Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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voz telepática de Christian se oyó en las mentes de todos.

      «No podréis llevarnos a todos. Allegra, llévate a Jack y Victoria a un lugar seguro».

      —¡No! –gritó Jack, volviéndose hacia él–. Nos vamos todos.

      —El shek tiene razón –gruñó Alexander–. Si la magia no puede salvarnos a todos, es mejor que os vayáis vosotros dos. La profecía...

      —¡Al diablo con la profecía! –gritó Jack–. ¡No voy a dejar atrás a mis amigos!

      —¿Y vas a dejar morir a Victoria?

      Jack se volvió para replicar a la pregunta de Christian, que se había transformado de nuevo en humano y lo miraba con seriedad. Pero no fue capaz de encontrar una respuesta a aquella cuestión.

      —Nos vamos todos –declaró Victoria con firmeza, apartándose el pelo mojado de la frente.

      Avanzó hasta situarse junto a Allegra y la tomó de la mano, mientras el extremo de su báculo palpitaba como un corazón henchido de energía. La maga comprendió, y absorbió la magia que Victoria le proporcionaba.

      —¡Ahora! –gritó Shail–. ¡Daos prisa!

      Jack y Alexander corrieron hacia Allegra y Victoria. Jack volvió sobre sus pasos para ayudar a Christian, que cojeaba. Las serpientes sisearon, furiosas, al comprender sus intenciones. Jack percibió en su mente los ataques desesperados de las criaturas, que sabían que sus presas estaban tratando de escapar, pero la barrera todavía los protegía. Sin embargo, el muchacho miró a Shail, solo ante los sheks, manteniendo la protección mágica hasta el final, e intuyó lo que iba a pasar, segundos antes de que el mago diera media vuelta y echara a correr hacia ellos con todas sus fuerzas.

      La barrera se desmoronó, y los sheks se abalanzaron sobre él.

      —¡¡SHAIL!! –chilló Victoria, al ver que se había quedado atrás.

      Allegra ya iniciaba el hechizo de teletransportación.

      Todo fue muy rápido. Jack, Christian, Victoria y Alexander se habían aferrado a ella, pues debían estar en contacto físico con la maga para que el conjuro los transportase a ellos también. Pero no podían apartar la mirada del joven hechicero que corría hacia ellos, y vieron cómo la primera de las serpientes se lanzaba sobre él y lograba aprisionar su pierna entre sus letales colmillos. Shail gritó y cayó al suelo cuan largo era. Victoria se desasió del contacto de Allegra y trató de correr hacia él, pero Jack la retuvo cogiéndola del brazo cuando ya se alejaba de ellos, y Allegra atrapó la mano del chico en el último momento. Victoria no se rindió, y tendió el báculo hacia su compañero caído. Shail logró aferrar la vara justo cuando el shek ya retrocedía, arrastrándolo consigo.

      En aquel momento, Allegra finalizó el conjuro, y la Resistencia desapareció de allí.

      II

      REFUGIO

      J

      ACK chocó contra el suelo con estrépito. Su instinto le dijo que había peligro, y se levantó de un salto, ignorando el sordo dolor de sus costillas.

      El hechizo de Allegra los había llevado a todos lejos de la Torre de Kazlunn.

      A todos. Incluyendo al shek que se había aferrado a la pierna de Shail, y que ahora había soltado a su presa para alzarse sobre ellos, amenazadoramente.

      Jack no se anduvo por las ramas. Blandió a Domivat y, aprovechando que la serpiente tenía la vista fija en Christian, que la observaba con cautela, en tensión, descargó un golpe, con toda su rabia, sobre el cuerpo escamoso de la criatura, que chilló de dolor.

      La Resistencia en pleno acudió a ayudar a Jack, y con una fuerza nacida de la desesperación, lograron acabar por fin con el enorme reptil. Todos suspiraron aliviados, y Jack cerró los ojos y sonrió para sí. Algo en su interior había disfrutado lo indecible con la muerte de aquel shek. Pero, por alguna razón, no le pareció correcto exteriorizar sus sentimientos al respecto. Una parte de él se horrorizaba de que la muerte de otro le produjera tanta satisfacción; aunque ese otro fuera un shek.

      Christian había permanecido aparte, sin intervenir en la lucha; y, cuando el cuerpo muerto del shek cayó a sus pies, se quedó mirándolo, pensativo, con una expresión indescifrable.

      Victoria intuyó qué era lo que pasaba por su mente. Se detuvo junto a él y colocó una mano sobre su hombro.

      —Lo siento –susurró.

      —Da igual –respondió él, encogiéndose de hombros–. Tengo que ir acostumbrándome a esto.

      Pero había visto a Jack hundiendo su espada de fuego en el corazón del shek, y ambos sabían que, aunque Christian entendía y aprobaba aquella actitud, su instinto le empujaba a enfrentarse al muchacho, el dragón, su enemigo, para defender a la serpiente. Y el instinto era algo muy difícil de reprimir.

      Jack había notado también la mirada que le había dirigido Christian entonces. Al pasar junto a él, aún con la espada desenvainada, lo miró a los ojos, como retándole a hacer algún comentario al respecto. Pero Christian no dijo nada, y Jack tampoco percibió odio en su mirada. Solo... una honda y sincera comprensión que no era propia de él, y que dejó a Jack sorprendido y confuso.

      Victoria se había inclinado junto a Shail, preocupada por la herida de su pierna. El joven mago había perdido el conocimiento y deliraba, como atacado por una fiebre especialmente virulenta.

      —Veneno shek –dijo Christian en tono neutro–. Tendrá suerte si sale con vida.

      —Me sorprende que no sea un veneno de efecto instantáneo –dijo Jack, con un sarcasmo que pretendía enmascarar su rabia y su impotencia.

      Christian le dirigió una breve mirada.

      —Lo es –dijo–. La magia de Victoria lo ha protegido de una muerte inmediata, pero si no recibe tratamiento, no tardará en morir.

      —¿Dónde estamos? –preguntó Victoria, angustiada, mirando en torno a sí, en busca de un refugio.

      —En los límites de Shur-Ikail –respondió Alexander, con gesto torvo–. No muy lejos de la Torre de Kazlunn.

      Señaló en una dirección determinada, y sus compañeros vieron, más allá de la amplia planicie de color púrpura a la que habían llegado, una fina aguja recortada a lo lejos, en el horizonte.

      Allegra movió la cabeza, con un suspiro.

      —No he podido llevaros más lejos. Lo siento.

      —No importa –dijo Jack–. Por lo menos nos hemos alejado de ellos.

      —No por mucho tiempo –intervino Christian, sombrío–. Habrán detectado ya la muerte de este shek. Saben dónde estamos y es cuestión de tiempo que nos alcancen.

      —Poco tiempo –asintió Alexander, que iba, lentamente, recuperando su fisonomía humana–. No estamos en condiciones de avanzar muy deprisa.

      —¿Avanzar hacia dónde? –dijo Victoria de pronto–. La Torre de Kazlunn ha sido conquistada por Ashran. Era el único refugio con el que podíamos contar –alzó la mirada y añadió–: ¿Por qué no volvemos atrás, a Limbhad?

      Alexander iba a responder, pero Christian se le adelantó:

      —No podemos. Ya lo he intentado, traté de abrir la Puerta interdimensional cuando nos rodearon los sheks al pie de la torre, pero no lo conseguí.

      —¿Por qué? –preguntó Jack, inquieto ante la posibilidad de haberse quedado atrapado en aquel mundo.

      —Porque Ashran ha bloqueado la Puerta, incluso para ti –intervino Allegra, mirando a Christian–. ¿No es así?

      El joven asintió, sombrío.

      —Nos ha dejado volver porque sabe que, sin mí, no tiene ninguna posibilidad de acabar con la Resistencia en la Tierra.