risita burlona y cruel–. No tardarás en morir, Victoria, y tu Christian morirá contigo. No mereces a alguien como él.
—No –jadeó Victoria.
Logró incorporarse lo bastante como para alzar la cabeza hacia ella, y descubrió el brillo de la muerte en sus ojos, totalmente negros, y llenos de rabia, rencor... y celos.
Gerde alzó la mano. Entre sus dedos apareció una llama de fuego azul, que chisporroteó bajo la lluvia mientras se hacía más y más grande.
—Demasiado fácil –comentó el hada con desdén. Y lanzó la bola de energía contra Victoria.
Ella cerró los ojos, deseando haber podido hacer algo por Christian, deseando haber podido decirle a Jack que...
Se oyó algo parecido al chasquido de una enorme hoguera, y Victoria sintió una presencia ante ella. Abrió los ojos.
Y vio a Jack, plantado entre Gerde y ella, sosteniendo a Domivat en alto, orgulloso y fiero, seguro de sí mismo y, sobre todo, muy enfadado.
—No te atrevas a tocarla –le advirtió el muchacho, muy serio.
Gerde había tenido que saltar a un lado para esquivar la magia que había lanzado contra Victoria, y que la espada de Jack había hecho rebotar contra ella. Lo miró un momento, desconcertada, pero Jack no esperó a que ella se recuperara de la sorpresa. Lanzó una estocada directa al corazón del hada.
Ella reaccionó deprisa. Alzó las manos con las palmas abiertas, generó algo parecido a un destello de luz, y la espada de Jack chocó contra un escudo invisible. Saltaron chispas.
Los dos se miraron un momento. Jack captó, de pronto, el halo sensual que rodeaba a Gerde, y se quedó contemplándola, fascinado. El hada era ligera y delicada como una flor, pero su rostro, de rasgos extraños y sugestivos, lo atraía con la fuerza de un poderoso imán; los labios de ella se curvaron en una sonrisa cautivadora, y Jack deseó besarlos, sin saber por qué.
La sonrisa de Gerde se hizo más amplia.
—Acércate... –canturreó, y su voz sonó tan seductora como el canto de una sirena.
Jack bajó la espada y dio un par de pasos hacia ella, embelesado. Pero entonces, la miró a los ojos, y se vio reflejado en ellos, dos enormes pozos negros llenos de secretos y misterios. Y se dio cuenta de que no había luz en aquellos ojos, y echó de menos la clara mirada de Victoria.
Y despertó del hechizo, justo a tiempo de ver a Gerde entrelazando las manos en un gesto extraño. Jack lanzó un grito de advertencia, retrocedió y asestó un golpe en el aire con su espada; sintió que algo muy tenue se rompía, y supo que acababa de desbaratar el hechizo que Gerde había intentado arrojar sobre él. El hada lanzó un grito de rabia y frustración y lo miró con odio, y Jack se dio cuenta de que su rostro ya no le parecía tan hermoso. Blandió a Domivat y se lanzó contra ella.
En aquel momento, Victoria gritó, arrodillada sobre el barro, bajo la lluvia inmisericorde. El dolor de Christian era cada vez más intenso, y la muchacha sabía que él no aguantaría mucho más. La sola posibilidad de que Christian pudiera morir por su culpa le resultaba insoportable.
Y, en su dedo, Shiskatchegg seguía transmitiéndole las emociones de Christian, y Victoria no pudo aguantar más. Echó la cabeza atrás y volvió a gritar por Christian, por no poder hacer nada por él y tener que verse obligada a saber lo mucho que estaba sufriendo.
Jack se volvió hacia ella, desconcertado, y eso casi le costó la vida. Gerde lanzó un ataque mágico contra él, y aquella energía le dio de lleno en el hombro, lanzándolo violentamente hacia atrás.
—¡Jack! –gritó Victoria.
Se incorporó a duras penas. Vio que Jack se levantaba, tambaleándose; vio que miraba a Gerde con un brillo de determinación en los ojos, y supo que debía ayudarle. Intentó correr hacia él, pero el anillo volvió a decirle, una vez más, lo mucho que estaba sufriendo Christian, y Victoria tropezó con sus propios pies y cayó al suelo. Sintió que la invadía la ira y la impotencia. Alzó la cabeza para mirar a Jack, lo vio lanzar estocadas contra la hechicera, ignorando su hombro herido, y supo que tenía que hacer algo. No serviría de nada que se quedase ahí, sufriendo por Christian, sin poder hacer nada por él. Se levantó de nuevo.
Otra vez, el dolor de Christian la sacudió como una descarga, y en esta ocasión fue mucho más intenso. Victoria gritó y, sin poder soportarlo más, se arrancó el anillo del dedo.
Y entonces, silencio.
Shiskatchegg titiló un momento, y su luz se apagó.
Muy lejos de allí, en la Torre de Drackwen, Christian gritó de nuevo. Buscó la luz en la oscuridad, pero en esta ocasión, no la encontró. Y se sintió de pronto muy solo y vacío, y un soplo helado le apagó el corazón.
«¿Victoria?», la llamó, vacilante. Pero ella no contestó. Podía estar muerta, o tal vez lo había abandonado a su suerte. Cualquiera de las dos posibilidades resultaba angustiosa.
«Victoria...», repitió Christian.
Pero, de nuevo, solo se escuchó el silencio. Y Christian se vio solo, solo entre tinieblas, demasiado débil para resistir aquel manto de hielo que poco a poco se iba apoderando de su alma.
Victoria notó como si la hubieran liberado de una pesada carga. Sabía que Christian seguía sufriendo, pero ya no lo sentía de la misma manera que antes.
Miró a su alrededor; vio que todo el jardín estaba sembrado de cadáveres de trasgos, y que apenas quedaban unos cuantos en pie, y contempló a Jack con un nuevo respeto.
Con todo, el chico empezaba a estar cansado, y Gerde era una enemiga peligrosa.
Victoria recogió su báculo y acudió en ayuda de su amigo.
Tres trasgos le salieron al encuentro, pero Victoria, furiosa, volteó el báculo y los hizo estallar a todos en llamas.
Jack la vio y sonrió. Y ya no le hizo falta la ayuda de nadie. Seguro de que Victoria sabría cuidarse sola, lanzó un nuevo golpe hacia Gerde, liberando gran parte de su energía oculta a través de la espada. La hechicera intentó defenderse, pero Domivat resquebrajó su defensa mágica, al igual que, días atrás, había quebrado a Haiass.
Hubo una llamarada y un grito y, cuando Victoria pudo volver a mirar, vio a Gerde en el suelo, contemplando, temerosa, a Jack, que se alzaba ante ella, temblando de cólera, con la espada todavía irradiando energía ígnea y un extraño fuego iluminando sus ojos verdes.
Victoria se reunió con él; algo en su frente centelleaba como una estrella, y su aura parecía proyectar una energía pura y antigua, una magia que estaba más allá de la comprensión humana. Gerde los miró y los vio diferentes, más poderosos, seres formidables contra los que no podía luchar. Sacudió la cabeza y lanzó un amargo grito de rabia.
Y su cuerpo generó una luz tan intensa que Jack y Victoria tuvieron que cerrar los ojos y, cuando los abrieron, el hada ya no estaba allí.
Jack y Victoria se miraron. Quedaron atrapados en los ojos del otro durante un segundo en el que el tiempo pareció detenerse; y después, heridos y agotados, pero satisfechos, se abrazaron con fuerza.
Habían vencido.
Ashran rió suavemente. A sus pies, el muchacho seguía temblando, encogido sobre sí mismo. Parecía que nada había cambiado y, sin embargo, el Nigromante intuía que sus esfuerzos por fin empezaban a dar fruto.
—Dime quién eres –exigió, por enésima vez.
El joven se levantó, vacilante. Logró ponerse de pie. Sacudió la cabeza para apartar el pelo de la frente y clavó en el Nigromante una mirada tan fría como la escarcha.
—Soy Kirtash, mi señor –dijo, con una voz demasiado indiferente para ser humana.
Ashran asintió, complacido. Se volvió un momento hacia la puerta, donde aguardaba, en un silencio respetuoso,