que el Espíritu nos capacita para apropiarnos de la sangre de Cristo y responderle con amor reverente. Mediante la predicación con poder del Espíritu, “la renovación de los santos es cumplida y el cuerpo de Cristo es edificado”, dice Calvino.66
Interior de la Catedral de Ginebra
Calvino enseña que la predicación de la Palabra es nuestra comida espiritual y nuestra medicina para la salud espiritual. Con la bendición del Espíritu, los ministros son médicos espirituales que aplican la Palabra a nuestras almas como los médicos terrenales aplican la medicina a nuestros cuerpos. Usando la Palabra, estos doctores espirituales diagnostican, prescriben y curan la enfermedad espiritual de quienes están contagiados de pecado y muerte. La Palabra predicada se utiliza como instrumento para sanar, limpiar y hacer fructíferas nuestras almas propensas a la enfermedad.67El Espíritu, o el “ministro interno”, promueve la piedad usando al “ministro externo” para predicar la Palabra. Como dice Calvino, el ministro externo “proclama la Palabra vocal y es recibida por los oídos”, pero el ministro interno “comunica verdaderamente la cosa proclamada…, que es Cristo”.68
Calvino predicando su sermón de despedida antes del destierro
Para promover la piedad, el Espíritu no sólo usa el evangelio para operar la fe en lo profundo de las almas de sus elegidos, como ya hemos visto, sino que también usa la ley. La ley promueve la piedad en tres sentidos:
1. Reprime el pecado y promueve la justicia en la Iglesia y sociedad, impidiendo que caigan en el caos.
2. Nos disciplina, educa y convence, haciéndonos salir de nosotros mismos para ir a Cristo, el cumplidor y fin de la ley. La ley no puede llevarnos a un conocimiento salvífico de Dios en Cristo. Antes bien, el Espíritu Santo la usa como un espejo para mostrarnos nuestra culpabilidad, alejarnos de toda esperanza y traernos al arrepentimiento. Nos conduce a la necesidad espiritual de la que nace la fe en Cristo. Este convincente uso de la ley es crucial para la piedad del creyente, pues le previene de la impía auto-justicia, que tiende a presentarse incluso en los más piadosos de los santos.
3. Se convierte en la regla de vida para el creyente. “¿Cuál es la regla de vida que [Dios] nos ha dado?” –pregunta Calvino en el Catecismo de Ginebra–. La respuesta: “Su ley”. Más tarde, Calvino dice que la ley “muestra el blanco hacia el que deberíamos apuntar, el objetivo tras el que deberíamos correr, para que cada uno de nosotros, según la medida de gracia que le es concedida, se esfuerce para estructurar su vida según la más elevada rectitud y, mediante el constante estudio, continuamente avance más y más”.69
Calvino escribe sobre el tercer uso de la ley en la primera edición de su Institución, declarando: “Los creyentes…se benefician de la ley porque por ella aprenden más ampliamente cada día cuál es la voluntad del Señor… Es como si un siervo, ya dispuesto con pleno fervor de corazón a encomendarse a su amo, hubiera de examinar y supervisar los caminos de su amo para conformarse y acomodarse a ellos. Además, por mucho que sean estimulados por el Espíritu y deseosos de obedecer a Dios, aún son débiles en la carne, y prefieren servir al pecado antes que a Dios. La ley es a la carne como un látigo a un asno perezoso y repropio, aguijoneándolo, incentivándolo, despertándolo para el trabajo”.70
En la última edición de la Institución (1559), Calvino es más enfático acerca de cómo se benefician de la ley los creyentes. En primer lugar, dice, “es para ellos un excelente instrumento con el cual cada día pueden aprender a conocer mucho mejor cuál es la voluntad de Dios, que tanto anhelan conocer, y con el que pueden ser confirmados en el conocimiento de la misma”. Y, en segundo lugar, le aprovechará “en cuanto que por la frecuente meditación de la misma se sentirá movido a obedecer a Dios, y fortalecido así, se apartará del pecado”. Los santos deben perseverar en esto, concluye Calvino. “Porque, ¿qué habría menos amable que la ley, si solamente nos exigiera el cumplimiento del deber con amenazas, llenando nuestras almas de temor?”.71
Ver la ley, principalmente, como un aliento para que el creyente se aferre a Dios y lo obedezca es otro asunto en que Calvino difiere de Lutero. Para Lutero, la ley es, principalmente, negativa. Está íntimamente ligada al pecado, la muerte y el diablo. El interés dominante de Lutero está en el segundo uso de la ley, incluso cuando considera el papel de la ley en la santificación. En contraste, Calvino ve la ley, principalmente, como una expresión positiva de la voluntad de Dios. Como dice Hesselink: “El punto de vista de Calvino podría llamarse deuteronómico, pues para él ley y amor no son antitéticos, sino correlativos”.72El creyente sigue la ley de Dios no con obediencia obligada, sino con obediencia agradecida. Bajo el tutelaje del Espíritu, la ley promueve gratitud en el creyente, que lo lleva a una obediencia afectiva y a una aversión al pecado. En otras palabras, el propósito principal de la ley para Lutero es ayudar al creyente a reconocer y confrontar el pecado. Para Calvino, su propósito principal es conducir al creyente a servir a Dios por amor.73
La piedad en los sacramentos
Calvino define los sacramentos como testimonios “de la gracia divina para con nosotros, confirmada mediante un signo externo, con la correspondiente atestación de nuestra piedad para con él”.74 Los sacramentos son “ejercicios de piedad”. Promueven y fortalecen nuestra fe, y nos ayudan a ofrecernos como sacrificio vivo a Dios.
Para Calvino, como para Agustín, los sacramentos son la Palabra visible. La Palabra predicada llega a través de nuestros oídos; la Palabra visible, a través de nuestros ojos. Los sacramentos presentan al mismo Cristo que la Palabra predicada, pero lo comunican de un modo diferente.
En los sacramentos, Dios se acomoda a nuestra debilidad, dice Calvino. Cuando oímos la Palabra indiscriminadamente proclamada, nos podemos preguntar: “¿Verdaderamente es para mí? ¿Realmente me alcanza?” Sin embargo, en los sacramentos Dios extiende la mano y nos toca individualmente, y dice: “Sí, es para ti. La promesa te incluye a ti”. Los sacramentos, así pues, ministran a la debilidad humana personalizando las promesas para aquellos que confían en Cristo para salvación.
Dios viene a su pueblo en los sacramentos, los alienta, los capacita para conocer a Cristo mejor, los edifica y los nutre en Él. El bautismo promueve la piedad como símbolo del modo en que los creyentes son injertados en Cristo, renovados por el Espíritu y adoptados en la familia del Padre celestial.75De igual manera, la Cena del Señor muestra el modo en que estos hijos adoptivos son alimentados por su Padre amoroso. A Calvino le encanta referirse a la Cena como nutrición para el alma. “Los signos son el pan y el vino, que nos representan la comida invisible que recibimos de la carne y sangre de Cristo” –escribe–. “Cristo es la única comida de nuestra alma y, por tanto, nuestro Padre celestial nos invita a Cristo para que, refrescados al participar de Él, reiteradamente reunamos fuerzas hasta que alcancemos la inmortalidad celestial”.76
Comocreyentes,necesitamosconstantenutrición.Nuncaalcanzamosunpuntoenque no necesitemos oír más la Palabra, orar o ser nutridos por los sacramentos. Debemos crecer y desarrollarnos constantemente. Puesto que continuamos pecando a causa de nuestra vieja naturaleza, estamos en constante necesidad de perdón y gracia. Así que la Cena, junto con la predicación de la Palabra, reiteradamente nos recuerda que necesitamos a Cristo, y ser renovados y edificados en Él. Los sacramentos prometen que Cristo está presente para recibirnos, bendecirnos y renovarnos.
Calvino negando la Cena del Señor a los libertinos
Para Calvino, la palabra “conversión” no significa, simplemente, el acto inicial de venir a la fe. También significa diaria renovación y crecimiento para seguir a Cristo. Los sacramentos conducen a esta conversión diaria, dice Calvino. Nos comunican que necesitamos la gracia de Dios cada día. Debemos sacar fuerzas de Cristo, particularmente mediante el cuerpo que sacrificó por nosotros en la cruz.