Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


Скачать книгу

y aquella atracción había aumentado más y más en cada encuentro, hasta transformarse en una emoción difícil de reprimir... y que, sorprendentemente, era correspondida. Victoria no había dejado de quererle al enterarse de que él era el hijo de Ashran el Nigromante, su enemigo... tampoco al saber que Kirtash no era del todo humano, sino que albergaba en su interior el espíritu de un shek, una de las letales serpientes aladas que habían conquistado Idhún. Ni siquiera había sido capaz de odiarle cuando su parte más oscura había aflorado de nuevo, haciéndole daño de forma dolorosa y cruel. A cambio, Christian había acabado por traicionar a los suyos y se había unido a la Resistencia. Por ella. A pesar de que, como ambos sabían muy bien, Victoria jamás sería capaz de elegir entre Jack y Christian porque, de alguna manera, estaba enamorada de los dos.

      La muchacha no sabía cómo iban a resolver aquello, pero sí tenía muy claro que tendría que esperar. Reprimió sus dudas y sus sentimientos al respecto y se obligó a sí misma a centrarse y a actuar no como una adolescente enamorada y confusa, sino como una guerrera de la Resistencia.

      Se acercó a Christian sin hacer el más mínimo ruido. Pero él supo que ella estaba allí sin necesidad de verla ni oírla.

      —¿Ya habéis despertado?

      Victoria negó con la cabeza y se colocó junto a él.

      —Solo yo –dijo–. Los otros siguen inconscientes. ¿Qué nos ha pasado?

      —Chocamos con una barrera –explicó él a media voz–. Tuve que reorientar el destino de la Puerta sobre la marcha.

      —¿Dónde estamos ahora?

      —No muy lejos de nuestro destino. Mira.

      Señaló un punto en el horizonte, y Victoria contuvo el aliento.

      Contra el cielo nocturno se recortaba la alta figura cónica de una torre, una torre de sólidos cimientos, acabada, sin embargo, en un esbelto picacho que parecía pinchar la más grande de las tres lunas. Se encontraban demasiado lejos como para que Victoria pudiera apreciar los detalles de la estructura, pero a primera vista se le antojó hermosa... y siniestra. No obstante, había algo en ella, en su silueta, que le resultaba familiar.

      —¿Eso es la Torre de Kazlunn? –preguntó en voz baja.

      Christian asintió.

      —No nos han dejado entrar. Por una parte, no es de extrañar, puesto que los magos protegen la torre con un conjuro muy poderoso, y en todos estos años, ni yo, ni mi padre, ni los sheks hemos conseguido conquistarla. Pero, por otro lado... os están esperando desde hace años como a los héroes de la profecía. Deberían haber detectado que procedíamos de Limbhad. Deberían haberos dejado pasar.

      Victoria miró a Christian, insegura. Si él no sabía qué era lo que estaba pasando, nadie lo sabría. El shek solía ir por delante de todos a la hora de comprender las cosas.

      —Puede ser que hayan detectado mi presencia –siguió diciendo Christian–. Quizá hayan pensado que se trata de una trampa. Pero...

      —No hay luces en las ventanas –dijo Victoria de pronto–. Es como si dentro no hubiera nadie.

      —Ya lo había notado –asintió Christian, tenso–. Aquí hay algo que no marcha bien.

      Se llevó la mano atrás en un movimiento reflejo, pero la detuvo a medio camino, al recordar de pronto que ya no llevaba la vaina de Haiass, su espada, prendida a la espalda. Victoria vio que sus dedos se crispaban y lo miró, un poco preocupada.

      —Deberíamos despertar a los demás. Tal vez mi abuela sepa lo que está pasando.

      Christian asintió. Victoria dio media vuelta para regresar al claro, pero se detuvo en seco al ver que Christian no la seguía, sino que había comenzado a deslizarse con movimientos felinos en dirección a la torre. Victoria volvió sobre sus pasos para detenerlo.

      —¿Adónde se supone que vas?

      Él la miró un momento, entre molesto y divertido.

      —A reconocer el terreno. Si hay algo raro en esa torre, desde aquí no puedo percibirlo.

      —Ni hablar, Christian. No vas a ir solo, ¿me oyes? No quiero que te maten.

      Christian no dijo nada, pero sostuvo su mirada. El corazón de Victoria empezó a latir desenfrenadamente, y la joven sintió que las tres lunas que brillaban sobre ellos alteraban sus sentidos y hacían que aquel momento pareciese aún más mágico de lo que era. Pero se sobrepuso y, cuando Christian se acercó más a ella, con intención de besarla, Victoria se separó de él con suavidad.

      —Tenemos que despertar a los demás –le recordó.

      Christian alzó la cabeza y vio entonces una sombra que los observaba un poco más lejos, y reconoció a Jack. Victoria fue a reunirse con él, con naturalidad, haciendo caso omiso del semblante sombrío de su amigo.

      —Estamos cerca de la Torre de Kazlunn –le explicó–, pero Christian no sabe por qué la Puerta no nos ha llevado hasta el interior. ¿Se han despertado ya todos?

      —Sí –respondió Jack; la retuvo por el brazo y dejó que Christian se adelantara hasta que quedaron los dos solos–. No vuelvas a hacerme esto –le susurró, irritado.

      —¿El qué? –se rebeló ella–. No me digas que estás celoso; ya sabes que...

      —Si lo estuviera no te lo diría ni actuaría en consecuencia, Victoria –cortó Jack, un poco dolido–. Ya te dije una vez que jamás intentaré controlar tus sentimientos. No, me refiero a lo de desaparecer de repente y quedarte a solas con él. ¿Y si se vuelve loco, como la última vez? ¿Tienes la menor idea de lo que supone para mí despertarme y no verte por ninguna parte? ¿Después de lo que pasó entonces?

      Victoria titubeó, entendiendo los sentimientos de su amigo.

      —No va a hacerme daño, Jack –dijo en voz baja.

      —Eso no puedo saberlo, Victoria. Y tú, tampoco.

      —Estoy dispuesta a correr el riesgo. Él la miró a los ojos, muy serio.

      —Pero yo, no.

      Victoria fue a replicar, pero no encontró las palabras apropiadas. Buscó su mano y la estrechó con fuerza, y así, cogidos de la mano, regresaron al claro.

      Encontraron a sus compañeros ya despiertos, y escuchando con semblante grave lo que Christian les exponía clara y sucintamente.

      —Deberían habernos dejado pasar –resumió Allegra los pensamientos de todos.

      Victoria se dio cuenta de que, por lo visto, ella había decidido prescindir de su camuflaje mágico, porque ya no parecía una anciana humana, sino que mostraba su verdadero rostro, el rostro etéreo de un hada de edad incalculable, de cabellos de plata, rasgos exóticos y delicados y ojos completamente negros, todos pupila, que parecían contener toda la sabiduría del mundo. A la muchacha todavía le resultaba extraño pensar que aquella a quien había creído su abuela era en realidad una poderosa hechicera idhunita.

      Shail, el otro mago del grupo, negó con la cabeza.

      —No saben que logramos rescatar a Victoria de la Torre de Drackwen –dijo–. Si no me equivoco, el Nigromante consiguió lo que quería, y la torre vuelve a ser inexpugnable –miró a Christian, quien asintió, confirmando sus palabras–. Puede que los magos piensen que Victoria murió en la torre, y en tal caso habrán perdido toda esperanza.

      —¡Pero no pueden dejarnos aquí! –dijo Alexander–. La Torre de Kazlunn es el único lugar seguro para nosotros. Aquí somos vulnerables...

      —... por no mencionar el hecho de que lo más probable es que Ashran ya sepa que hemos llegado –añadió Christian.

      Alexander soltó un juramento por lo bajo. Jack se irguió.

      —Yo voto por acercarnos a la torre y averiguar qué está pasando.

      —¿Y si es una