Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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el odio, incluso el amor que siento por ti y por Jack... quiero que todo tenga un sentido. Y me consuela saber que, si he pasado por todo esto, es porque se espera de mí que vaya a salvar el mundo. Sé que no parece un gran consuelo, pero es mejor que pensar que lo he soportado por nada, por un simple capricho del destino.

      No estaba segura de haberse expresado bien, pero Christian asintió y dijo:

      —Comprendo.

      Victoria se dio cuenta entonces de que él se había sentado junto a ella, en la misma raíz que Jack solía ocupar. Pero no de la misma manera. Mientras que a Jack le gustaba tumbarse cuan largo era, con la espalda apoyada en el tronco, en actitud distendida, Christian se había sentado vuelto hacia ella, mirándola fijamente, con la cabeza ligeramente inclinada, de modo que sus ojos destellaban a través del flequillo. Parecía alerta, como un felino. Victoria no recordaba haberlo visto nunca relajado, y esto le inquietaba y le fascinaba a la vez.

      —Tienes que abrirnos la Puerta, Christian –le pidió ella–. Para que todo acabe cuanto antes, ¿entiendes? Y podamos estar juntos.

      Él negó con la cabeza.

      —Sabes que nunca estaremos juntos.

      Ella se volvió hacia él y lo miró fijamente a los ojos.

      —¿Y puedes pensar, siquiera por una milésima de segundo, que voy a dejarte marchar? –susurró, muy seria.

      En los ojos de hielo del shek apareció una chispa de calor.

      —Tienes que hacerlo –dijo, sin embargo–. Piensa en Jack. Sé por qué ya casi no nos tocas, ni a él ni a mí. Sé que tiene que ver, en parte, por tu esencia de unicornio, que acaba de despertar, pero sobre todo... porque no quieres caldear el ambiente, ¿verdad? Te estás conteniendo para no provocar más tensión de la que ya hay.

      Victoria vaciló y desvió la mirada, sintiendo que nunca podría esconderle nada a Christian.

      —Y en cuanto a Jack –prosiguió él–, ¿cuánto tiempo crees que podrá soportar mi presencia? Es una prueba demasiado dura para él. No puedes pedirle que acepte tu relación conmigo, como si nada. No, después de todo lo que ha pasado.

      Victoria se mordió el labio inferior, pensativa. Pero entonces recordó las palabras de Jack acerca de Christian: «¿Vas a obligarlo a regresar a Idhún? ¿A enfrentarse a su gente, que lo considera un traidor, y a su padre... de nuevo? No puedes pedirle eso». Y pensó que no era casual que los dos hubieran hablado en términos tan semejantes. Tenía que ser una señal. ¿De qué? Victoria no lo sabía, pero sí intuía que, pasara lo que pasase, tenían que permanecer juntos. Los tres.

      —Creo que lo subestimas –dijo–. Es más fuerte de lo que crees. Recuerda que es un dragón.

      Christian entrecerró los ojos.

      —Lo siento –se disculpó Victoria–. He pronunciado la palabra tabú. Has puesto la misma cara que pone Jack cuando menciono cualquier cosa que tenga que ver con las serpientes.

      Christian percibió que se estaba burlando de él, de ambos, en realidad, y la miró, sin saber si sentirse ofendido, divertido o sorprendido.

      —No bromees con eso –le advirtió, muy serio. Victoria no insistió.

      —Bien –murmuró–. Te lo voy a pedir una vez más, Christian. Ábrenos la Puerta. Deja que vayamos a cumplir con nuestro destino.

      Él sacudió la cabeza.

      —¿Y puedes pensar, siquiera por una milésima de segundo, que voy a dejarte marchar? –contraatacó.

      Sabía lo que le iba a decir ella, y estaba preparado. O, al menos, eso creía. Porque, cuando Victoria lo miró a los ojos, supo que había quedado atrapado en su luz para siempre.

      —Entonces, ven con nosotros a Idhún. Sé que no tengo derecho a pedirte esto, pero... no soporto la idea de perderte. Y sé que, si volvemos a casa algún día, a pesar de lo que diga Jack, tú ya no estarás aquí para recibirme. Por favor, Christian. No me dejes ahora. No estoy preparada.

      Christian titubeó.

      —Juegas con ventaja –murmuró–. Sabes que no puedo negarte nada cuando me miras de esa forma.

      Victoria sonrió. Pero Christian alzó la cabeza y la miró, resuelto.

      —Abriré la Puerta si es lo que quieres, Victoria. Te dejaré marchar. Pero no iré contigo.

      Ella abrió la boca para decir algo, pero Christian no había terminado de hablar.

      —No soy parte de la Resistencia. No tiene sentido que vaya con vosotros. Solo estropearía las cosas. De todas formas –añadió–, sabes que me tienes siempre contigo. Mientras lleves puesto ese anillo... ese anillo que te protegió de mí en la Torre de Drackwen.

      Victoria se volvió hacia él, sorprendida.

      —¿El anillo...? ¿Qué quieres decir?

      Pero Christian no dio más explicaciones. Se levantó, y Victoria lo imitó.

      —Volvamos –dijo él–. Tienes un viaje que preparar. Ella asintió. Titubeó un momento y, finalmente, se acercó a Christian, le cogió el rostro con las manos y lo besó con dulzura. Casi logró sorprenderlo, y eso no era algo a lo que el shek estuviera acostumbrado. Pero ambos disfrutaron del beso, intenso y electrizante, como todos los que intercambiaban. Victoria se separó de él, sonriendo.

      —Es lo justo –dijo ella, pero no añadió nada más.

      De todas formas, Christian comprendió exactamente lo que quería decir. Sacudió la cabeza y sonrió.

      Se habían reunido en la explanada que se abría entre la casa y el bosque, y habían reunido en sus bultos solo lo estrictamente necesario. Eran seis, seis, como los astros de Idhún, como los seis dioses de la luz: Shail, Alexander, Jack, Victoria, Christian y Allegra. Pero uno de ellos no los acompañaría a través de la Puerta, y el corazón de Victoria sangraba por ello.

      Christian abrió la brecha interdimensional sin grandes problemas. Todos contemplaron la brillante abertura que los conduciría al mundo que habían abandonado tanto tiempo atrás.

      Alexander fue el primero en cruzar, seguido de Allegra. Shail se quedó un momento junto a la brecha, y miró a los tres muchachos, indeciso.

      —Ahora vamos –lo tranquilizó Jack. Shail asintió y atravesó la Puerta.

      Jack y Victoria se miraron. Jack asintió, y Victoria se volvió hacia donde estaba Christian, un poco más lejos, y con un aspecto más sombrío de lo habitual. Le tendió la mano.

      —Ven conmigo –susurró, mirándolo a los ojos. Pero él retrocedió un paso.

      —No, Victoria –le advirtió.

      Los dos cruzaron una mirada llena de emoción contenida. Victoria leyó en los ojos de Christian el intenso dolor que le producía aquella separación, pero también entendió que él no quería unirse a un grupo en el que no era bien recibido. «Pero yo te necesito», trató de decirle, aunque sabía que era inútil, y que no lograría convencerlo.

      —No pensaba que nos dejarías tirados de esa manera –intervino Jack entonces–. ¿Sabes lo que cuesta impedir que Victoria se meta en líos? Contaba contigo para vigilarla.

      Tanto Christian como Victoria se volvieron hacia él, desconcertados. Pero Jack ladeó la cabeza y los miró, sonriendo.

      —Además –añadió–, está el hecho de que no eres gran cosa sin esa espada que has perdido, ¿no?

      En los ojos de Christian apareció un destello de interés.

      —Es cierto, Haiass.

      —Habrá que recuperarla –comentó Jack.

      —Cierto. Habrá que recuperarla.

      —No pensamos hacerlo por ti, ¿sabes? Ya nos has metido en