una atmósfera de crecimiento en la que ha habido excesivo maltrato, negligencia o abuso, su cerebro se habrá ido configurando en un estado de estrés demasiado alto, lo que comporta que ha vivido en un modo de supervivencia, teniendo que reaccionar al entorno externo de peligro en un estado de alarma constante. Esto también provoca un estado bioquímico alterado que afecta al funcionamiento de las neuronas. Digamos que el cerebro aprende a vivir en un modo de alerta. Es por esto por lo que para ayudar a que una persona repare y sane su historia dolorosa, necesitará poder enfrentarse a ella con alguien que sepa acompañarle, llevarle a que pueda reflexionar sobre su propia experiencia y darse cuenta de cómo ella viene configurada a partir de sus experiencias pasadas traumáticas. La persona que acompaña ha de poder ofrecer una relación que provea seguridad, apoyo y comprensión, y que además ayude al otro a encontrar las nuevas respuestas en sí mismo.
Vivimos en una cultura social en la que somos frecuentemente educados para buscar las respuestas a nuestras cuestiones existenciales fuera, pero las respuestas están dentro de cada uno. Sólo hemos de poder desarrollar la actitud de la reflexión sobre lo que somos y hacemos, hemos de mirar dentro de nosotros mismos para reencontrarnos con el «hacedor de nuestro mapa». Y si los mapas construidos no son adaptativos a nuestra realidad presente, hemos de revisar en qué contexto lo aprendimos y qué nos llevó a ello; hemos de aprender de nuestra historia y ser conocedores de que nuestro sentido del yo y nuestro repertorio de conductas es el resultado de nuestro aprendizaje a lo largo del ciclo de nuestra historia vital.
No hay una vivencia que sea traumática en sí misma, fue la falta de haber podido reparar lo doloroso que vivimos en compañía de alguien que nos comprenda, apoye y nos quiera a pesar de todo lo que nos llevó a enquistar la experiencia como algo inacabado.
1. Toma el gráfico del sistema de guión y completa el tuyo propio. Reflexiona sobre cuáles son las creencias profundas y dolorosas de tu sentido del yo más profundo, las creencias limitadoras. Luego considera qué conductas pones en práctica cuando estás inmerso en tus creencias limitadoras, haz lo mismo para tus dolencias físicas y tus fantasías negativas acerca de tu futuro. Finalmente, haz un análisis de en qué experiencias de tu historia fuiste conformando y confirmando tus creencias.
2. Elabora ahora un registro similar para el sistema autónomo. Considera qué quieres hacer con tus creencias limitadoras y qué creencias positivas quieres desarrollar sobre ti mismo, los otros y la vida. Elabora qué nuevas conductas necesitarás aprender y poner en práctica que correspondan y ayuden a alimentar tus creencias positivas. Piensa también en qué recuerdos y experiencias tú ya podías estar en posesión de un sentido positivo de ti mismo, los otros y la vida.
3. Hazte un propósito de poner en práctica tu nuevo sistema autónomo. Recuerda que la memoria se instala por repetición y la práctica consciente de lo nuevo. Proponte el hacer las cosas a pequeños pasos y en pequeñas situaciones de tu vida cotidiana; si te costaba decir que «no» en las relaciones íntimas, empieza por decir pequeños «noes» por ejemplo cuando te dan algo en la cafetería que no era lo que pediste, o a elegir conscientemente satisfacer tu gusto en lo que quieres comer.
CAPÍTULO 2
LA CONSTRUCCIÓN DE LA MENTE HUMANA: CÓMO LOS VÍNCULOS INTERPERSONALES MODELAN LA ARQUITECTURA CEREBRAL
(Neurobiología interpersonal)
Los vínculos interpersonales configuran las conexiones neuronales de las cuales emerge la mente.
Los patrones de relación y la comunicación emocional afectan directamente el desarrollo del cerebro.
En este capítulo quiero exponer al lector una visión de cómo las experiencias a lo largo de nuestro ciclo vital van moldeando también nuestra biología, muy particularmente cómo nuestro cerebro va madurando basándose en las experiencias vividas, y también deseo exponer cómo la base de nuestra forma de percibir la experiencia sigue residiendo en un «sentido del yo sentido en el cuerpo». Como ya he señalado, nuestro cuerpo y nuestra biología son como la caja negra que llevan los aviones y que registra todas las incidencias de nuestro viaje en el transcurso de nuestro trayecto vital. Es por esto por lo que, aun cuando muchas veces queremos olvidar, no podemos prescindir de nuestra historia. En el capítulo 1 ya señalé cómo en los dos o tres primeros años de nuestro desarrollo se sientan las bases del sentido del yo que corresponde al constructor de nuestra personalidad: lo que creemos ser. Estos esquemas básicos que empiezan a definir «quién soy» están registrados en las capas más profundas de nuestro cuerpo y en el cerebro profundo, el subcortical. La integración de nuestro «yo» para ser vivido en un sentido único y completo pasa por la consciencia y procesamiento de todas aquellas experiencias que han quedado encapsuladas y no digeridas en nuestro sistema psicobiológico, nuestros registros y memorias corporales. El procesamiento y la integración harán posible que dispongamos de un funcionamiento coordinado de nuestro sistema psicobiológico y de un sentido integrado y unificado del yo que nos sentimos. En última instancia, cuando nuestro sistema ya no necesita estar pendiente o atado a las cuestiones de supervivencia podrá orientarse al crecimiento y la trascendencia.
En este capítulo me propongo, pues, explicar desde la perspectiva más neurobiológica cómo nuestro cerebro se va desarrollando de una forma dependiente de las experiencias que vivimos; y estas experiencias son proporcionadas por la calidad de los vínculos interpersonales. Sigo las propuestas de la «neurobiología interpersonal» del doctor Daniel Siegel (1999) y otros muchos neurocientíficos que en la última década han puesto de manifiesto la importancia de las relaciones tempranas y su impacto en la maduración cerebral y la regulación emocional.
No pretendo tanto el hacer una exposición prolija y rigurosa de todos los mecanismos neurobiológicos implicados como ofrecer una visión general, pero suficientemente específica, para entender cómo nos construimos y cómo ello determina nuestro funcionamiento en los sistemas básicos de la regulación y modulación de las emociones, los mecanismos implicados en el almacenaje, procesamiento y recuerdo de la memoria, y la integración o fragmentación o rechazo de la experiencia. Y, por supuesto, las aplicaciones e implicaciones de esto en el manejo y construcción de nuestra experiencia y en nuestra capacidad de afrontar los retos de la vida en nuestro momento actual.
Descripción básica de nuestra arquitectura cerebral
Nuestro cerebro es un órgano de exquisita complejidad que tiene como misión fundamental gestionar nuestra vida psicobiológica y el complejo sistema y subsistemas que sustentan nuestro funcionamiento. Ello implica organizar, procesar, dar sentido y manejar todo lo que ocurre en nuestro entorno interior y su relación con el entorno exterior. Su función es integrar y digerir nuestras experiencias al objeto de organizarlas y dotarlas de significado útil para adaptarnos al mundo y por tanto saber cómo movernos y manejarnos en él. El cerebro es, pues, un órgano de metabolización y procesamiento[7] —integración— de lo que vivimos: registra y selecciona lo que nos sirve para llevar la vida y elimina aquello que no es ya útil. Empleando la palabra ‘procesar’ indico esta función de digerir e integrar: en el capítulo anterior traté esto de una manera un poco diferente cuando hablaba de acomodar lo que ya tenemos en nuestro almacén de memoria y asimilar lo que es nuevo para expandir nuestro repertorio de aprendizajes y ser capaces de afrontar nuevas situaciones y retos.
Al hablar del cerebro no nos referimos sólo al órgano en el interior del cráneo, sino a todo el sistema nervioso que está repartido por todo nuestro cuerpo al objeto de detectar la información acerca de su estado y enviar órdenes para su funcionamiento en relación con lo que necesite el organismo o lo que requiera el entorno exterior. El cerebro es un sofisticado escáner que se encarga de «observar» y analizar el estado de nuestra biología veinticuatro horas al día para detectar qué está bien o qué está yendo mal para recuperar el estado de homeostasis, equilibrio y bienestar. Es el escáner más preciso del universo y contiene una representación o mapas de los estados del cuerpo y los aspectos percibidos de la realidad externa relevantes para la vida.
Como órgano complejo, contiene unas células nerviosas especiales llamadas neuronas.