Jon Kabat-Zinn

La práctica de la atención plena


Скачать книгу

las cosas! Ello se debe, en parte, a nuestra imaginación creativa y, en parte –como evidencia el triángulo de la figura que presentamos a continuación (al que se conoce como triángulo de Kanizsa)–, a la configuración misma de nuestro sistema nervioso. Soen Sa Nim decía: «Si dices que esto es un bastón, te golpearé (con su bastón zen) treinta veces –cosa que ciertamente no hacía (pero que sí ocurría en la antigua China)–. Pero si, por el contrario, dices que no lo es, te golpearé treinta veces. ¿Qué es lo que respondes?». Para ello, Soen Sa Nim no usaba el triángulo de Kanizsa, sino cualquier objeto que tenía a mano. «Si dices que esto es un vaso, un reloj de pulsera, una roca, etc., te golpearé treinta veces y, si dices que esto no es un vaso, no es un reloj de pulsera, no es una roca, etc., te golpearé treinta veces. ¿Qué es lo que respondes?» Así era como nos enseñaba a no identificarnos con la forma ni con la vacuidad… o, al menos, a no mostrar esa identificación porque, a pesar de todos nuestros esfuerzos, nos identificábamos de continuo y seguíamos insistiendo, esperando aprender y crecer a lo largo del proceso, gracias al exquisito cuidado que ponía en su trato aparentemente desdeñoso.

      Todos sabemos que, cuando percibimos a través de los ojos, vemos ciertas formas pero no otras, por más que se hallen delante mismo de nosotros. También podemos ser condicionados con facilidad a ver de ciertos modos, pero no de otros. A fin de cuentas, la selectividad de nuestra percepción es una habilidad de la que se sirven continuamente los prestidigitadores, cuya destreza desconcierta –al tiempo que deleita– a nuestra mente, desviando con habilidad nuestra atención y confundiendo el funcionamiento de nuestros sentidos.

      En otro orden más general de cosas, las personas de diferentes culturas pueden percibir el mismo evento de maneras muy distintas, en función de sus sistemas de creencias y de su orientación porque, al contemplar el mundo a través de diferentes lentes mentales, perciben realidades también diferentes. No existe, en este sentido, ninguna realidad que sea completamente cierta, y la inmensa mayoría de ellas sólo lo son en cierta medida. ¿Son los americanos los liberadores de Irak o, por el contrario, son sus opresores? Responda con mucho cuidado a esta pregunta, porque su respuesta pondrá claramente de relieve lo identificado que se halle con su visión, una visión que sólo es parcialmente cierta y que, en consecuencia, sólo es también parcialmente verdadera.

      Todos caemos con facilidad, en nuestra búsqueda de respuestas absolutas, en el pensamiento en blanco y negro. Es cierto que, de ese modo, nos sentimos mejor y más seguros, pero también lo es que nos tornamos mucho más ciegos. Esto es bueno y aquello es malo; esto es correcto y aquello está equivocado; nosotros somos fuertes y ellos débiles; nosotros somos inteligentes y ellos estúpidos; ella es un encanto y él un desastre, yo estoy destrozado y ellos están locos; él nunca saldrá de esto, ella es insensible y yo jamás podré hacer tal cosa… Una forma de pensar que parece no tener fin…

      Todo estas afirmaciones son pensamientos que, aun parcialmente ciertos, tienden a ser distorsionadores y limitadores porque, en la mayor parte de los casos, en la vida real, las cosas sólo son ciertas de un modo relativo. No existe tal cosa como una persona alta, porque las personas sólo son relativamente altas y, del mismo modo, tampoco existe una persona inteligente, porque uno sólo es relativamente inteligente. Por ello, cuando contemplamos esa forma de pensar desde la perspectiva proporcionada por una conciencia más elevada, descubrimos que tiende a ser demasiado rígida, limitadora e inevitablemente –al menos en parte– errónea. Así pues, cuando vemos y/o pensamos en blanco y negro, acabamos llegando de manera automática e irreflexiva a conclusiones demasiado fijas y limitadoras que, con frecuencia, distorsionan nuestra capacidad de encontrar, en medio de los altibajos de la vida, el camino de “vuelta a casa”. El discernimiento –a diferencia del juicio–, por el contrario, nos enseña a ver, oír, sentir y percibir la existencia de infinitos matices de gris entre el pensamiento completamente negro y el pensamiento completamente blanco, entre lo absolutamente bueno y lo absolutamente malo. Así pues, nuestros juicios reflejos nos llevan a limitar de forma automática e inadvertida el rango posible de lo real y nos impiden ver el espectro completo de lo real, mientras que el “discernimiento sabio” nos ayuda a descubrir la existencia de múltiples posibilidades intermedias y a navegar adecuadamente a través de ellas.

      Hay todo un campo de las matemáticas y de la ingeniería que se basa en la compleja pauta fractal que existe entre un camino y otro por completo diferente. Lo curioso es que, cuanta más atención prestamos a la gradación de las cosas, más clara –y no al contrario– se torna nuestra mente, un punto que convendrá recordar cuando exploremos con más detenimiento el funcionamiento de la atención plena. En su libro Fuzzy Thinking, Bart Kosko, de la Universidad del Sur de California, señala que el mundo del cero y del uno, el mundo del blanco y del negro, es el mundo esbozado por Aristóteles que también fue, dicho sea de paso, quien primero habló de los cinco sentidos de los que habla la cultura occidental. Las distintas gradaciones del gris, así como también el cero y uno constituyen, por su parte, el mundo esbozado por el Buda. ¿Cuál de ambos modelos del mundo es correcto?

      ¡Sea muy cuidadoso al responder!

      Las manzanas pueden ser rojas, verdes o amarillas, pero, si las contemplamos con más detenimiento, nos daremos cuenta de que sólo lo son hasta cierto punto. A veces hay manchas grandes o pequeñas o incluso manchas de otros colores. No existe ninguna manzana natural que sea completamente roja, completamente verde o completamente amarilla. El maestro de meditación Joseph Goldstein nos cuenta, en este sentido, la historia de una maestra de escuela que, en cierta ocasión, levantó una manzana en alto y preguntó a sus alumnos:

      –¿De qué color es esto, niños?

      Muchos respondieron que era roja, algunos contestaron que amarilla y unos pocos dijeron que verde, pero sólo uno respondió “blanca”.

      –¿Por qué dices que es blanca –preguntó entonces la maestra– si sabes bien que no lo es?

      Entonces el niño se acercó a ella, cogió la manzana, le dio un bocado y la levantó para que toda la clase pudiera ver el color interno de la manzana.

      A Goldstein también le gusta decir que, en el cielo, no existe ninguna Osa Mayor y que ésa no es más que la apariencia que asume, desde nuestra perspectiva, un determinado conjunto de estrellas y que esa no-Osa Mayor nos ayuda a localizar la Estrella del Norte e incluso a servirnos de ella para navegar.

      ¿Qué ve usted en el siguiente dibujo?

      Hay quienes sólo ven una anciana mientras que otros, por el contrario, sólo ven una joven. ¿No les parece curioso? Si, antes de mostrar ese dibujo, hubiésemos expuesto durante cinco segundos a la mitad de una gran audiencia (mientras la otra mitad permanecía con los ojos cerrados) la imagen que presentamos a continuación en el lado izquierdo, hubiésemos descubierto, entre ellos, una mayor propensión a ver en ella la imagen de una joven. Y lo contrario hubiera sucedido, por cierto, en el caso de haber expuesto previamente durante cinco segundos a la mitad de los sujetos a la imagen de la anciana que presentamos a la derecha. Y es que, una vez establecida una determinada pauta, resulta muy difícil, para algunas personas, advertir otra…, a menos que se les presenten imágenes despojadas de ambigüedad como las siguientes.

      También resulta muy ilustrativa, en este mismo sentido, la encantadora historia de la fantasía presentada por Antoine de Saint-Exupéry en El principito:

      Cuando tenía seis años de edad vi un dibujo magnífico en un libro sobre la jungla que se llamaba Historias reales que representaba a una boa constrictor tragándose a una bestia salvaje…

      El libro decía: «Las boas constrictor se tragan a sus presas enteras, sin masticarlas. Luego no pueden moverse y duermen durante los seis meses que dura la digestión».

      En esos días pensé bastante sobre las aventuras de la selva y finalmente hice mi primer dibujo, usando