Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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volverá a ser el príncipe orgulloso e invencible que todos recordamos. Entonces será tuyo. A cambio, solo quiero que me traigas a esa muchacha... muerta –cogió al hada por los hombros y la obligó a mirarlo a los ojos; Gerde no pudo sostener aquella mirada, y bajó la cabeza, intimidada–. No me importa cuántos hechizos la protejan. Estás aquí porque eres una maga poderosa. Demuéstrame que no me has hecho perder el tiempo, Gerde. Demuéstrame que puedes serme útil. Y, cuando Victoria esté muerta, Kirtash será tuyo.

      Gerde inclinó la cabeza.

      —Se hará como deseas, mi señor –respondió, con una ambigua sonrisa.

      Ashran le indicó que podía retirarse, y el hada se alejó hacia la puerta. Se quedó allí un momento, sin embargo, para ver qué sucedía a continuación.

      Ashran se había vuelto de nuevo hacia Christian, que trataba de ponerse en pie.

      —Dime quién eres.

      El muchacho consiguió levantar la cabeza, y miró a su padre por debajo de los mechones de cabello castaño, húmedos de sudor, que le caían sobre los ojos.

      —Me llamo... Christian –repitió, con un tremendo esfuerzo.

      Ashran cerró el puño. El dolor volvió, intenso, lacerante. Christian no pudo soportarlo más: echó la cabeza atrás y gritó, torturado por aquella magia oscura y retorcida que lo estaba destrozando por dentro. En esta ocasión, el tormento duró mucho más.

      Gerde sonrió, complacida, y salió en silencio de la sala, para cumplir la misión que le habían encomendado.

      Victoria cruzó el pasillo de Limbhad como una bala y tropezó con Alexander.

      —¿Qué...? –pudo decir el joven, perplejo–. Victoria, ¿qué te pasa?

      —... Christian... báculo... –pudo decir ella.

      Y echó a correr sin más explicaciones. Alexander no entendía nada, pero intuyó que era algo grave, y salió corriendo tras ella.

      —¡Victoria! –la llamó.

      Se encontró con Jack en el pasillo.

      —¿Qué pasa, Alexander?

      —No lo sé. Victoria se ha vuelto loca. Creo que ha ido abajo, a por el Báculo de Ayshel.

      Jack lo miró, alarmado.

      —Tenemos que detenerla –dijo–. No sé qué le pasa, pero no debe ir a ninguna parte, ¿me oyes? Hay alguien que intenta matarla.

      —¿Qué? ¿A qué te refieres?

      —Te lo contaré más tarde. ¡Vamos!

      Alcanzaron a Victoria en la sala de armas. La muchacha ya había cogido el báculo e iba a salir corriendo. Jack trató de retenerla, pero no lo consiguió. La chica lo miró un momento, con una profunda desesperación pintada en sus ojos. Se entendieron sin palabras.

      Victoria dio media vuelta y salió corriendo pasillo abajo.

      —¡Victoria! –la llamó Alexander, dispuesto a salir tras ella.

      —Espera –lo detuvo Jack–. No vas a poder pararla.

      —¿La vas a dejar marchar así? –preguntó Alexander, estupefacto.

      Jack negó con la cabeza.

      —No, amigo. Coge a Sumlaris: vaya donde vaya, nosotros nos vamos con ella.

      Victoria cayó de rodillas ante la esfera del Alma, sollozando. Christian seguía sufriendo, ella lo sabía con espantosa certeza, y no podía hacer nada para ayudarlo. Estaba en un mundo al que el Alma no podía llegar.

      —Por favor... por favor... –musitó–. Por favor...

      Pero no había manera. La Puerta interdimensional estaba cerrada. La había cerrado el Nigromante poco después de que Alsan y Shail la cruzaran, tiempo atrás, en su viaje a la Tierra, y ahora estaba controlada por él y los sheks, y pocas personas podían atravesarla a su antojo.

      Una de estas personas era, precisamente, Christian.

      Victoria se llevó a los labios el Ojo de la Serpiente, que palpitaba en un tono rojizo, y sintió como si cada pulsación de la joya fuera un grito de auxilio al que ella no podía responder.

      —Aguanta, Christian, por favor, aguanta –susurró al anillo–. Iré a buscarte, te sacaré de allí, en cuanto sepa cómo llegar hasta ti.

      —Está en Idhún, ¿verdad? –dijo una voz tras ella.

      Victoria se volvió. Vio en la puerta a Jack y Alexander. Este se había ceñido Sumlaris al cinto, mientras que Jack se había ajustado a la espalda una vaina que contenía su preciada Domivat. Ella comprendió sus intenciones y les dirigió una mirada de agradecimiento.

      —Sí –musitó–. El Alma no puede mostrarme su imagen, pero...

      —Lo han descubierto, ¿no es así?

      Victoria asintió, con los ojos llenos de lágrimas.

      —Jack, le están haciendo algo, no sé qué es... Lo están... torturando...

      —¿De quién estáis hablando? –intervino Alexander, ceñudo.

      —De Kirtash –murmuró Jack–. Ha arriesgado su vida para proteger a Victoria, vino a advertirla de que el Nigromante había enviado a un asesino a buscarla... y ahora paga las consecuencias de su traición.

      —¡Qué! –exclamó Alexander.

      Jack había cruzado la habitación en dos zancadas para ir a abrazar a Victoria.

      —Él lo sabía, Jack –sollozó ella–. Sabía que acabarían descubriéndolo, y, sin embargo... se arriesgó por mí.

      —Sí –reconoció Jack, a su pesar–. No hay duda de que el muy canalla es valiente.

      —Mi abuela tenía razón, es inútil, no voy a poder llegar hasta él... –se calló de pronto y miró a Jack, con los ojos muy abiertos.

      —¿Tu abuela? –repitió Jack, desconcertado.

      —¡Es verdad! –exclamó Victoria, recordando su conversación con Allegra e intuyendo muchas cosas–. ¡Tenemos que volver a casa!

      —Dime quién eres –dijo el Nigromante, por tercera vez.

      Christian se dejó caer al suelo, exhausto. Respiraba con dificultad y temblaba como un niño bajo el poder del Nigromante. Sería tan fácil... ceder... y dejar de sufrir...

      Acarició por un momento la idea de dejarse llevar, y volver a ser una criatura poderosa, ajena a las emociones y a las dudas, libre de las debilidades humanas, un ser casi invencible.

      Pero pensó en Victoria. Y apretó los dientes.

      —¡Mi nombre es... Christian! –exclamó, y aquella palabra sonó como un grito de libertad y le hizo sentirse mucho mejor.

      Pero no duró mucho. Ashran cerró el puño con más fuerza. El dolor se hizo más intenso. Espantosamente intenso. Insoportable. Y Christian sabía que se alargaría mucho, mucho más.

      Pronto, los gritos del joven shek se oyeron por toda la torre de Drackwen.

      Encontraron a Allegra de pie junto a la ventana, contemplando la lluvia. Victoria se sintió inquieta por un momento. ¿Y si no había oído bien? ¿Y si todo habían sido imaginaciones suyas, y su abuela era exactamente lo que ella había creído siempre, es decir, una adinerada anciana italiana? Podría presentarle a Jack (y, de hecho, ella estaría encantada de conocerlo), pero sería más difícil explicar la presencia de Alexander. Nadie se sentía cómodo cerca de él.

      —Abuela... –titubeó Victoria.

      Allegra se volvió hacia ellos y les dirigió una larga mirada pensativa. No pareció sorprenderse al ver a