la joven que se hacía llamar Victoria al hacerla prisionera, pero Ashran había optado por utilizar su poder... y aquella chica, cuyo cuerpo albergaba el espíritu del último unicornio, había acabado por escapar de ellos. Ahora ella y su compañero, el último dragón, eran lo único que amenazaba la estabilidad de su imperio.
—También el dragón será un adversario temible, en cuanto aprenda a emplear su poder.
«Entonces, debemos acabar con ellos antes de que eso suceda».
—Llevamos más de quince años intentando acabar con ellos, Zeshak. Y no lo hemos conseguido.
«¿Estás empezando a pensar que no podemos evitar el cumplimiento de la profecía?», siseó Zeshak en su mente.
—No; estoy empezando a pensar que no hemos seguido la estrategia adecuada.
La serpiente no dijo nada, pero clavó en el Nigromante sus hipnóticos ojos tornasolados, esperando una explicación.
—Desgraciadamente, Zeshak, no los conozco tanto como quisiera. Conozco bien a Kirtash, mucho mejor de lo que él mismo cree; empiezo a conocer a Victoria, porque tuve ocasión de tratar con ella, y creo que puede ser una pieza importante para mis planes futuros, aunque ella no lo sepa. Pero el muchacho, el dragón, sigue siendo un completo extraño para mí. Y eso no me gusta. Ahora que están aquí, en Idhún, voy a tener ocasión de observarlos, de estudiarlos, de conocerlos y comprenderlos... y de encontrar su punto débil.
Zeshak lo miró, con la boca entreabierta, dejando ver su larga lengua bífida. Casi parecía que se reía.
«Estrategia básica shek», comentó. Ashran asintió.
—De todas formas, no me opongo a que vosotros ataquéis primero. Pocas cosas pueden escapar a la mirada de un shek, y sospecho que, vayan a donde vayan, terminaréis por encontrarlos. Quizá logréis acabar con ellos entonces, con uno solo de ellos, al menos, y entonces no habrá más que hablar. Pero, si fracasáis, al menos habré tenido la ocasión de estudiar a la Resistencia con más detalle, y puede que para entonces ya se hayan confirmado mis sospechas.
El shek entrecerró los ojos y aguardó a que el Nigromante siguiera hablando. Ashran lo miró y sonrió.
—Tal vez –dijo el hechicero con suavidad– la clave para su destrucción no esté en nosotros, sino en ellos mismos.
Zeshak comprendió. Lentamente, su rostro de reptil esbozó una sinuosa sonrisa.
I
LA TORRE DE KAZLUNN
C
UANDO Victoria abrió los ojos, tardó un poco en recordar todo lo que había pasado. Imágenes confusas se entremezclaban en su mente, imágenes fantásticas que parecían producto de un hermoso sueño o de una extraña pesadilla.
Se incorporó un poco, y vio junto a ella un rostro familiar. Jack estaba tendido a su lado, con los ojos cerrados. A Victoria le dio un vuelco el corazón; sin embargo, se dio cuenta casi enseguida de que el muchacho estaba dormido o inconsciente, pero no herido. Su expresión era tranquila, y su respiración, regular. Victoria alzó la mano para acariciarle el rostro con cariño. El joven sonrió en sueños, pero no se despertó.
Se habían conocido tres años antes, cuando los sicarios enviados por Ashran, el Nigromante, habían asesinado a los padres de Jack. Entonces él no sabía nada de Idhún, nada de la Resistencia a la que Victoria pertenecía, y se había visto obligado, de la noche a la mañana, a asumir que, de alguna manera, estaba implicado en la guerra por la salvación de un mundo que no conocía. Se había unido a la Resistencia, que luchaba por liberar Idhún del dominio de Ashran y los sheks, las monstruosas serpientes aladas; había tenido que aprender a pelear, a defenderse, a sobrevivir.
Pero también había conocido a Victoria. La chica sonrió, evocando su primer encuentro. Entonces ellos eran unos niños todavía, pero ahora habían crecido, y la amistad que los unía se había convertido en algo más, en un sentimiento más intenso y más profundo, que se había afianzado cuando los dos habían averiguado, apenas unas semanas antes, que su destino estaba escrito incluso antes de su nacimiento, y que ellos dos eran los elegidos para derrotar al Nigromante y salvar a Idhún. Porque en su interior latían los espíritus de Yandrak y Lunnaris, el último dragón y el último unicornio, los únicos que, según la profecía de los Oráculos, serían capaces de acabar con el poder de Ashran.
Victoria se estremeció y alzó la mirada hacia las estrellas. No quería hacerlo, porque sabía lo que iba a encontrar en aquel hermoso cielo violáceo. Pero también sabía que habían dado un paso definitivo y que no había vuelta atrás.
Contempló con resignación, casi con odio, las tres lunas que brillaban en el firmamento. Las tres lunas de Idhún, el mundo al que acababan de llegar, un mundo que en teoría era el suyo, pero que ella, cuyo cuerpo humano había nacido y crecido en la Tierra, no recordaba ni había aprendido a amar. Era un espectáculo bellísimo, porque los tres astros presentaban sombras y tonalidades que harían palidecer de envidia al satélite terrestre, pero, aunque una parte de su corazón se sentía conmovida por tanta belleza, la otra era dolorosamente consciente de que habían ido allí a luchar... y tal vez a morir.
Las observó un momento más. Ninguna de las tres estaba llena; la mediana parecía decrecer, mientras que a la más pequeña le faltaba poco para el plenilunio, y la grande también estaba creciente. Victoria dedujo que cada una de ellas tenía un ciclo distinto; se preguntó si alguna vez coincidirían los tres plenilunios en la misma noche, y si ella llegaría a verlo.
Se sentó en el suelo y miró a su alrededor. Acababan de atravesar la Puerta interdimensional; en principio, deberían haber aparecido en la Torre de Kazlunn, el bastión de los hechiceros que se oponían a Ashran, pero se encontraban en el claro de un bosque. No parecía haber nada peligroso o amenazador en el paisaje y, sin embargo, Victoria se sintió inquieta. Los árboles eran inmensos y tenían formas extrañas, de raíces torcidas, y ramas que se entrelazaban entre ellas formando intrincados diseños; había arbustos que alcanzaban varios metros de altura y enormes y bellísimas flores cuyos pétalos se abrían en ángulos y siluetas inverosímiles, y que envolvían a Victoria en embriagadores perfumes. Todo era muy diferente a lo que ella conocía y, no obstante, no sentía nada anormal en aquel lugar. Era como si la naturaleza hubiera encontrado de pronto la inspiración y la fuerza necesarias para llevar a cabo sus más atrevidas quimeras. Y, teniendo en cuenta la enorme cantidad de energía que vibraba en el ambiente, Victoria se dijo a sí misma que no era de extrañar.
Buscó a sus amigos con la mirada. Vio a Shail, Allegra y Alexander, que, como Jack y como ella misma, habían quedado inconscientes durante el viaje interdimensional. Victoria frunció el ceño. No recordaba gran cosa de ese viaje, aparte de haber cruzado la brecha... una luz intensa... todo daba vueltas y, de pronto, perdió el sentido de la orientación, no sabía dónde estaba arriba y dónde abajo... se mareó... soltó sin quererlo la mano de Jack... y la mano de Christian.
Christian.
Victoria se puso en pie de un salto y miró a su alrededor, pero no vio la esbelta silueta del joven por ninguna parte. Y, sin embargo, presentía que él estaba cerca, lo cual la tranquilizó un poco. Cerró los ojos, se llevó a los labios la piedra de Shiskatchegg, el anillo mágico que él le había regalado, y se dejó guiar por su intuición. Sabía que no debía adentrarse sola en un bosque desconocido, pero nunca atendía a razones cuando se trataba de Christian.
Algo se movió entre las ramas más altas, y Victoria dio un respingo, sobresaltada. Pero solo resultó ser algún animal, probablemente un pájaro. La muchacha sonrió, nerviosa, y prosiguió su camino.
El claro no estaba muy lejos del límite del bosque. Los árboles se abrían un poco más allá y dejaban entrever las formas suaves de una llanura, iluminada por las tres lunas.
Y allí estaba Christian. Victoria descubrió su figura apostada en la última fila de árboles, en tensión, vigilando el horizonte. Como cada vez que lo veía, su corazón se debatió en un océano de sentimientos contradictorios.
Christian