Jon Kabat-Zinn

La práctica de la atención plena


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de cinco días ofrecidos por el CFM, que comienzan a las seis en punto de la mañana porque, según dicen, quieren entrenarse en la atención plena y la reducción del estrés, y aportar, de ese modo, una mayor conciencia a la vida de la empresa y a la empresa de la vida. Algunas escuelas pioneras, tanto públicas como privadas, están poniendo en marcha programas de atención plena en los ámbitos de la enseñanza primaria, media y superior. Durante la temporada en que Phil Jackson ejerció de entrenador de los Chicago Bulls, el equipo aprendió y practicó la atención plena bajo la tutela de George Mumford, que también dirigió nuestro proyecto en el ámbito carcelario y cofundó nuestra clínica de la PREBAP en los barrios conflictivos. Cuando Jackson se trasladó a Los Angeles a entrenar a los Lakers, también enseñó la práctica de la atención plena. Y hay que decir que ambos equipos fueron campeones de la NBA (los Bulls cuatro veces y los Lakers en un par de ocasiones). También debemos decir que el hermano de Jackson enseña PREBAP en la facultad de medicina de la UVA Medical School de Charlottesville (Virginia). Y reseñemos por último que, en la actualidad –y no sólo en nuestro país, sino también en lugares como Gran Bretaña y la India– las prisiones ofrecen programas de meditación en los que participan conjuntamente los presos y el personal administrativo.

      Un verano tuve la ocasión de codirigir, junto a Kurt Hoelting, pescador y maestro de meditación de Inside Passages, un retiro de meditación para activistas medioambientales que incluían, además de la meditación sedente, el yoga y paseos meditativos, excursiones meditativas en kayak. El retiro tuvo lugar en las islas exteriores aisladas del vasto territorio virgen de la bahía de Tebenkof, en el sudeste de Alaska, a donde llegamos en hidroavión. Cuando volvimos al pueblo después pasar ocho días en pleno bosque, el artículo de portada de Time Magazine (4 de agosto de 2003) versaba sobre la meditación. El mismo hecho de que se tratara de un artículo destacado en portada y de que incluyese detalladas descripciones sobre los efectos de la meditación en el cerebro y la salud constituye un claro indicador del grado en que la meditación ha acabado impregnando el pensamiento prevalente de nuestra cultura. Ya no podemos seguir pensando, pues, que se trata de una actividad marginal que sólo interesa a unos cuantos locos.

      Son muchos los centros de meditación que, en la actualidad, están floreciendo en todas partes, brindando retiros, clases y talleres que cada vez llegan a más personas dispuestas a aprender y practicar. El yoga jamás ha sido tan popular como lo es ahora, ha tenido su propia portada en Time hará aproximadamente un año y son muchas las personas, tanto niños como adultos de todo el mundo, que están empezando a practicarlo. En 2003, la revista Time dedicó un número especial a la medicina cuerpo-mente y lo mismo hizo Newsweek en 2004, ambos centrados en el tema de la meditación.

      ¿Qué es lo que está ocurriendo? Bien podríamos decir que estamos asistiendo a los primeros estadios del despertar de nuestra cultura a las potencialidades que se ocultan en nuestro interior, al cultivo de la conciencia y a la familiarización con la quietud y el silencio. Estamos empezando a darnos cuenta de la capacidad del momento presente para aumentar la claridad y la comprensión mental, la estabilidad emocional y la sabiduría. La meditación, dicho en otras palabra se ha establecido entre nosotros, ha dejado de ser algo exótico y ajeno a nuestra cultura y es hoy en día tan americana como cualquier otra cosa. Y, dado el estado del mundo y las enormes fuerzas que inciden en nuestras vidas, no nos queda más remedio que decir que lo ha hecho en el momento más oportuno.

      Pero recuerden, ¡la meditación no es lo que creemos!

      Desde comienzos a finales de la década de 1970, estudié con el maestro zen coreano Seung Sahn, que literalmente significa “Montaña Alta”, el nombre de la montaña china en la que, según se dice, alcanzó la iluminación Hui Neng, el sexto patriarca zen. Todos creíamos que realmente se llamaba Soen Sa Nim, pero recientemente he descubierto que su nombre significa “honrado maestro zen”.

      Seung Sahn había llegado de Corea y había acabado recalando en Providence (Rhode Island), donde algunos alumnos de la Universidad de Brown acabaron “descubriéndole” desempeñando el insólito trabajo (aunque no tardamos en darnos cuenta de que, en su caso, todo era insólito) de reparar lavadoras en una pequeña tienda propiedad de unos amigos coreanos. Esos estudiantes organizaron en torno a él un grupo informal para descubrir quién era y lo que tenía que ofrecer que acabó convirtiéndose en el Providence Zen Center, donde en las décadas siguientes se multiplicó en muchos otros centros repartidos por todo el mundo que hoy en día se dedican a impartir las enseñanzas de Soen Sa Nim.

      Un colega estudiante me habló de él y un buen día me decidí a viajar a Providence para conocerle. Había algo en él que le convertía en una persona realmente fascinante. En primer lugar, se trataba de un maestro zen –sea esto lo que sea– que reparaba lavadoras y parecía muy feliz de hacerlo. Tenía un rostro redondo muy sincero y atractivo. Siempre estaba totalmente presente y era él mismo, sin engaños ni ínfulas de ningún tipo. Su cabeza estaba rapada porque, en su opinión, el cabello es “la hierba de la ignorancia” y decía que los monjes tenían que rapárselo regularmente. Llevaba divertidos zapatos blancos sin cordones tan grandes que parecían pequeñas barcas (los monjes coreanos no utilizan el cuero, porque proviene de los animales) y, en los primeros tiempos, solía pasar el día en ropa interior aunque, cuando impartía enseñanza, llevaba largas túnicas de color gris y un sencillo kesha marrón, un cuadrado plano de pedazos de tela cosido en torno a su cuello que descansa sobre el pecho y que, en el zen, constituye un recordatorio de los andrajos con que vestían en China los primeros practicantes del zen. También usaba ropas más vistosas y coloridas para ocasiones y ceremonias especiales que realizaba para la comunidad budista coreana local.

      Tenía una forma muy peculiar de hablar que se debía, al comienzo al menos, a sus dificultades con la gramática inglesa y a su desconocimiento del vocabulario. A pesar de todo ello, sin embargo, su pésimo inglés con acento coreano era tan fresco que penetraba muy profundamente en la mente del oyente, porque jamás habíamos oído pensar de esa manera y no podíamos procesar sus comentarios del mismo modo en que solíamos hacerlo. Y, como suele ocurrir en tales circunstancias, muchos de sus discípulos empezaron a imitar su forma de hablar, diciendo cosas tales como: «Ve directo, no controles tu mente», «La flecha ya ha dado en el blanco», «Déjalo estar, simplemente déjalo estar» y «Ya sabes», que, si bien tenían sentido para ellos, resultaban muy extrañas para todos los demás.

      Soen Sa Nim mediría poco más de metro setenta y cinco y no era ni delgado ni grueso, aunque quizás pudiera describírsele como una persona corpulenta. Parecía joven, pero debía tener unos cuarenta y cinco años. Según se decía, era muy conocido y respetado en Corea, pero había decidido trasladarse a Estados Unidos –donde, en esa época, estaba la acción– para transmitir allí su enseñanza. Los jóvenes americanos de comienzos de la década de 1970 tenían ciertamente mucha energía y estaban muy interesados en las tradiciones meditativas orientales, y él formaba parte de la oleada de maestros orientales de meditación que, entre los años 1960 y 1970, acabaron recalando en Estados Unidos. Los lectores interesados en sus enseñanzas, pueden leer Echando cenizas sobre el Buda, de Stephen Mitchell.

      Soen Sa Nim solía comenzar sus intervenciones públicas tomando el pulido y nudoso bastón “zen” de tres ramas retorcidas que solía tener a mano y en el que, en ocasiones, apoyaba el mentón mientras contemplaba con atención a la audiencia. Después lo elevaba horizontalmente sobre su cabeza y rugía:

      –¿Ven ustedes esto? –despertando el silencio y las miradas confundidas de los presentes y luego lo dejaba caer de golpe sobre el suelo o sobre una mesa que se hallaba frente a él–. ¿Escuchan esto? –preguntaba entonces, provocando más silencio y despertando más confusión en los presentes.

      Entonces comenzaba la charla. A menudo no explicaba el significado de ese gambito de apertura pero, después de haberlo visto en repetidas ocasiones, su mensaje iba quedando cada vez más claro. El zen, la meditación o la atención