Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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quedó de una pieza. Por la expresión de su rostro, no parecía que él la hubiese reconocido. Pero Allegra no había terminado de hablar.

      —Y tú debes de ser Jack –dijo, volviéndose hacia él–. Victoria me ha hablado de ti.

      Jack enrojeció un poco, sin saber qué decir. Victoria también se había quedado sin habla. Llevaba un rato sospechando que su abuela sabía más de lo que aparentaba, pero... ¿de qué conocía a Alexander?

      —¿Qué...? –pudo decir, perpleja–. ¿Cómo sabes...? Pero en aquel momento el dolor de Christian volvió a sacudir sus entrañas, y gimió, angustiada. Jack la sostuvo para que no cayera al suelo. Allegra los miró con un profundo brillo de comprensión en los ojos. Vio cómo Jack ayudaba a Victoria a sentarse en el sillón, percibió la inquietante mirada de Alexander clavada en ella. Nada de esto pareció extrañarla ni intranquilizarla lo más mínimo.

      —Lo sé porque yo no soy terrestre, niña –dijo con gravedad–. Soy idhunita, y llegué a este mundo hace varios años, huyendo del imperio de Ashran y los sheks.

      —¡Qué! –exclamó Victoria–. ¿Eres... una hechicera idhunita exiliada? ¿Entonces sabías...?

      Allegra la miró y sonrió con cariño. Se sentó junto a ella en el sofá. Victoria la miró con cautela. Se sentía muy confusa, como si estuviera viviendo un extraño sueño. Había pasado tres años esforzándose por ocultarle a su abuela todo lo referente a su doble vida, la que tenía que ver con Idhún, Limbhad y la Resistencia. Resultaba demasiado extraño pensar que ella pertenecía también a ese mundo. Sintió que se mareaba.

      —Sabía quién eras desde el principio, Victoria –dijo Allegra–. Desde que empezaron a manifestarse tus poderes en el orfanato. Y por eso te adopté. Para cuidarte y protegerte hasta que pudiéramos regresar juntas a Idhún.

      Victoria sintió que le faltaba el aire.

      —No, no es verdad. No... tú no puedes ser idhunita. Es... demasiado extraño.

      Allegra sonrió.

      —Mírame –dijo.

      La chica obedeció. Y entonces, algo en su abuela se transformó, y Victoria vio su verdadero rostro, un rostro etéreo, hermoso, enmarcado por una melena plateada, y sobre todo viejo, muy viejo, aunque no hubiera arrugas en él. Pero eran los enormes ojos negros de Allegra, todo pupila, como los de Gerde, los que habían contemplado durante siglos el mundo de Idhún bajo la luz de los tres soles, los que hablaban de secretos y profundos misterios, los que parecían conocer la respuesta a todas las preguntas, porque habían visto mucho más que cualquier mortal.

      —Eres...

      —En Idhún, a los de mi raza se nos llama feéricos. Soy un hada, Victoria.

      Entonces, Alexander la reconoció:

      —¡Aile! –exclamó, sorprendido.

      Jack y Victoria los miraron a los dos, atónitos.

      —¿Ya os conocíais? –preguntó Jack.

      —Nos conocimos en la Torre de Kazlunn –explicó ella, recuperando de nuevo su aspecto humano–. Yo pertenecía al grupo de hechiceros que enviaron al dragón y al unicornio a la Tierra. Después, ellos decidieron mandar a Alsan y a Shail a buscarlos, pero nosotros, los feéricos, intuíamos que era una tarea demasiado ingente para dos personas nada más, de manera que decidimos por nuestra cuenta... que yo viajaría también a la Tierra, para echar una mano.

      —Entonces, ¿por qué no te pusiste en contacto con nosotros? –preguntó Alexander, frunciendo el ceño.

      —Porque Shail y tú llegasteis a la Tierra diez años después que yo, muchacho. Llegué a creer que os habíais perdido por el camino.

      —¿¡Diez años!? –exclamó Alexander–. ¡Eso es imposible! Eso querría decir que...

      —Hace quince años que los sheks gobiernan sobre Idhún, príncipe Alsan. Y no hace ni cinco años que vosotros llegasteis a la Tierra y formasteis la Resistencia. De hecho... llegasteis a la vez que Kirtash...

      —... que tenía solo dos años el día de la conjunción astral que mató a dragones y unicornios –recordó Jack, de pronto–. Hace... quince años... Pero esto... esto es una locura.

      —Por alguna razón que desconozco, hubo un desajuste temporal en vuestro viaje. Y ese tiempo no ha pasado por vosotros. Alsan, tú tendrías dieciocho años cuando te vi por primera vez en la torre, y... ¿cuántos tienes ahora?

      ¿Veintidós, veintitrés? Deberías tener más de treinta.

      —No es... posible –murmuró Alexander, atónito.

      —¿Pero por qué no me dijiste nada? –estalló Victoria–. Si lo sabías todo, ¿por qué me lo ocultaste?

      Allegra suspiró.

      —Porque quería que vivieses una vida normal, como cualquier niña normal. Luego llegó Kirtash, y antes de que me diera cuenta ya te escapabas todas las noches a un lugar donde yo no podía encontrarte. Yo había oído hablar de la Resistencia y también conocía las leyendas sobre Limbhad: no tuve más que atar cabos. Me di cuenta de que ya conocías gran parte de la información que yo había tratado de ocultarte. Pero también advertí que regresabas todas las mañanas para ir al colegio, para estar aquí, conmigo, para llevar una vida normal. Y eso es lo que he intentado darte, Victoria, porque era lo que necesitabas de mí. Hasta que llegara el momento...

      —¿El momento? –repitió Victoria, mareada.

      —El momento en que todo será revelado –respondió Allegra, levantándose, con decisión–. Y ese momento está cerca. Ya no queda mucho tiempo, así que más vale que dejemos las explicaciones para más tarde.

      —¿Por qué? –quiso saber Alexander, irguiéndose–.

      ¿Qué es lo que va a pasar?

      —Nuestros enemigos están preparando una ofensiva a la casa –explicó Allegra–. He creado una protección mágica alrededor, una burbuja que nos separa del resto del mundo y que, por el momento, nos mantiene a salvo. Pero ellos no tardarán en traspasarla, y debemos estar preparados –miró a Jack y Alexander–. Hemos de defender esta casa. Si nos obligan a retroceder hasta Limbhad, ya no quedará un solo sitio seguro en la Tierra para Victoria.

      Victoria abrió la boca para preguntar algo... muchas cosas, en realidad; pero no podía seguir ignorando el tormento de Christian, no podía seguir hablando cuando él estaba sufriendo.

      —No me importa la casa –dijo, levantándose–. Tenemos que volver a Idhún ahora. Están torturando a Christian y, si no hacemos algo pronto, lo matarán...

      —Christian es Kirtash –explicó Jack, algo incómodo.

      —Lo había supuesto –asintió Allegra–. Lo he visto rondar por aquí más de una vez.

      —¿Cómo? –rugió Alexander; sus ojos se encendieron con un fuego salvaje–. ¿Lo sabías? ¿Y has permitido que se acercase a ella? ¿Qué clase de protectora eres tú?

      Allegra sostuvo su mirada sin pestañear.

      —Kirtash es un aliado poderoso, Alsan. Y ha decidido proteger a Victoria. No soy tan estúpida como para rechazar una ayuda tan providencial como esa. Te recuerdo que no andamos sobrados de recursos.

      —¡Pero es un shek, por todos los dioses! ¡No pienso...!

      —¡Dejad de discutir! –gritó Victoria, desesperada–. ¡Mientras nosotros estamos aquí hablando, Christian se está muriendo! ¡No me importa lo que penséis al respecto, yo voy a...!

      No pudo terminar la frase, porque de pronto algo parecido a un poderoso trueno pareció desgarrar los cielos. Allegra alzó la cabeza, inquieta.

      —Ya está –dijo–. Han pasado.

      Corrió hasta la ventana y se asomó al exterior,