Frank Ostaseski

Las cinco invitaciones


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hasta ahora, a cientos de profesionales de la salud y creado una red nacional de médicos, educadores y defensores de individuos con dolencias que ponen en peligro su vida.

      Por último, hace varios años enfrenté una crisis personal de salud, un infarto que me puso cara a cara con la mortalidad. Esta experiencia me enseñó que la perspectiva desde el otro lado de las sábanas es muy diferente. Despertó en mí aún más empatía con las dificultades que he visto padecer a mis alumnos, pacientes, amigos y familiares.

      Es muy común que en la vida lleguemos más lejos de lo que creímos, y cruzar ese límite nos impulsa a la transformación. Alguien dijo una vez: “La muerte no llega a ti, sino a quien los dioses preparan”. Siento que esto es cierto. La persona que soy ahora, que vive dentro de este relato, no es precisamente la misma que morirá en unos años; la vida y la muerte me harán cambiar. Seré distinto en formas fundamentales. Para que algo nuevo emerja en nosotros debemos estar abiertos al cambio.

      La sociedad hoy está más abierta que antes a hablar de la muerte. Hay más libros sobre el tema, los centros de cuidados paliativos se han incorporado formalmente a la atención a la salud y disponemos de leyes avanzadas respecto al cuidado que reciben los enfermos terminales. La muerte asistida por un médico ya es legal en varios estados de Estados Unidos, así como en otros países.

      Sin embargo, aún predomina la visión de que morir es un suceso médico y que lo más que podemos esperar es extraer lo mejor de una mala situación. He visto sufrir a personas que se acercan a la muerte sintiéndose víctimas de las circunstancias, de las consecuencias negativas de factores que escapan de su control o, peor todavía, que creen haber sido las únicas causantes de sus problemas. Demasiada gente muere con angustia, culpa y temor. Nosotros podemos hacer algo para impedirlo.

      Una vida iluminada por la certeza de la muerte anima tus decisiones. La mayoría de nosotros esperamos morir en casa rodeados de nuestros seres queridos y reconfortados por lo que conocemos,4 pero es muy raro que esto suceda. Aunque siete de cada diez personas aseguran que preferirían fallecer en casa, setenta por ciento de ellos mueren en un hospital, hogar de reposo o centro de salud.5

      El lugar común dice: “Morimos como vivimos”. Sé por experiencia que esto no es del todo cierto. Pero supongamos que lleváramos una vida atenta a lo que la muerte puede enseñarnos en vez de querer evitar lo inevitable. Podemos aprender mucho de cómo vivir plenamente cuando accedemos a acercarnos a la muerte.

      Supongamos que dejáramos de fraccionar la muerte y de separarla de la existencia. Imagina que consideráramos la muerte como una última etapa de desarrollo, que ofrece una oportunidad de transformación sin precedentes. ¿Seríamos capaces de ver a la muerte como si se tratara de una maestra consumada para preguntarle cómo debemos vivir?

      El lenguaje que empleamos desempeña un papel de importancia en nuestra relación con la muerte y el morir. A mí no me gusta usar la expresión los agonizantes Morir es una experiencia por la que pasamos, no nuestra identidad. Tal como ocurre con otras generalizaciones, cuando agrupamos en un mismo conjunto a todas las personas que pasan por una experiencia particular, perdemos de vista la singularidad de la experiencia y lo que cada individuo puede ofrecer.

      Morir es un acto inevitable e íntimo. Yo he visto a personas comunes y corrientes desarrollar al final de su existencia discernimientos muy profundos y pasar por un impresionante proceso de transformación del que emergen como individuos mejores, más plenos y mucho más auténticos que antes, cuando se consideraban seres restringidos y aislados. Éste no es un final feliz de cuento de hadas que contradiga el sufrimiento previo, sino una forma de trascender la tragedia. El descubrimiento de esta capacidad ocurre regularmente en los últimos meses, días o hasta minutos de vida.

      “Demasiado tarde”, podrías decir y quizá yo estaría de acuerdo contigo; pero lo valioso de esto no es por cuánto tiempo esos individuos disfrutaron de tal experiencia, sino la posibilidad de que esta transformación exista.

      Las lecciones de la muerte están al alcance de todos los que decidan aproximarse a ella. Yo he visto abrirse el corazón, no sólo de las personas que están a punto de morir, sino también de sus cuidadores. Ellos hallaron en su interior un amor profundo que no sabían que tenían; descubrieron una profunda confianza en el universo y en la bondad de la humanidad que no los abandonó nunca, pese al sufrimiento con que tropezaron.

      Si esa posibilidad existe al momento de morir, existe también aquí y ahora.

      La exploración de ese potencial es en lo que nos sumergiremos juntos a lo largo de estas páginas: la innata capacidad de amor, confianza, perdón y paz que vive dentro de cada uno de nosotros. Este libro nos recordará algo que ya sabemos, algo que las grandes religiones tratan de explicar, pero que suele perderse en la interpretación. La muerte es mucho más que un suceso médico; es un momento de desarrollo, un proceso de transformación. Nos abre a las más profundas dimensiones de nuestra humanidad. Despierta presencia, una intimidad con nosotros mismos y con todo lo vivo.

      Las grandes tradiciones espirituales y religiosas cuentan con un extenso número de nombres para lo innombrable: Dios, el Absoluto, la Naturaleza, el Ser Auténtico. Todos estos nombres son demasiado reducidos; de hecho, todos estos nombres son dedos que apuntan a la luna. Te invito a traducir los términos que empleo de tal manera que te ayuden a entrar en contacto con lo que conoces y en lo que más confías en el fondo de tu corazón.

      Usaré el simple término ser para referirme a aquello que es más amplio y profundo que nuestra personalidad. En el centro de todas las enseñanzas espirituales reside la comprensión de que ese ser es nuestra naturaleza benévola fundamental. Nuestro concepto de nosotros mismos, nuestro modo usual de experimentar la vida, es adquirido. El condicionamiento que tiene lugar mientras crecemos y nos desarrollamos puede esconder nuestra bondad innata.

      El ser posee ciertos atributos o cualidades esenciales que están latentes en cada uno de nosotros. Esas cualidades nos ayudan a madurar, a ser más eficaces y productivos; consuman nuestra humanidad y aportan riqueza, belleza y capacidad a nuestra vida. Tales cualidades puras incluyen el amor, la compasión, la fortaleza, la paz, la claridad, la satisfacción, la humildad y la ecuanimidad, por citar unas cuantas. A través de prácticas como la contemplación y la meditación podemos serenar nuestra mente, corazón y cuerpo y, por tanto, volver más aguda y fina nuestra facultad para percibir las experiencias. En la quietud podemos advertir la presencia de esas cualidades innatas. Son algo más que estados emocionales, aunque es probable que al principio las sintamos como emociones. Quizá sea más útil concebirlas como nuestro sistema interior de orientación, el cual puede procurarnos una mayor sensación de bienestar.

      Estos aspectos de nuestra naturaleza esencial son tan inseparables del ser como la humedad lo es del agua. Dicho de otra forma, tenemos todo lo que necesitamos para este viaje. Todo existe dentro de nosotros. No es necesario que seamos especiales para acceder a nuestras cualidades innatas y utilizarlas en beneficio de una mayor libertad y transformación.

      Formulé por primera vez las cinco invitaciones en una servilleta, a diez mil metros de altura, sobrevolando Kansas. Iba a reunirme con otros pensadores en el campus de la Universidad de Princeton para colaborar en un documental de seis horas sobre la muerte en Estados Unidos, titulado On Our Own Terms. La sala estaría llena de distinguidos expertos en salud, defensores de la muerte asistida, promotores de cambios al seguro Medicare y un obstinado grupo de periodistas. Nadie querría oír ahí retórica budista. Bill Moyers, el productor del documental, me llevó aparte y me preguntó si podía referirme a la esencia de acompañar a los moribundos.

      Cuando llegó mi turno de hablar, saqué la servilleta sobre la que había garabateado durante el vuelo.

      1 No esperes.

      2 Acepta todo, no rechaces nada.

      3 Pon todo tu ser en la experiencia.

      4 Busca un lugar de reposo en medio de la agitación.

      5 Cultiva una mentalidad de no saber.