Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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de una gran ciudad. Una gran ciudad, porque a sus enemigos les resultaría más difícil detectarlas que si viviesen en un lugar más aislado. A las afueras, porque la naturaleza feérica de Allegra se marchitaría si pasara demasiado tiempo en el corazón de la urbe. Había escogido precisamente aquella mansión porque tenía un bosquecillo en la parte trasera, y Allegra supuso que un ser como Victoria necesitaría un espacio como aquel para refugiarse y renovar su energía.

      La casa estaba pensada para ser una fortaleza, para mantener a salvo a Victoria mientras crecía e iba, poco a poco, preparándose para afrontar el papel que el destino tenía reservado para ella. Pero aquella casa no podía protegerla de la poderosa criatura que Ashran había enviado tras sus pasos. Allegra se había dado cuenta de ello cuando, cuatro años atrás, en Suiza, Kirtash había estado a punto de alcanzar a la muchacha. Se había reprochado una y mil veces aquel descuido; pero Victoria se había unido a la Resistencia, y ahora no era Allegra la única que la protegía. Estuvo tentada de hablar con ella entonces, de contárselo todo, de contactar con la Resistencia. Pero Victoria estaba de vuelta en su cuarto todas las mañanas, y su luz propia, aquella luz que se reflejaba en sus ojos y que solo algunos, como Allegra, como Kirtash, podían detectar, brillaba con más intensidad. Su abuela sabía que había encontrado otro lugar mejor, un refugio aún más seguro que su propia casa, un espacio donde renovar su energía y sentirse a salvo de todo, incluso de Kirtash. Y supo entonces que tenía que guardar el secreto, porque Victoria necesitaba una vida tranquila, rutinaria, una vida como la otras chicas de su edad, para mantener su equilibrio emocional. Limbhad era más seguro que la mansión de Allegra, eso era cierto. Pero la vida que esta le había proporcionado era más segura que la que le ofrecía la Resistencia, y ambas vidas, ambos espacios, se compensaban mutuamente.

      De modo que Allegra se limitó a observar, no sin inquietud, cómo su protegida se iba preparando para ocupar su lugar en la historia de Idhún. Era arriesgado, porque había entrado en juego antes de tiempo, pero tenía sus ventajas. Victoria ya no era una niña inocente. Había sufrido, había aprendido mucho, había madurado. Estaba más preparada ahora de lo que lo hubiera estado si Shail, Jack y Alexander no hubiesen entrado en su vida, si se hubiese conformado con la protección que Allegra le ofrecía.

      Pero luego había entrado Kirtash en escena.

      Allegra sabía quién era él, había detectado su interés por Victoria. Fue consciente de las reuniones clandestinas de los dos jóvenes, y las observó, con inquietud, pero también con interés. Resultaba alarmante, pero no tenía la menor duda de que Kirtash ya conocía la identidad de Victoria y, a pesar de eso, no había tratado de matarla todavía. Comprendió entonces que el shek había quedado cautivado por la luz de Victoria; porque, aunque Kirtash pensara que seguía siendo fiel a su señor, lo cierto era que, protegiendo a la muchacha, se había convertido en un importante aliado de la Resistencia.

      Allegra cerró los ojos, cansada. Era una lástima haberlo perdido. No solo para la Resistencia, sino también por Victoria. Estaba claro que lo que ambos habían sentido el uno por el otro era muy intenso y muy real. De no ser así, Victoria no habría podido sufrir de aquella manera con el suplicio del joven, con o sin el Ojo de la Serpiente brillando en su dedo. Era, hasta cierto punto, lógico. Victoria y Kirtash eran dos seres muy semejantes, pero también radicalmente opuestos. Era inevitable que sintieran atracción el uno por el otro. Ashran debería haber previsto algo así.

      En tal caso... ¿dónde encajaba Jack? Porque era evidente que Victoria también sentía algo muy profundo hacia él; por tanto, no era un simple muchacho humano, debía de ser mucho más. Allegra lo había visto blandir a Domivat y había dado por sentado que era un hechicero poderoso, o tal vez un héroe. Pero ahora ya no estaba tan segura. Porque aquello no justificaba el inmenso afecto que Victoria sentía hacia él. Y tampoco lo que estaba contemplando en aquellos instantes.

      Para un observador humano, en la habitación solo había dos adolescentes dormidos, muy cerca el uno del otro. Pero Allegra veía perfectamente cómo sus dos auras se entrelazaban, tratando de fusionarse en una sola, cómo se comunicaban entre ellas, cómo se acariciaban la una a la otra, y no le cupo la menor duda de que necesitaban desesperadamente estar juntos, y que separarlos sería lo más cruel que podrían hacerles a ambos.

      Entrecerró los ojos. El aura de Jack era intensa, resplandeciente como un sol. No, aquel no era un muchacho corriente. No más que Victoria. ¿Sería posible, entonces, que...?

      Se sobresaltó. No, no podía ser cierto. Por otro lado, si lo era...

      ... Si lo era, Kirtash debía de haberlo adivinado tiempo atrás. Algo así no podía haber escapado a la aguda percepción del shek. Y, si Kirtash lo sabía, Ashran debía de saberlo también.

      Sintió un escalofrío. Si sus sospechas eran acertadas, lo único que se interponía entre el Nigromante y su victoria total estaba en aquella casa... en aquella habitación.

      No era un pensamiento tranquilizador. Allegra estuvo tentada de despertar a Alexander, que descansaba en una de las habitaciones de invitados, pero lo pensó con calma y decidió que era mejor dejarlos dormir a todos. Los necesitaría despejados para enfrentarse a lo que se avecinaba.

      Las defensas mágicas de la casa habían quedado muy debilitadas después del ataque de Gerde y los suyos. Allegra se dio cuenta de que no podía esperar al día siguiente para reforzarlas, de modo que decidió ponerse a ello inmediatamente. Pondría en juego todo su poder para convertir la mansión en una fortaleza inexpugnable en la que nadie pudiera entrar.

      Pero no cayó en la cuenta de que eso no impediría que los ocupantes de la casa salieran al exterior.

      Y, por desgracia, Kirtash ya había contado con ello.

      La piedra de cristal de Shiskatchegg relució durante un breve instante. Después, se apagó, pero no tardó en iluminarse de nuevo, con un leve resplandor verdoso.

      Victoria abrió los ojos lentamente. Vio el anillo justo frente a ella, porque su mano izquierda reposaba sobre la almohada, junto a su rostro. Lo vio relucir en la semioscuridad y jadeó, sorprendida, cuando se dio cuenta de lo que ello significaba. Estuvo a punto de ponerse en pie de un salto, pero se contuvo cuando sintió una presencia junto a ella. Se dio la vuelta y vio a Jack, dormido, a su lado. Por un momento se olvidó del anillo y sonrió con ternura. Suspiró imperceptiblemente y apartó con suavidad el brazo de Jack, que le rodeaba la cintura. El muchacho se movió en sueños, pero no se despertó. Victoria se inclinó sobre él para darle un beso de despedida en la mejilla.

      —Enseguida vuelvo –susurró, con el corazón latiéndole con fuerza.

      No tardó en salir de la habitación.

      Se deslizó por la casa, sin hacer ruido. Pasó por el salón, donde su abuela, agotada, se había quedado dormida en un sillón. Pero apenas se dio cuenta de que estaba allí. El Ojo de la Serpiente relucía mágicamente en la oscuridad, y ello podía significar que Christian estaba vivo. Nada, absolutamente nada, podría haber impedido que Victoria acudiese a su encuentro aquella noche.

      Salió al jardín y se detuvo, con el corazón latiéndole con fuerza. Sintió un escalofrío al ver el terreno destrozado y recordar la pelea de aquella tarde. Sin embargo, no tardó en sacudir la cabeza y volverse hacia el mirador, iluminado por la luna.

      Pero Christian no estaba allí. Victoria se llevó la mano a los labios, angustiada. Sin embargo, Shiskatchegg seguía brillando, y la muchacha se aferró a la esperanza de que no fuera un sueño, de que Christian se hubiera salvado y hubiera encontrado la manera de llegar hasta ella.

      Bajó corriendo las escaleras de piedra hasta el pinar. Se adentró entre los árboles, buscando a la persona a quien creía haber perdido. Se detuvo, indecisa, y miró a su alrededor.

      —¿Christian? –jadeó.

      Vio su figura un poco más allá, una sombra más fundiéndose con la noche; la habría reconocido en cualquier parte.

      —¡Christian!

      Victoria sintió que algo le iba a estallar en el pecho y corrió hacia él. Se lanzó a sus brazos, con tanto ímpetu que estuvo