iluminó su rostro, y el joven sonrió, satisfecho. La espada volvía a estar entera.
—Bienvenido a casa, hijo –dijo Ashran, sonriendo también.
Victoria cayó de rodillas sobre el barro. Había dejado de llover, y unos tímidos rayos de sol empezaban a iluminar el jardín.
—Por favor... –suplicó la muchacha, con los ojos llenos de lágrimas–. Por favor, dime que estás ahí. Dime que existes todavía. Te lo ruego.
Pero Shiskatchegg, que adornaba de nuevo su dedo, permaneció mudo y frío. Victoria se encogió sobre sí misma y se llevó la piedra a los labios.
—Christian –susurró–. Christian, lo siento. Por favor, dime que no te has ido. Por favor... perdóname...
Se le quebró la voz y se echó a llorar, encogiéndose sobre sí misma. La luz de Christian se había apagado, no sentía a nadie al otro lado. Y eso quería decir que, probablemente, el joven shek estaba muerto. Victoria gritó a los cielos el nombre de Christian, mientras Allegra y Alexander la observaban, sin saber qué hacer para consolarla.
Jack se acercó, se arrodilló junto a ella y la abrazó por detrás. Victoria siguió llorando la pérdida de Christian, mientras pronunciaba su nombre una y otra vez, y besaba el anillo, ahora muerto y frío; y Jack la abrazaba con fuerza, en silencio, meciéndola suavemente, tratando de calmar con su presencia aunque solo fuera una mínima parte de su dolor.
Victoria alzó la mirada hacia lo alto y aún susurró:
—Christian...
Pero en el fondo sabía que él ya no podía escucharla.
XII
TRAICIÓN
H
AS fracasado –siseó el Nigromante, y Gerde se encogió de miedo ante él.
—Esos dos... son seres poderosos, mi señor. Mi magia no ha podido derrotarlos.
—Ni podrá –intervino la fría voz de Kirtash desde el fondo de la sala–. Ya han despertado; Gerde ya no es rival para ellos.
Ashran se volvió hacia su hijo, que estaba de espaldas a él, asomado al ventanal.
—¿Insinúas que tengo que enviarte a ti otra vez? Kirtash se dio la vuelta y lo miró.
—Puedes enviar a cualquier otro, mi señor, pero sabes que fracasará.
—Eso es cierto –reconoció Ashran–. Pero no quiero correr riesgos, Kirtash. Deben morir, al menos uno de los dos. Y me parece que la chica es la más vulnerable.
—Y la única a la que podemos utilizar –murmuró Kirtash.
—¿Qué quieres decir? –Ashran le dirigió una mirada peligrosa, pero el muchacho se había asomado de nuevo a la ventana, pensativo, y señaló el bosque de Alis Lithban, que se extendía ante él.
—Mira, mi señor. Alis Lithban está muriendo, y es el lugar más mágico de toda nuestra tierra.
Ashran contempló el paisaje que Kirtash le mostraba. El antaño exuberante bosque de los unicornios aparecía ahora mustio, marchito y gris bajo la luz de los tres soles.
—Se debe a la desaparición de los unicornios –dijo el Nigromante, sin entender a dónde quería llegar a parar Kirtash–. Ellos canalizaban la energía de la tierra de Alis Lithban y la repartían por todo el bosque. Sin ellos, la energía se ha estancado, ya no fluye.
—Pero sigue ahí –dijo Kirtash en voz baja; alzó la cabeza para clavar en su padre la mirada de sus ojos azules–. Y, si sigue ahí, nosotros podemos extraerla. Y concentrarla en un punto, como por ejemplo... esta torre.
Ashran entornó los ojos, considerando la propuesta del muchacho.
—Si renováramos la magia de la Torre de Drackwen –dijo, despacio–, se convertiría en una fortaleza inexpugnable. Como lo fue en tiempos antiguos.
Kirtash asintió.
—Y, por fin, todo Idhún caería en tus manos, mi señor. Incluyendo a los feéricos renegados del bosque de Awa y a los pocos hechiceros que resisten todavía en la Torre de Kazlunn. Y después... podrías conquistar otros mundos.
—Otros mundos... como la Tierra, ¿no es cierto? He observado que te gusta mucho la Tierra.
Kirtash se encogió de hombros.
—Es un buen lugar para vivir –comentó solamente.
El Nigromante se separó de la ventana.
—Ya veo lo que quieres decir. La chica podría hacerlo.
Kirtash asintió.
—Y solo ella, mi señor. La mataré si ese es tu deseo, pero, si lo hago, perderíamos la oportunidad de resucitar la Torre de Drackwen. Decide, pues, si deseas que muera, o que viva para servirnos, y yo actuaré en consecuencia.
Ashran lo miró fijamente.
—¿Puedes traerla hasta aquí? ¿Hasta la Torre de Drackwen? Si es cierto que ha despertado, su poder será mucho mayor que antes.
—Tal vez. Pero tiene un punto débil.
—¿De veras? –el Nigromante alzó una ceja, con interés–. ¿Y cuál es ese punto débil?
Kirtash esbozó una fría sonrisa.
—Yo –dijo solamente.
Allegra recorrió en silencio los pasillos de su casa, agotada. Era ya de noche y la mansión estaba tranquila. Pero ella se sentía inquieta, y dudaba que pudiera dormir como lo hacían sus invitados.
Se deslizó por el corredor y se detuvo ante la habitación de Victoria. Se asomó sin hacer ruido para no despertar a Jack y a la muchacha. Los vio tendidos sobre la cama, dormidos el uno junto al otro, exhaustos. El brazo de Jack rodeaba la cintura de Victoria, en ademán protector, y Allegra sonrió.
Había sido una tarde muy larga. Victoria estaba destrozada y no tenía fuerzas para hacer más preguntas. Incluso cuando había llorado tanto que ya no le quedaban más lágrimas, había seguido encogida sobre sí misma, en un rincón, con la mirada perdida y la cabeza gacha, repitiendo en voz baja: «Es culpa mía, es culpa mía...» Jack la había llevado a su habitación para que descansara. Allegra la había oído llorar otra vez desde el salón, había oído las palabras de consuelo que le susurraba Jack, y cómo los sollozos de ella se iban calmando poco a poco hasta que la joven, agotada, había terminado por dormirse en brazos de su amigo, que se había quedado junto a ella para velar su sueño.
Allegra no dudaba de que Victoria soñaría con Christian, y agradeció que estuviera Jack a su lado para reconfortarla con su presencia.
Se apoyó en el marco de la puerta y se quedó mirándolos un rato más. Pudo percibir el fuerte lazo que los unía, un afecto tan intenso, tan palpable, que Allegra no pudo evitar preguntarse de dónde procedía.
Contempló a Jack con un nuevo interés, y se preguntó quién era él en realidad. Debía de ser alguien especial o, de lo contrario, Victoria jamás se habría fijado en él. Allegra movió la cabeza, preocupada. Victoria estaba tan distante del resto de los mortales como lo estaba la luna de la tierra, pero nunca se lo había dicho y, aunque había ensayado miles de veces las palabras que emplearía, ahora que había llegado el momento de revelarle cuál era el misterio de su existencia le faltaba valor. Victoria necesitaba descansar, y por ello Allegra había decidido dejar las conversaciones importantes para el día siguiente, para decepción de Alexander, que había exigido varias veces saber qué estaba ocurriendo exactamente. Pero Allegra no consideraba justo que él se enterase antes que Victoria, y se había mantenido firme.
Contempló a la chica dormida con infinito cariño. Había pasado siete años buscándola en el caótico mundo en el que se había perdido, pero al final la había encontrado. Al igual que Gerde, Allegra tenía una habilidad especial