Mario C. Salvador

Más allá del Yo


Скачать книгу

el haber traducido algo vivido a un código simbólico: las palabras refieren experiencia, pero no son la experiencia original misma. He de señalar que el hipocampo sólo está maduro en torno a los tres años de vida del niño, así que lo vivido hasta esa edad se recuerda esencialmente en un formato «somatosensorial» (corporalmente y como recuerdos sensoriales: olores, sonidos, imágenes, sensaciones táctiles y kinestésicas; el tipo de memoria implícita mediada por la amígdala); y es por eso por lo que muchas personas dicen no tener recuerdos de esos años de vida, en realidad se refieren a que no son conscientes de recordarlo ya que nuestro cuerpo recuerda toda nuestra historia. El hipocampo es, pues, como una estructura encargada de digerir e integrar la experiencia para sacar un significado adaptativo para manejar la vida. Para poder hacer esta traducción de lo vivido a lo narrado, el hipocampo se encarga de tres tareas básicas:

      a) Contextualización. Algo importante para que nuestros recuerdos tengan un sentido adaptativo es que estén referidos y localizados en un contexto. Esto nos permite atribuir lo que vivimos a la o las situaciones en las que fueron aprendidos. Por ejemplo, necesitamos saber que si un profesor nos trató con desdén en 4º de primaria, fue éste y no todos los profesores. Tener la experiencia ubicada en el contexto en el que ocurrió permite enmarcar las situaciones en las que esto puede tener sentido y no generalizarlo a todo el mundo o a cualquier situación. Cuando no es así, la persona puede activar una reacción en contextos que no guardan relación con el mecanismo de funcionamiento. Como ejemplo pongamos que una persona tuvo una historia en la que su padre le pegó con crueldad, que además era autoritario y frío; de adulto la persona tiene reacciones de miedo y rebeldía con figuras que representan la autoridad tales como su jefe, autoridades institucionales, etc. Esto ocurre porque el recuerdo traumático se activa ante las mínimas señales del otro cuando se coloca en su rol de autoridad. Las personas traumatizadas gravemente generalizan lo que han vivido a otros contextos ajenos al trauma.

      b) Secuenciación. Otra característica importante de cualquier experiencia es que tiene un comienzo, un desarrollo y un final. Que algo tenga un final —y toda experiencia siempre lo tiene— es el requisito necesario para que forme parte del pasado. Los recuerdos por definición son experiencias que ya pasaron; pero para eso han de ser archivadas como tales. Cuando las vivencias han sido excesivamente dolorosas o han comportado un terror intenso, pueden quedar registradas en el sistema psicobiológico como memorias vívidas, que vuelven a ser revividas en toda su intensidad emocional y sensorial cuando estamos en una situación que contiene algún estímulo que lo recuerda. Este tipo de revivencias son denominadas flashbacks o, como las denomina el doctor Bessel van der Kolk (2015) «destellos rememorativos». La persona puede tener la vivencia de que lo que hace, piensa o siente «no es ella».

      Sabemos que cuando la persona se ha sentido desbordada y abrumada por sus emociones, y no ha podido escapar de la situación de amenaza, el sistema de alerta del organismo permanece disparado ante un peligro que no cesa. Esto conlleva una desregulación bioquímica, que requiere mantener la activación del sistema más allá de lo normal, ya que la amenaza no desaparece debido a que uno no puede evitarla. El exceso de estrés sostenido demanda una mayor secreción de la hormona cortisol para incrementar el nivel de azúcar en sangre debido a la necesidad de un mayor consumo energético. El exceso de cortisol inhibe el funcionamiento del hipocampo, y por tanto dificulta que la experiencia vivida pueda ser elaborada e integrada como un recuerdo pasado. Entonces, estas experiencias continúan siendo recordadas como vivencias intensamente sentidas y se viven como si nos siguieran ocurriendo. Las fobias o el pánico son un ejemplo de este tipo de recuerdo (siempre que el pánico no sea debido a una amenaza vital que esté ocurriendo en el presente). Para las personas traumatizadas, el pasado sigue activo en el presente, viven las sensaciones físicas como peligrosas e inacabables.

      c) Simbolización. Esta característica se refiere a la cualidad de poder transformar una experiencia de sus cualidades experienciales (sensaciones sentidas, elementos sensoriales —imágenes, sonidos, olores—, etc.) a algo que pueda ser contado con palabras. Es por este proceso de simbolización por el que podemos expresar a los otros lo que nos pasó, y en esta experiencia de compartir vamos elaborando el sentido adaptativo que la experiencia tiene para cada uno de nosotros. Cuando podemos contar algo que ha sido muy doloroso a otro que nos puede escuchar, comprender y reconfortar, y sin ser enjuiciados por ello, podemos sacar una lección positiva a lo que hemos vivido que nos sirva para manejar mejor la vida en adelante.

      Aquí he de reseñar una vez más que no son las experiencias mismas las que han podido ser traumatizantes para la persona, sino la falta de haberlas podido expresar con alguien que estuviera presente para apoyarnos y ayudarnos a recuperar el sentido de dignidad personal. Es con este proceso de contar nuestras historias a otros y en la calidad de las relaciones que tenemos como vamos coconstruyendo la historia que nos contamos de nosotros mismos, a los otros y qué es la vida.

      En muchas culturas todavía se impone una ley de silencio cuando se dan situaciones de maltrato o abuso a otros seres humanos. Conocemos casos de mujeres que han sido acosadas o violadas y la familia, o incluso el pueblo o el sistema de justicia, culpa a la víctima de lo ocurrido. En esta situación hay crítica y silencio, la víctima no puede hablar del dolor y el terror de lo que vivió con nadie que sepa y quiera apoyarla, y así nunca puede acabar de digerir lo que vivió, quedando, pues, grabado como una experiencia traumática que no acaba de terminar y que queda archivada como algo desadaptativo, mal elaborado y enquistado en nuestra biología.

      Pongo el ejemplo de una mujer adulta de 40 años, llamémosla Irene, que en la actualidad tiene un sentido de la autoestima bajo, no se siente capaz de establecer relaciones de pareja con hombres en los que pueda confiar y, en general, no confía en los seres humanos; además presenta frecuentes desbordamientos emocionales de miedo, furia o tristeza. Cuando tenía 6 años sufrió abusos de un compañero del colegio al que iba que tenía 6 años más que ella, y en una ocasión su padre la encontró cuando el otro niño la estaba tocando. La reacción del padre fue explosiva, y en lugar de proteger a su hija del abusador, creyendo «absurdamente» que era un acto voluntario de su hija, se puso a gritar «¡A esta niña habría que matarla!» corriendo detrás de ella. Irene llegó a casa y su madre la consoló, pero nunca más le volvió a hablar de ello ni la tranquilizó preguntándole qué había pasado y manifestándole que ella no era mala por eso. No se habló nunca más de ello en casa y el padre era habitualmente explosivo en su ira y descalificador de la niña y en general de las mujeres. Irene concluyó de sí misma, y luego se confirmó a lo largo de su relación con su padre y su madre: «Soy sucia», «No valgo para que me quieran», «No puedo confiar en los demás». La vivencia quedó, pues, guardada de manera traumática, no sólo por el abuso, sino esencialmente por la falta de haber podido reparar su sentido de la dignidad y haber podido ser calmada y reconfortada por sus propios padres. Hoy Irene siente pánico y desconfianza cuando un hombre se manifiesta seductor con ella, no sabe diferenciar el cortejo normal y tolera situaciones en las que le pueden decir cosas humillantes; sigue sintiendo vergüenza de sí misma si percibe que le gusta un hombre o si la ven en público con un hombre que le gusta, y tiene grandes dificultades para saber calmarse a sí misma cuando se siente desbordada por sus emociones.

      Como vemos, el hipocampo tiene una función primordial en la integración de nuestros recuerdos y la elaboración consecuente de nuestra historia personal. Ya he apuntado en los párrafos anteriores como bajo una vivencia de mucho estrés y amenaza de la que no se puede escapar, el hipocampo queda paralizado por el exceso de la hormona cortisol (también se observa anatómicamente destrucción de neuronas en el hipocampo y un volumen más reducido en él en personas con traumatización crónica) y se impide el que las vivencias traumáticas queden integradas. Así pues, la cualidad de los recuerdos traumáticos es que quedan registrados en nuestro organismo como vivencias almacenadas en el formato original en el que fueron vividas: como recuerdos sentidos, con emociones intensas, sensaciones olfativas, imágenes vívidas, sonidos amenazantes, e incluso sensaciones internas que son vividas como peligrosas en sí mismas: taquicardia, nauseas, sudoración, ansiedad, pánico. Podemos decir que la vivencia es el recuerdo mismo: revivencia. Muchas personas con hipocondría son fóbicas de sus sensaciones físicas porque contienen los recuerdos de reacciones traumáticas.

      Otra característica de estos recuerdos traumáticos,