Mario C. Salvador

Más allá del Yo


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último, en «el cerebro triple» se ha desarrollado la neocorteza (corteza nueva) o, en palabras de Paul MacLean, el cerebro mamífero, ya que es la parte más moderna que se ha desarrollado especialmente en los mamíferos superiores: primates y seres humanos. En otras palabras, es el cerebro racional, encargado del proceso de pensamiento concreto y abstracto, la concentración, la resolución de problemas, el razonamiento y el lenguaje. Lo más característico del neocórtex es su capacidad para generar, modificar y regular el amplio número de conexiones neuronales; conforma una estructura dinámica capaz de regular y dirigir el flujo de información establecido entre los distintos circuitos y redes neuronales ya existentes. Es decir, posee una gran capacidad de cambio, de reelaborar las conexiones previamente existentes (neuroplasticidad) y de aprender continuamente. Es en esta capa de nuestro cerebro donde reside nuestra mayor capacidad de elaboración consciente. Podríamos decir que es el «cerebro pensante», capaz de elaborar el raciocinio. Considerado evolutivamente, es un área pequeña, de sólo 6 mm de grosor, así que comparado con el resto del cerebro es muy pequeña. No obstante, tendemos a creer que la mayor parte de nuestra experiencia es lo que pensamos. Esto no corresponde con lo expuesto hasta aquí, ya que la mayor parte de nuestro cerebro es subcortical, por tanto, inconsciente y somatosensorial.

      Lo interesante de esta teoría de los tres cerebros radica en la explicación evolutiva filogenética,[10] que ilustra cómo nuestro cerebro ha ido madurando de manera jerárquica tanto a lo largo de los años de evolución como especie como durante el desarrollo propio de un individuo a lo largo del período vital. Es decir, las capas superiores del cerebro se asientan sobre la maduración o falta de maduración de las estructuras que están debajo. Digamos que las estructuras inferiores, subcorticales o más inconscientes, son la base sobre la que se asienta el funcionamiento más complejo del neocórtex. Lo mismo podemos decir de todo el funcionamiento de cualquier ser humano: su nivel de maduración y funcionamiento en la vida adulta depende de que los aprendizajes más básicos y tempranos en la vida se hayan desarrollado adecuadamente. En estas capas profundas subcorticales se guarda toda la historia temprana del desarrollo, así como aquellas experiencias que no han podido ser integradas y asimiladas. Y son las experiencias tempranas, particularmente la calidad de las relaciones con los cuidadores, las que proveen de las condiciones para un adecuado asentamiento de la arquitectura cerebral. Podemos decir que el ser humano viene equipado con el bagaje biológico para desarrollarse como individuo único y llegar a ser todo lo que trae como potencialmente posible, pero es en ese largo período de dependencia con sus cuidadores y educadores cuando se facilitará o no el que florezca lo que está en la semilla.

      Hasta aquí he querido ilustrar las estructuras cerebrales implicadas en la organización de la experiencia y los mecanismos de la maduración cerebral y cómo las experiencias positivas y negativas van afectando a la organización de nuestro cerebro, particularmente a la organización de la memoria. Ahora voy a explicar otro mecanismo importante en la regulación y gestión de la experiencia, la regulación emocional.

      Aprendizaje de la regulación emocional

      La regulación y modulación de la respuesta emocional es una de las habilidades básicas que todo ser humano ha de aprender, está directamente relacionada con la resiliencia y la salud mental en la vida adulta (ver el apartado de aprendizaje de la resiliencia en el capítulo 1). El bebé humano necesita de su cuidador primario para regular sus estados internos, ya que no está suficientemente maduro para manejar lo que le pasa. Como señalé en el capítulo 1, el bebé necesita de una madre suficientemente buena —emocionalmente inteligente— que sepa intuir e identificar a qué se deben las expresiones de malestar del bebé. La herramienta de la que dispone la madre para modular los estados emocionales del bebé es la de cambiar directamente las sensaciones físicas del niño: meciéndolo, alimentándolo, acariciándolo, cambiando la fuente de la incomodidad física, como son los pañales húmedos, a la vez que emite sonidos tranquilizadores y realiza otras interacciones físicas confortadoras. El niño es pues, una criatura subcortical, sólo sabe si está bien o mal, ha de ser la madre la que sepa calmar, confortar y dar la nutrición adecuada a cada necesidad. La madre actúa interviniendo sobre las sensaciones físicas del niño ayudándole a recuperar su estado de bienestar y la homeostasis, y esto es efectivo cuando la madre lo hace con un estilo de comunicación sintónica con las necesidades del niño: en un tono de voz y mirada amorosa y empática, en un ritmo tranquilizador. La madre es, pues, el regulador bioquímico de los estados internos del bebé. Si no responde adecuadamente, el niño escalará en su manifestación de malestar del llanto a la rabieta o hasta el agotamiento y colapso.

      Podemos decir que la madre pone a disposición del niño, como criatura subcortical, el aprendizaje que reside en sus estructuras neocorticales y subcorticales que contienen los programas del cuidado de otros. Cuando los cuidados están sistemáticamente bien hechos, durante cientos y miles de interacciones entre la madre y el niño, los circuitos neuronales que van asociando las sensaciones internas informativas de la necesidad con la puesta en marcha de una acción de llamada (el llanto en el bebé, la petición en el niño más mayor), la respuesta obtenida del entorno (el cuidador) y la consecuente satisfacción y recuperación del bienestar se van consolidando como una red neuronal de experiencia estable. Como afirma el neurofisiólogo Allan Schore (1994), la regulación emocional comienza siendo una «regulación biológica interactiva», actuando la madre como un neocórtex auxiliar externo al niño, para acabar llegando a ser «autorregulación biológica autónoma»: el niño es capaz por sí mismo de identificar, nombrar, calmar y manejar los afectos propios. Son la presencia y las habilidades de sintonía emocional del cuidador primario las que a través de los aspectos no verbales de la voz y las conductas de sintonía (mirada, contacto físico, ritmo respiratorio) transmiten de hemisferio derecho a hemisferio derecho que el niño es comprendido, querido y acompañado (Schore, 2012). El mismo Schore (2012) hace una traslación del papel regulador emocional de la madre al rol del terapeuta en la terapia:

      En el nivel más esencial, el trabajo intersubjetivo de la terapia no se define porque es lo que hace el terapeuta por el paciente (hemisferio izquierdo), más bien el mecanismo clave es cómo estar con el paciente, especialmente en los momentos estresantes emocionales en el hemisferio derecho.

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      Notas al pie

      1

      Eje HHA: Una parte esencial del sistema neuroendocrino que controla las reacciones al estrés y regula varios procesos del organismo como la digestión, el sistema inmune, las emociones, la conducta sexual y el metabolismo energético. Muchos organismos, desde los seres humanos hasta los más primitivos comparten componentes del eje HHA. Este mecanismo y su conjunto de interacciones entre glándulas, hormonas y elementos del cerebro medio son responsables de la reacción de estrés del organismo.

      2

      Damasio denomina a este yo nuclear el «protosimismo», en alusión al primer sentido del yo.

      3

      Empleo