Panesso señala lo siguiente:
En la gesta libertadora de la Nueva Granada realizada por los héroes de la Independencia para crear lo que hoy es la República de Colombia, la música hizo parte del paisaje emocional de las marchas y de las batallas [...] El bambuco y el pasillo animaron el patriotismo de los escuadrones cuyos hombres los cantaban desde niños [...] «La Guaneña»3 coronó su más encumbrada nota bambuquera en la batalla de Ayacucho, sello final a la dominación realista española, cuando la ofensiva patriota estuvo animada por su interpretación en la banda del Batallón Voltígeros (Jaramillo, 2010, p. 1).
Jorge Áñez decía que, en una publicación del Diario de Centroamérica, órgano oficial del Gobierno de la República de Guatemala, había leído que un grupo pequeño de cantantes bogotanos dieron unas funciones en un teatro provisional en Guatemala, en 1837, y que cantaron bambucos y pasillos. Me quedan dudas de la veracidad de esta afirmación, pues «en 1880 sale a la luz el primer ejemplar del Diario de Centro América» (Prensa Libre, 2015, p. 1). ¿Será que hubo antes un periódico con el mismo nombre?
Un apunte muy curioso es el que hace Adolfo González Henríquez en un comentario sobre el libro Historia de la música en el Tolima, de Helio Fabio González Pacheco:
Considerando a veces toda la música del interior como una sola, los costeños suelen desconocer la existencia misma de eso que, en el colmo del racismo y el desprecio olímpico por sus inmensos valores caribeños, se llamó durante tantos años ‘música colombiana’, siendo que era precisamente la más hispánica, la menos colombiana y telúrica de todas, mientras que la música costeña sí era un producto original de estas tierras. Pero esto no siempre fue así: hubo una época en que la música del interior sonaba con mucha libertad en ciertos salones costeños […] En 1828, el diplomático francés Auguste Le Moyne observó la similitud entre lo que cantaban las mujeres de las clases altas de Cartagena y Bogotá; otro viajero del siglo pasado, el médico francés Charles Saffray, consignó por escrito la extravagante noción de que el bambuco era la música preferida y casi exclusiva de Cartagena en 1869, con lo cual intentó elevar a norma general la pequeña experiencia vivida. El bambuco tal vez sí gozaba del favoritismo de ciertas elites, pero no es seguro que se extendiera a toda la población; es más, parece bastante improbable. Y la cosa continúa en el siglo XX. Ángel María Camacho y Cano, el gran pionero de la música costeña, empezó su carrera tocando valses y pasillos. El legendario cienaguero Guillermo Buitrago se inició tocando la música de su padre, un comerciante santandereano4, y sus primeras composiciones fueron valses; lo mismo pasó con el gran compositor barranquillero Rafael Mejía, quien luego se destacaría con sus alucinantes paseos y cumbias. Y uno de los grandes valses criollos, «Tristezas del alma», fue escrito por el bolivarense Lucho Rodríguez Moreno, uno de los buenos músicos de Pacho Galán, en sus mejores tiempos. Por otro lado, los niños y [las] niñas bien de tiempos atrás aprendían primero las tonadas interioranas, tal vez porque se las enseñaban en colegios religiosos regentados necesaria e inexorablemente por monjas y curas del interior. Y en la celebración del centenario de la Independencia, en 1910, las clases altas barranquilleras exhibieron orgullosamente su Estudiantina del Centro Artístico, treinta años antes [de] que Barranquilla tuviera una gran orquesta caribeña de baile. En el fondo de todo esto yacen las preferencias eurocentristas mostradas por las clases altas costeñas hasta bien entrado el siglo XX, y que las llevaron a rechazar –a veces vergonzantemente– los efluvios de la cultura popular. La música del interior se les hacía aceptable precisamente por ser más hispánica que otra cosa, más blanca, menos sensual (González, 1986, p. 2).
Con la llegada de Cristóbal Colón –enviado por los reyes de España–, el 12 de octubre de 1492, a la isla conocida hoy como Bahamas, se da el encuentro de dos mundos que habían evolucionado independientemente: Europa y América: «Con el descubrimiento de América hispánica, todo el planeta se torna el “lugar” de “una sola Historia Mundial” [...] se inicia la “Modernidad” [...] la “centralidad” de la Europa latina en la Historia Mundial es la determinación fundamental de la Modernidad» (Dussel, 2000, p. 46).
La música europea llegó a nuestro continente en las carabelas de Colón. El 15 de junio de 1497, los reyes católicos ordenaron al almirante Cristóbal Colón su tercer viaje: «Así mismo, deben ir […] algunos instrumentos y músicas para pasatiempo de las gentes que allá han de estar» (León, 2017, p. 1). Durante la rueda de prensa de cierre del Festival de Música Sacra de Bogotá de 2015, Jordi Savall contaba esta anécdota:
Muchos de los marineros que llegaban al Nuevo Mundo cantaban y tocaban algún instrumento. Estamos hablando de una época en la que, si tú no sabías cantar y no sabías tocar, en tu vida no había música. Si leemos El Quijote (publicado en 1605), por ejemplo, vemos que hay música en todas partes; todo el mundo sabe cantar, o tocar un instrumento más o menos bien (musicaantigua.com, 2016, p. 1).
El compositor Patricio Gómez Junco afirma lo siguiente:
La principal aportación europea en la música de América fueron las piezas sacras, interpretadas en el lenguaje polifónico característico del Barroco […] La música traída por los españoles servía a un propósito exclusivamente religioso, con el fin de evangelizar a los indígenas […] El portugués Gaspar Fernández, organista de la catedral de Puebla, fue uno de los primeros cuya obra muestra una interacción con las tradiciones indígenas, al escribir piezas barrocas con letra en náhuatl y acompañamiento de percusiones como el teponaztli (López, 2014, p. 1).
El músico y musicólogo Claudio Tarris concluye que «en la música popular, los españoles aportaron géneros como el fandango, la jota y el flamenco, ahora ancestros de varios géneros folclóricos de América Latina» (López, 2014, p. 1).
[Durante la Conquista, los españoles, además de armas, caballos y perros] Trajeron los instrumentos propios de la fanfarria militar: clarines, tambores, trompetas, chirimías y otros; según las crónicas los soldados avanzaban al compás de la música marcial [...] Los religiosos también trajeron instrumentos propios de su “profesión”: violas de arco, arpas, órganos pequeños que servían para adornar sus oficios religiosos [...] Algunos particulares trajeron sus propios instrumentos: guitarras de cuatro órdenes, vihuelas de arco y de mano, laúdes, flautas, etc. [...] Como es de suponer, no fueron muchos ni muy eruditos los músicos que llegaron de España, y se podría asegurar que los religiosos y algunos súbditos fueron quienes comenzaron a impartir un poco de educación musical en nuestro medio (Puerta, 1998, p. 120).
Con respecto a la música europea en América, Juan Mera dice lo siguiente en su libro Cantares del pueblo ecuatoriano:
No solo la música religiosa tuvo su presencia en el Nuevo Mundo, también se introdujo un sinnúmero de canciones populares, que[,] de acuerdo con testimonio de los cronistas, eran enseñadas a los indígenas de estas regiones. Además, se sabe que los religiosos, en afán de sepultar la idolatría, creaban nuevos bailes, para que los indígenas los ofrecieran a las imágenes católicas. Muchas coplas, que han podido ser identificadas como de raigambre española, sobreviven hasta hoy. Algunas de ellas fueron recogidas, en el siglo XIX, obra en la que se pueden reconocer tanto canciones con textos de seguro origen ibérico, como textos de las culturas indígenas y mestizas. España tuvo su influjo musical, a nivel religioso y popular, hasta finales del siglo XVIII, pues desde ese momento se comienza a introducir en el continente americano una serie de formas europeas, no españolas, tal el caso del vals, el minué, la contradanza. El sincretismo que se produjo entre la música española, europea y la música indígena originó la música mestiza. La misma que, en la actualidad, si bien se reconoce tuvo raíces distintas, ha llegado a constituirse en una clara manifestación musical con identidad propia (Mera, citado por Educar.ar, 2010, p. 1).
La incursión del catolicismo en el nuevo continente también influyó en la cultura musical:
Es bien sabido que los misioneros europeos que llegaron a tierras americanas, en tren de conquistar almas para la religión católica, hallaron en la música una aliada de incalculable valor para su tarea, que les permitió comunicarse con los nativos y, sobre todo, les sirvió para transmitir la doctrina cristiana [...] La habilidad de los indígenas al parecer era notable [...] En distintas ciudades de las recientes colonias americanas los