y experimentar algún resultado o estado especial que acabamos considerando como su objetivo. Pero esta manera de entender las cosas, como veremos, puede llegar a obstaculizar muy seriamente nuestra comprensión de la riqueza de la práctica de la meditación y de lo que ésta tiene que ofrecernos. Convendrá pues recordar que, por encima de todo, la meditación es una forma de ser o, si el lector lo prefiere, una forma de ver, una forma de percibir y hasta una forma de amar.
En segundo lugar, la meditación no es otro modo de hablar de la relajación.
Repitámoslo de nuevo: la meditación no es otro modo de hablar de la relajación. Con ello no quiero decir que la meditación no vaya acompañada con frecuencia de estados profundos de relajación y de sensaciones de bienestar porque eso es obviamente lo que, en ocasiones, sucede. La meditación de la atención plena consiste en abrazar todos y cada uno de los estados que emergen en nuestra conciencia, sin inclinarnos por uno en desmedro de los demás. Desde el punto de vista de la práctica de la atención plena, el dolor, la angustia y hasta el aburrimiento, la impaciencia, la frustración, la ansiedad y la tensión corporal son objetos igualmente válidos de nuestra práctica si les prestamos atención en el mismo momento en que aparecen. Cada uno de ellos nos proporciona, a fin de cuentas, una ocasión para la comprensión y el aprendizaje y, en última instancia, para la liberación. No deberíamos, pues, considerar los estados que no vayan acompañados de relajación o beatitud como pruebas de una práctica meditativa “equivocada”.
Bien podríamos decir que la meditación es una forma de ser adaptada a las circunstancias en que nos hallamos en todos y cada uno de los instantes de nuestra vida. Si estamos atrapados en nuestra propia actividad mental, no podremos estar presentes de la manera adecuada e incluso, quizás, no podamos estar presentes en modo alguno. Nos demos o no cuenta de ello, nuestras agendas ocultas tiñen todo lo que hacemos.
Con ello no pretendo decir que, cuando estemos atentos, desaparezcan todos los contenidos –a veces caóticos, turbulentos, dolorosos o confusos–que revolotean de manera natural por nuestra mente. No debemos dejarnos atrapar por esas cosas ni permitir que distorsionen nuestra capacidad de registrar el abanico completo de lo que ocurre y lo que ello exige de nosotros, ni que distorsionen nuestra percepción hasta el punto de ignorar lo que realmente ocurre y lo que, al respecto, debemos hacer. El rasgo distintivo de esa modalidad de ser a la que llamamos meditación es el no apego y, en consecuencia, la percepción clara y la predisposición a responder adecuadamente a cualquier circunstancia que se nos presente.
No es de extrañar que quienes tan sólo conocen la meditación a través de lo que dicen los medios de comunicación crean que la meditación es, básicamente, una forma de manipulación interna que se asemeja a pulsar una especie de interruptor cerebral orientado a dejar la mente en blanco. Esa perspectiva cree que acabar con el pensamiento implica acabar con las preocupaciones y verse mágicamente catapultado al estado “meditativo” que quienes sostienen ese punto de vista siempre imaginan como un estado de relajación, paz, calma y comprensión profundas que erróneamente asocian al concepto de “nirvana”.
Pero esta visión, por más comprensible que pueda parecer, está muy equivocada, porque la práctica de la meditación puede perfectamente estar saturada de pensamientos, preocupaciones, deseos y cualquier otro de los estados y aflicciones mentales que afectan a los seres humanos. Lo importante no es el contenido de la experiencia, sino la conciencia de ese contenido y, aún más, la conciencia de los factores que promueven su desarrollo y el modo en que nos liberan o encadenan instante tras instante y año tras año.
No existe la menor duda de que la meditación puede conducir a la relajación, la paz, la calma, la intuición, la sabiduría y la compasión profunda y de que el término “nirvana” no es tan sólo el nombre de una loción para después del afeitado, de un hermoso yate o de cualquier cosa que podamos pensar (porque la historia completa jamás se agota en lo que uno pueda pensar al respecto), sino que se refiere a una dimensión muy importante y verificable de la experiencia humana. Éste es, precisamente, uno de los misterios y atractivos de la meditación. Pero hay veces en que incluso los meditadores avanzados olvidan que la meditación no tiene nada que ver con el logro de algo especial y se esfuerzan en alcanzar un determinado resultado que satisfaga sus deseos y expectativas. Y es que, por más claro que lo tengamos, hay veces en que esa noción puede presentarse y, en esos momentos, debemos “recordar” la necesidad de abandonar esos conceptos y deseos y tratarlos como a cualquier otro pensamiento que aparezca en nuestra mente, recordar la necesidad de no aferrarnos a nada y quizás advertir incluso que se trata de construcciones esencialmente vacías de lo que podríamos llamar la mente deseante.
Otro error muy común consiste en considerar la meditación como una herramienta para controlar o tener determinados pensamientos. Y, aunque esta noción encierre una cierta verdad, en el sentido de que hay formas concretas de meditación discursiva que apuntan al cultivo de cualidades concretas (como la bondad y la ecuanimidad) y de emociones positivas (como la alegría y la compasión), nuestras expectativas sobre la meditación suelen obstaculizar la puesta en práctica de lo que más necesitamos e impedirnos experimentar el momento presente tal cual es, en lugar del modo en que queremos verlo, con la mente y el corazón abiertos.
Porque la meditación –y, muy especialmente, la meditación de la atención plena– no tiene nada que ver con pulsar un interruptor que nos catapulte a otro lugar, que nos despoje de determinados pensamientos y nos ayude a cultivar otros, ni con poner la mente en blanco o permanecer tranquilos y relajados. La meditación es, en realidad, un gesto interno que permite que nuestro corazón y nuestra mente (considerados como una totalidad inconsútil) cobren conciencia del espectro completo del momento presente tal cual es, aceptando todo lo que se presente por el simple hecho de que está sucediendo, en una actitud interna que la psicoterapia ha calificado como “aceptación incondicional”. Y debo decir que se trata de algo muy difícil, sobre todo en el caso de que lo que ocurra no concuerde con nuestras expectativas, deseos y fantasías, que parecen ser inagotables y pueden, aunque sea de un modo muy sutil y casi imperceptible, llegar a teñirlo todo, especialmente en lo que se refiere a la práctica de la meditación y a cuestiones relacionadas con el “progreso” y el “logro”.
La meditación no tiene nada que ver con tratar de llegar a un determinado lugar, sino con permitirnos estar precisamente donde estemos tal y como estemos y que, en ese mismo instante, el mundo sea también exactamente tal cual es. Y esto no resulta nada sencillo porque, mientras permanezcamos dentro del ámbito del pensamiento, siempre encontraremos defectos. Por ello la mente y el cuerpo se resisten tanto a aceptar, aunque sólo sea de forma provisional, las cosas tal como son. Y esta resistencia quizás sea todavía mayor cuando meditamos porque, en tal caso, albergamos la esperanza de que la meditación nos ayude a cambiar las cosas, a mejorar nuestra vida y contribuya también a cambiar el mundo.
Con ello no estamos negando la importancia de la aspiración a cambiar las cosas, mejorar la vida y transformar el mundo. De hecho, todas ellas son posibilidades muy reales porque, al meditar, sentarnos y permanecer en silencio, podemos transformarnos a nosotros mismos y al mundo y, en cierta manera –pequeña pero no, por ello, insignificante–, todos esos cambios están ya teniendo lugar.
Lo paradójico es que sólo podemos cambiarnos a nosotros mismos y al mundo si salimos, aunque sólo sea unos instantes, de nosotros mismos y permitimos que las cosas sean tal como son, sin perseguir nada, especialmente aquellos objetivos que son el mero producto de nuestro pensamiento. Einstein lo dijo de una manera muy convincente: «La mente que crea los problemas es incapaz de encontrar una solución válida a esos mismos problemas», lo que significa que debemos desarrollar y ejercitar nuestra mente y sus capacidades para ver, conocer, reconocer y trascender los motivos, conceptos y hábitos inconscientes que puedan haber generado los problemas en que nos hallamos inmersos. Y todo ello requiere de una mente que tenga una motivación diferente y vea y conozca de un modo nuevo o, dicho de otro modo, de nuestra mente intacta, original y no condicionada.
¿Cómo podemos hacer esto? Precisamente saliendo, aunque sólo sea por unos instantes, de nuestro camino, saliendo de los cauces habituales del pensamiento y sentándonos a descansar en las cosas talcomo son más allá de nuestros pensamientos o, como Soen Sa Nim solía decir, “antes de pensar