el Espíritu puede unir a Cristo en el cielo con el creyente en la tierra. Al igual que el Espíritu unió cielo y tierra en la encarnación, en la regeneración el Espíritu resucita de la tierra a los elegidos para tener comunión con Cristo en el cielo, y trae a Cristo a los corazones y vidas de los elegidos sobre la tierra.33La comunión con Cristo siempre es el resultado de la obra del Espíritu –obra que es asombrosa y experimental, antes que comprensible–.34El Espíritu Santo es, así pues, el vínculo que une al creyente con Cristo y el canal por el que Cristo es comunicado al creyente.35Como Calvino escribe a Pedro Mártir: “Crecemos juntamente con Cristo en un cuerpo, y Él comparte su Espíritu con nosotros, por medio de cuya operación oculta se ha hecho nuestro. Los creyentes reciben esta comunión con Cristo al mismo tiempo que su llamamiento. Pero crecen de día en día más y más en esta comunión, en proporción a la vida de Cristo que crece dentro de ellos”.36
Calvino va más allá que Lutero en este énfasis en la comunión con Cristo. Calvino acentúa que, por su Espíritu, Cristo capacita a quienes están unidos a Él por la fe. Siendo “injertados en la muerte de Cristo, derivamos de ella una energía secreta, como la rama de la raíz”, escribe. El creyente es movido por el poder secreto de Cristo, de modo que puede decirse que Cristo vive y crece en él. Pues, al igual que el alma da vida al cuerpo, Cristo imparte vida a sus miembros”.37
Como Lutero, Calvino cree que el conocimiento es fundamental para la fe. Tal conocimiento incluye la Palabra de Dios, así como la proclamación del evangelio.38 Puesto que la Palabra escrita es ejemplificada en la Palabra viva, Jesucristo, la fe no puede separarse de Cristo, en quien todas las promesas de Dios son cumplidas.39La obra del Espíritu no complementa ni suplanta la revelación de la Escritura, sino que la autentifica –enseña Calvino–.“Quitadla Palabra, y no quedará fe alguna”, dice Calvino.40
La fe une al creyente con Cristo por medio de la Palabra, capacitando al creyente a recibir a Cristo como es revestido en el evangelio y ofrecido por la gracia del Padre.41 Por la fe, Dios también mora en el creyente. En consecuencia, dice Calvino, “no deberíamos separar a Cristo de nosotros ni a nosotros de Él”, sino participar de Cristo por la fe, pues esto “nos vivifica de la muerte para hacernos una nueva criatura”.42
Por la fe, el creyente posee a Cristo y crece en Él. Más aún, su grado de fe ejercitada por la Palabra determina su grado de comunión con Cristo.43 “Todo lo que la fe debería contemplarnos es manifestado en Cristo” ,escribe Calvino.44 Aunque Cristo permanece en el cielo, el creyente que destaca en piedad aprende a asirse de Cristo tan firmemente, mediante la fe, que Cristo mora dentro de su corazón.45Por la fe, los piadosos viven por lo que encuentran en Cristo, antes que por lo que encuentran en sí mismos.46
Mirar a Cristo para la seguridad, significa mirarnos a nosotros mismos en Cristo. Como escribe David Willis-Watkins: “La seguridad de salvación es un auto-conocimiento derivado, cuyo centro de atención permanece en Cristo unido a su cuerpo, la Iglesia, de la cual somos miembros”.47
El doble lavamiento de la piedad: la justificación y la santificación
Según Calvino, los creyentes reciben de Cristo por la fe la “doble gracia” de la justificación y la santificación, que, juntas, proporcionan un doble lavamiento.48La justificación ofrece pureza imputada, y la santificación pureza real.49
Calvino define la justificación como “la aceptación con que Dios nos recibe en su favor como hombres justos”.50Continúa diciendo que, “puesto que Dios nos justifica por la intercesión de Cristo, no nos absuelve por la confirmación de nuestra propia inocencia, sino por la imputación de la justicia, para que nosotros, que no somos justos en nosotros mismos, seamos considerados como tales en Cristo”.51La justificación incluye la remisión de los pecados y el derecho a la vida eterna.
Calvino considera la justificación una doctrina central de la fe cristiana. La llama “la bisagra principal sobre la que se apoya la religión”, el suelo desde el cual se desarrolla la vida cristiana y la sustancia de la piedad.52La justificación no sólo sirve al honor de Dios, satisfaciendo las condiciones para la salvación: también ofrece a la conciencia del creyente “pacífico reposo y serena tranquilidad”.53 Como dice Romanos 5:1: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Éste es el corazón y alma de la piedad. Los creyentes no tienen que preocuparse de su estatus para con Dios, porque son justificados por la fe. Saben renunciar voluntariamente a la gloria personal y aceptar su vida cada día de la mano de su Creador y Redentor. Se pueden perder batallas diarias ante el enemigo, pero Jesucristo ha ganado la guerra para ellos.
La santificación se refiere al proceso por el cual el creyente es más y más conformado a Cristo en corazón, conducta y devoción a Dios. Es la continua reforma del creyente por el Espíritu Santo, la creciente consagración de cuerpo y alma a Dios.54En la santificación, el creyente se ofrece a sí mismo a Dios en sacrificio. Esto no viene sin gran lucha y lento progreso. Requiere limpiarse de la contaminación de la carne y renunciar al mundo.55Requiere arrepentimiento, mortificación y conversión diaria.
La justificación y la santificación son inseparables, dice Calvino. Separar la una de la otra es romper a Cristo en pedazos56, o como intentar separar la luz del sol del calor que la luz genera.57Los creyentes son justificados con el propósito de adorar a Cristo en santidad de vida.58
Dimensiones Eclesiológicas
La piedad a través de la Iglesia
La piedad de Calvino no es independiente de la Escritura ni de la Iglesia. Antes bien, está arraigada en la Palabra y se nutre en la Iglesia. Si bien rompe con el clericalismo y absolutismo de Roma, Calvino mantiene no obstante un alto concepto de la Iglesia. “Si no preferimos la Iglesia a cualquier otro objeto de nuestro interés, somos indignos de ser contados entre sus miembros”, escribe.
Agustín dijo una vez: “No puede tener a Dios por Padre quien rechaza tener a la Iglesia por madre”. A lo cual Calvino añade: “ya que no hay otro camino para llegar a la vida más que ser concebidos en el seno de esta madre, quien nos dé a luz, nos alimente con sus pechos, y nos ampare y defienda hasta que, despojados de esta carne mortal, seamos semejantes a los ángeles”. Fuera de la Iglesia, hay poca esperanza para el perdón de pecados o la salvación, escribió Calvino. Siempre es desastroso abandonar la Iglesia.59
Para Calvino, los creyentes son injertados en Cristo y su Iglesia, porque el crecimiento espiritual ocurre dentro de la Iglesia. La Iglesia es madre, educadora y alimentadora de todo creyente, porque el Espíritu Santo actúa en ella. Los creyentes cultivan la piedad por el Espíritu mediante el ministerio de enseñanza de la Iglesia, progresando desde la infancia espiritual hasta la adolescencia y, finalmente, la plena hombría en Cristo. No se gradúan en la Iglesia hasta que mueren.60Esta educación vitalicia se ofrece en un ambiente de genuina piedad en el que los creyentes se aman y cuidan unos a otros bajo el liderazgo de Cristo.61Se fomenta el crecimiento de los dones y el amor de los unos a los otros, ya que son “constreñidos a tomar prestado de los demás”.62
El crecimiento en la piedad es imposible fuera de la Iglesia, pues la piedad es fomentada por la comunión de los santos. Dentro de la Iglesia, los creyentes se apoyan los unos en los otros en la diversa distribución de dones”.63Cada miembro tiene su propio lugar y dones que usar dentro del cuerpo.64Idealmente, todo el cuerpo usa estos dones en simetría y proporción, reformándose y creciendo siempre hacia la perfección.65
La piedad por la Palabra
La Palabra de Dios es central para el desarrollo de la piedad cristiana en el creyente. El modelo relacional de Calvino explica cómo.
La verdadera religión es un diálogo entre Dios y el hombre. La parte del diálogo que Dios inicia es la revelación. En ella, Dios baja para encontrase con nosotros, se dirige a nosotros y se nos hace conocido en la predicación de la Palabra. La otra parte del diálogo