nada por ti.
—Dime al menos que me perdonas. Por favor, dime que no me guardas rencor. Después puedes matarme si quieres, pero...
—No te guardo rencor –dijo él–. Ya te he dicho que no siento nada por ti.
—Entonces –susurró ella–, ¿por qué yo no puedo dejar de quererte?
Kirtash la miró, pensativo, pero no respondió. Se volvió hacia la puerta, unas centésimas de segundo antes de que llegara Ashran.
La figura del Nigromante se recortaba, sombría y amenazadora, contra la luz que provenía del pasillo. Se había detenido en la puerta y observaba a Kirtash con una expresión indescifrable.
—Kirtash –su voz rezumaba ira contenida, y Victoria sintió un escalofrío–, ¿qué estás haciendo?
El joven se incorporó y le devolvió una mirada serena.
—Solo quería... –empezó, pero se interrumpió a mitad y frunció el ceño, un poco desconcertado.
—Ya veo –replicó Ashran–. Apártate de ahí. No quiero volver a verte cerca de esa criatura. Y mucho menos a solas.
—¿No confías en mí, mi señor? –preguntó el muchacho con suavidad.
—Es en ella en quien no confío.
Victoria sonrió para sus adentros, pero se le encogió el corazón al ver que Kirtash asentía, conforme, y se alejaba de ella. Vio también que Gerde había entrado en la estancia y estaba encendiendo de nuevo las antorchas con su magia. Kirtash dirigió a su padre una mirada interrogante.
—Nos atacan –dijo Ashran solamente.
—¿Qué? –pudo decir Victoria–. ¿Quién?
Nadie le prestó atención.
—Imaginaba que intentarían algo así –comentó Kirtash–. Aunque es un ataque desesperado. No tienen ninguna posibilidad, y lo saben.
—Tampoco tienen ya nada que perder –dijo Ashran, echando una breve mirada a Victoria, amarrada a la plataforma–. Saben que tenemos a la muchacha y que, si muere, su última esperanza morirá con ella.
—Pero, ¿cómo pueden haberlo adivinado? –intervino Gerde, frunciendo el ceño.
—Estamos resucitando el poder de la torre de Drackwen –explicó Kirtash–. Eso no es tan difícil de detectar. Habrán adivinado enseguida cómo lo estamos haciendo.
—Reúne a tu gente y organiza las defensas, Kirtash –ordenó Ashran–. Gerde y yo reforzaremos el escudo en torno a la torre.
—Para eso vamos a necesitar mucha más energía –hizo notar Gerde–. ¿Qué pasará si ella no lo aguanta?
Las pupilas plateadas de Ashran se clavaron en Victoria, que se estremeció de terror.
—Que morirá –dijo simplemente–. Pero, al fin y al cabo, eso era lo que pretendíamos desde el principio.
Gerde sonrió; asintió y se dirigió hacia la plataforma. Victoria entendió lo que estaba a punto de pasar.
—¡No! –gritó, debatiéndose, furiosa; pero solo consiguió que las cadenas se clavasen más en su piel–. ¡No os atreváis a volver a...! ¡No lo permitiré!
Quiso llamar a Kirtash, pero el joven ya salía de la habitación, sin mirar atrás. Sin embargo, Victoria oyó la voz de él en su mente: «Vas a tener que esforzarte mucho, Victoria. Puede que incluso tu cuerpo no lo soporte esta vez. Pero piensa en Jack. Eso te dará fuerzas».
Ella se volvió hacia él, sorprendida. Pero el shek ya se había marchado.
Aún le llegó un último mensaje telepático, sin embargo.
«Es una lástima...»; el pensamiento de Kirtash fue apenas un susurro lejano en su mente, y Victoria tuvo que concentrarse para no perderlo. «Eres hermosa», añadió él, por último.
Victoria aguardó un poco más, pero la voz de Kirtash no volvió a introducirse entre sus pensamientos. En aquel momento vio que las agujas vibraban otra vez, con más intensidad, y comenzaban a generar sobre ella aquella espiral de oscuridad que ya conocía tan bien. Se le encogió el estómago de angustia y terror, pero Gerde y Ashran estaba delante, y no pensaba darles la satisfacción de verla de nuevo en aquella situación tan humillante, de manera que les dirigió una mirada llena de antipatía. Gerde esbozó una de sus encantadoras sonrisas, se colocó junto a ella y se asió con las manos a dos de las agujas. Victoria percibió tras ella la presencia de Ashran, entre las otras dos agujas.
De inmediato, el artefacto comenzó a succionar energía a través de Victoria. Ella jadeó e intentó frenar aquel torrente de energía que la atravesaba, pero fue como si se hubiera plantado de pie bajo una violenta catarata.
Apretó los dientes y pensó en Jack, como le había aconsejado Kirtash. Y, para su sorpresa, funcionó. Evocó la dulce mirada de sus ojos verdes, su cálida sonrisa, su reconfortante abrazo, la ternura con la que él había cantado aquella balada, acompañado de su guitarra. Recordó el tacto de su pelo, su primer beso y la agradable sensación que había experimentado al despertar, apenas unas horas antes, y verlo dormido tan cerca de ella. Sonrió con nostalgia y se preguntó si volvería a verlo. En cualquier caso, se alegraba de haber podido decirle lo que sentía por él, antes de morir.
—Jack... –suspiró Victoria en voz baja, mientras el poder del Nigromante se aprovechaba de ella, una vez más, y la forzaba a extraer hasta la última gota de la magia de Alis Lithban.
Y, aunque no era consciente de ello, la estrella de su frente brillaba con la pureza e intensidad de la luz del alba.
Jack acarició el tronco del sauce.
—Te dije que te esperaría aquí mismo... –susurró, aun sabiendo que Victoria no podía escucharlo–. Que te esperaría... aquí mismo...
Desolado, se dejó caer sobre la raíz en la que solía sentarse cuando Victoria estaba allí. Ni siquiera la suave noche de Limbhad era capaz de mitigar su dolor.
Habían regresado a la Casa en la Frontera gracias a Allegra, que era una maga; incluso el Alma la había reconocido como aliada, pese a que era la primera vez que contactaba con ella, y le permitió la entrada en sus dominios, acompañada de Jack y de Alexander. Tal y como estaban las cosas, era mejor volver a Limbhad; si Victoria lograba regresar a la Tierra, aquel era el primer lugar al que acudiría.
Jack había rondado por toda la casa como un tigre enjaulado y, finalmente, había optado por dar un paseo por el bosque. Pero todos los rincones de aquel lugar le recordaban a Victoria, y en especial aquel sauce. Se le llenaron los ojos de lágrimas al comprender, por fin, por qué su amiga pasaba tantas noches en aquel lugar. Era un unicornio, una canalizadora. La energía pasaba a través de ella, y eso a la larga agotaba su propia energía; necesitaba, por tanto, recargarse, como se recarga una batería, y en aquel lugar se respiraba más vida que entre las cuatro paredes de una casa. Jack la recordó allí, acurrucada al pie del sauce, y evocó la noche en que le había dicho lo que sentía por ella. Entonces le había parecido que la muchacha brillaba con luz propia.
Tragó saliva. Ahora que sabía que Victoria era un unicornio, una criatura sobrehumana, comprendía mejor su relación con Kirtash. Ambos eran seres excepcionales en un mundo poblado por humanos, mediocres en comparación con ellos. Recordó que Victoria le había dicho a él, a Jack, que lo quería también; el chico se preguntó qué había visto en él. Seguramente, cuando ella asumiera su verdadera naturaleza, no se molestaría en volver a mirarlo dos veces.
Y, sin embargo, Jack no podía dejar de quererla, no podía dejar de sufrir su ausencia. En aquel momento no le importaban nada Idhún, la Resistencia ni la profecía. Solo quería que Victoria regresase sana y salva, aunque la perdiera para siempre. Deseó que Allegra estuviese en lo cierto y Kirtash la estuviera protegiendo en el fondo.
«Renunciaría a ella», se dijo. «Si Kirtash la