otra vez para decirle al oído, en voz baja:

      —Pase lo que pase, Jack, no olvides nunca que te quiero... con locura.

      Él asintió y la miró con infinito cariño. Victoria sonrió de nuevo y se marchó, pasillo abajo. Y sintió que una parte de su ser se iba con ella.

      Victoria atravesó la explanada y llegó al bosquecillo. Percibió la presencia de Christian, pero no lo vio, y sabía que solo había una manera de encontrarse con él: dejar que fuera él quien la encontrase a ella. De modo que fue hasta su sauce y se sentó entre las raíces, como solía hacer. Y no tardó en distinguir la oscura y esbelta silueta del shek de pie, junto a ella.

      —Has venido sola –observó él, en voz baja.

      —Alguna vez tenía que decidirme a hacerlo, ¿no?

      Christian asintió, pero no se movió. Comprendía exactamente cómo se sentía Victoria. Aquel encuentro bajo el sauce les recordaba las reuniones en la parte trasera de la mansión de Allegra, que ambos, y especialmente Victoria, evocaban con cariño. Pero era inevitable pensar que, la última vez que ella había corrido a su encuentro, él la había traicionado para entregarla al Nigromante... con todo lo que había sucedido después.

      —No voy a abrir esa Puerta, Victoria. No quiero que vayas a Idhún.

      —Tampoco