Mario C. Salvador

Más allá del Yo


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vivió como una experiencia con un sentido único. Estos fragmentos de experiencia pueden ser simplemente imágenes —visuales, auditivas, kinestésicas, olfativas, gustativas— que vuelven inesperadamente como flashes tortuosos (reflejados en muchas de las películas que relatan los problemas de los veteranos de guerra, que reviven imágenes atroces de lo que ocurrió como si estuviesen de nuevo en la escena original). Podemos decir, que los recuerdos traumáticos quedan «congelados» en nuestro sistema neurobiológico en cápsulas de experiencia y memoria que pueden irrumpir en cualquier momento de la vida cuando algo del entorno actual puede estimular el recuerdo. Así es, cuando en el momento actual la situación ofrece algún estímulo que alberga alguna semejanza con los estímulos que formaban parte de la escena traumática, éste actúa como detonante del recuerdo que permanece encapsulado, irrumpiendo de manera repentina y sin control por parte de la persona. Podemos decir que los recuerdos traumáticos habitan en un sistema de recuerdos fuera de la consciencia habitual de la persona. Esto es la base de la disociación, en la que aspectos de nuestra experiencia, incluso de nuestro yo, quedan aislados de nuestro recordar consciente.

      Sabemos que las personas que han vivido vidas crónicamente traumatizadas no quieren recordar, presentan lagunas de recuerdos de períodos más o menos extensos de sus vidas, y en sus vidas cotidianas tienen problemas para recordar cosas que han hecho recientemente. Muchas de estas personas atribuyen sus problemas de memoria a la edad o a problemas de origen físico cuando en realidad son las secuelas de su vida traumática y la manera como han podido sobrevivir a ella: «tratando de olvidar».

      En este punto quiero remarcar algunas conclusiones importantes de las funciones de la amígdala y el hipocampo en relación con la memoria y la construcción de un sentido lineal del yo (vivirse con un «yo integrado y único») a lo largo de nuestro período vital:

      • Nuestros recuerdos de los dos o tres primeros años de vida son de naturaleza sentida, son grabaciones corporales que se activan en nuestra manera de sentirnos en las relaciones con los demás y el mundo.

      • Cuando los recuerdos son de naturaleza traumática no han sido integrados como memorias narrativas normales y siguen siendo «recordadas» como vivencias experienciadas, en el mismo formato en el que fue vivido: sensaciones físicas, olores, imágenes, emociones, respuestas reflejas…; son, pues, revividos.

      • Los recuerdos traumáticos se almacenan en sistemas de memorias (redes neuronales) que llevan una vida casi independiente de la memoria normal y consciente de la persona. Es como si una parte de la persona no quisiera saber nada de otra u otras partes de la persona que están ancladas en el dolor de lo que fue traumático. Existen, pues, al menos dos sistemas del yo: el Yo que lleva una vida «aparentemente normal» y el «Yo —o yoes— que recuerda el trauma». Más adelante desarrollaré este concepto de los diferentes «Yoes».

      • Cuando los estímulos de la situación actual disparan la cápsula de experiencia dolorosa traumática, los recuerdos vívidos irrumpen descontroladamente en el sistema habitual de la vida provocando que la persona vuelva a experimentar lo que puede ser una situación con un cierto nivel de malestar como una amenaza terrible o con pánico; son los flashbacks o «destellos rememorativos». Cada vez que se revive el recuerdo traumático se produce una retraumatización, es como estar otra vez viviendo en peligro para la vida.

      • Cada vez que la persona revive un trauma (retraumatización) quedan asociados en nuestro sistema de recuerdos nuevos estímulos que corresponden a las situaciones actuales. Esto hace que cada vez la persona vaya extendiendo a más y más circunstancias su angustia y su pánico.

      • Las personas con vidas traumáticas se vuelven fóbicas a recordar, a ponerse en contacto con situaciones que les puedan recordar el trauma o a sentir, ya que sentir es recordar. Son personas que huyen de sí mismas, han sobrevivido tratando de no pensar y no sentir el trauma. Esto les lleva a conducir sus vidas con un sentido de la vida sin color, robotizado, sin placer, siendo intensamente reactivos a los demás y a las situaciones y con escaso sentimiento de ejercer control en sus vidas y en sus relaciones. Suelen ser personas que escapan de sí mismas trabajando mucho, en adicciones a la comida, al sexo, al juego… para no pensar o entrar en contacto con su experiencia traumática.

      • Como han aprendido a desconectarse de una parte importante de sus experiencias internas y de sus sensaciones corporales, no saben emplear sus sensaciones como señales de placer o displacer que les ayuden a seleccionar las relaciones en las que se meten ni las situaciones en las que se sienten mal. Permanecen habitualmente en contextos donde son maltratados y alternan entre estados de aparente bienestar con estados de depresión, cansancio y tristeza intensos, ataques de ira o reacciones de miedo irracional.

      Hasta ahora, he descrito algunos fenómenos de memoria que implican esta separación entre dos sistemas: el de la vida aparentemente normal y el de la vida traumática. Los especialistas en trauma psicológico llaman a este mecanismo disociación, que implica separar lo que estaba unido. Desarrollaré este concepto de disociación más adelante; baste ahora quedarse con la idea de que a lo largo de nuestro desarrollo, cuando vivimos experiencias de negligencia, rechazo, abandono o maltrato, vamos inhibiendo o apartando de nuestro contacto con otros seres humanos aspectos de nuestro yo que tememos que vayan a ser rechazados o maltratados; es como si quisiéramos desterrar o deshacernos de aspectos de nuestro yo que nosotros mismos rechazamos porque otros los rechazaron. Éstos son aspectos marginados de nuestro yo, que tratamos de ocultar a otros, en casos más extremos incluso a nosotros mismos, pero que sin embargo forman parte de nosotros y llevan una existencia escondida o fragmentada: es como la sombra de la que no podemos escapar. Y apunto aquí que todo lo que fue separado en el Yo ha de ser unido para poder gozar de un sentido unitario de quienes somos y disponer de flexibilidad y capacidad para llevar una vida feliz. Estas cápsulas separadas de la consciencia retienen energía vital que resta a nuestra capacidad de gozar la vida.

      La disociación implica, pues, separar lo que estaba unido. Cuando el cuerpo no puede escapar del peligro, la mente trata de «no estar» en la situación. Las personas que se enfrentan a una amenaza de la que no pueden escapar (como los niños que viven continuamente en una familia violenta) tratan de no estar en la realidad dolorosa huyendo a sus fantasías, no sintiendo el dolor o el abuso en sus cuerpos; pueden llegar a crear mundos de fantasía alternativos (como una familia o un amigo imaginario), o vivir en adelante sus vidas como anestesiados, robóticos, o como si viviesen sus vidas como algo irreal o sintiéndose fuera de sus cuerpos. Algunas personas que sufrieron abusos sexuales de niños, cuando son adultos no pueden gozar de sus relaciones sexuales porque se sienten invadidos o simplemente huyen de sus cuerpos y se van en sus pensamientos a sus fantasías. Así es como podemos seguir adelante en la vida, pero disociando, separando, una parte de nosotros mismos. Y estas personas pueden expresar que «viven sin vivir», o que viven sus vidas como si no estuvieran en ella, o como viéndose a sí mismos en ella pero mirándose detrás de una ventana, o como si estuviesen en las nubes. Éstas son algunas maneras de reflejar la disociación en la que viven.

      Hay una tercera estructura cerebral vinculada al sistema límbico, que generalmente los neurocientíficos proponen como una extensión del sistema límbico, es el córtex prefrontal, particularmente el orbitofrontal, es el área del cerebro que está justo encima de nuestro entrecejo. Aunque volveré más adelante sobre sus funciones e importancia cuando me refiera al empleo de la metarreflexión, el mindfulness o el «Yo Esencial como Observador Amoroso», decir aquí que es una estructura que también participa de manera muy determinante en la integración de la experiencia. Van der Kolk (2014) se refiere a esta parte del cerebro como «la torre de vigilancia» que regula el tránsito de un aeropuerto. Podemos decir que es como una gran centralita telefónica que actúa como centro de recogida de la información que procede de todas las demás regiones del cerebro, del cuerpo y de lo que ocurre en el medio externo de nuestras relaciones con otros seres humanos para tratar de integrarla y organizar una respuesta congruente. El córtex orbitofrontal se encarga de la modulación y autorregulación de las emociones, en cuanto nos posibilita reflexionar sobre ellas y regular su expresión, de la empatía con otros seres humanos y también comporta la capacidad de planificar nuestras acciones, proyectando en el tiempo futuro nuestra voluntad de hacer. En esta área reside asimismo la capacidad de la mente de observarse a sí misma (la capacidad