Milton Acosta

El humor en el Antiguo Testamento


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Todo esto nos lo muestra Becket por medio de su teatro de lo absurdo en Esperando a Godot.

      Cien años de soledad

      Tampoco son extraños en García Márquez los tabúes urbanos, que en las zonas rurales resultan más corrientes:

      La noche de su llegada, las estudiantes se embrollaron de tal modo tratando de ir al excusado antes de acostarse, que a la una de la madrugada todavía estaban entrando las últimas. Fernanda compró entonces setenta y dos bacinillas, pero sólo consiguió convertir en un problema matinal el problema nocturno, porque desde el amanecer había frente al excusado una larga fila de muchachas, cada una con su bacinilla en la mano, esperando turno para lavarla.

      Otro elemento humorístico en Cien años de soledad es lo que Parrilla denomina “mitos carnavalescos”. Un ejemplo clásico se relaciona con la llegada de los gitanos a Macondo:

      Eran gitanos nuevos. Hombres y mujeres jóvenes que sólo conocían su propia lengua, ejemplares hermosos de piel aceitada y manos inteligentes, cuyos bailes y músicas sembraron en las calles un pánico de alborotada alegría, con sus loros pintados de todos los colores que recitaban romanzas italianas, y la gallina que ponía un centenar de huevos de oro al son de la pandereta, y el mono amaestra­do que adivinaba el pensamiento, y la máquina múltiple que servía al mismo tiempo para pegar botones y bajar la fiebre, y el aparato para olvidar los malos recuerdos, y el emplasto para perder el tiempo, y un millar de invenciones más, tan ingeniosas e insólitas, que José Arcadio Buendía hubiera querido inventar la máquina de la memoria para poder acordarse de todas.

      Pero García Márquez también usa el humor para tratar te­mas trascendentes, como la existencia de Dios y los mecanismos que la iglesia ha usado para probarlo. Veamos la escena de la levitación del padre Nicanor y las dos reacciones que produce:

      —Un momento —dijo—. Ahora vamos a presenciar una prueba irrebatible del infinito poder de Dios.

      El muchacho que había ayudado a misa le llevó una taza de chocolate espeso y humeante que él se tomó sin respirar. Luego se limpió los labios con un pañuelo que sacó de la manga, extendió los brazos y cerró los ojos. Entonces el padre Nicanor se elevó doce centímetros sobre el nivel del suelo. Fue un recurso convincente. Anduvo varios días por entre las casas, repitiendo la prueba de la levitación mediante el estímulo del chocolate, mientras el monaguillo recogía tanto dinero en un talego, que en menos de un mes emprendió la construcción del templo. Nadie puso en duda el origen divino de la demostración, salvo José Arcadio Buendía, que observó sin inmutarse el tropel de gente que una mañana se reunió en torno al castaño para asistir una vez más a la revelación. Apenas se estiró un poco en el banquillo y se encogió de hombros cuando el padre Nicanor empezó a levantarse del suelo junto con la silla en que estaba sentado.

      —Hoc est simplicisimun —dijo José Arcadio Buendía—: homo iste statum quartum materiae invenit.

      El padre Nicanor levantó la mano y las cuatro patas de la silla se posaron en tierra al mismo tiempo.

      —Nego —dijo—. Factum hoc existentiam Dei probat sine dubio.

      Fue así como se supo que era latín la endiablada jerga de José Arcadio Buendía. El padre Nicanor aprovechó la circunstancia de ser la única persona que había podi­do comunicarse con él, para tratar de infundir la fe en su cerebro trastornado. Todas las tardes se sentaba junto al castaño, predicando en latín, pero José Arcadio Buendía se empecinó en no admitir vericuetos retóricos ni trans­mutaciones de chocolate, y exigió como única prueba el daguerrotipo de Dios. El padre Nicanor le llevó entonces medallas y estampitas y hasta una reproducción del paño de la Verónica, pero José Arcadio Buendía los rechazó por ser objetos artesanales sin fundamento científico. Era tan terco, que el padre Nicanor renunció a sus propósitos de evangelización y siguió visitándolo por sentimientos humanitarios. Pero entonces fue José Arcadio Buendía quien tomó la iniciativa y trató de quebrantar la fe del cura con martingalas racionalistas. En cierta ocasión en que el padre Nicanor llevó al castaño un tablero y una caja de fichas para invitarlo a jugar a las damas, José Arcadio Buendía no aceptó, según dijo, porque nunca pudo entender el sentido de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios. El padre Nicanor, que jamás había visto de ese modo el juego de damas, no pudo volverlo a jugar.

      Las intermitencias de la muerte

      Esta es una de las obras recientes del escritor portugués José Saramago. La novela refiere que un día primero de enero, en un lugar desconocido y por razones desconocidas, la gente deja de morirse porque la muerte (personaje femenino) decidió no matar más a nadie. El resultado es que la sociedad colapsa por completo. Las funerarias son las primeras afectadas al quedarse completamente paralizadas. En los hospitales no caben los pacientes, que no se mueren, pero tampoco mejoran. Las aseguradoras se inventan nuevos seguros. Las autorida­des eclesiásticas no saben qué hacer porque, si no hay muerte, tampoco hay resurrección (“la iglesia […] aunque a veces no lo parezca, al gestionar lo que está arriba, gobierna lo que está abajo”).

      Los medios de comunicación, con características que antes sólo se les atribuía a las divinidades (estar en todas partes), exhiben su burda ignorancia haciéndole creer a todos que todo lo saben y todo lo entienden:

      El rumor, cuya fuente primigenia nunca fue descubier­ta, aunque a la luz de lo que sucederá después eso importe poco, llegó pronto a los periódicos, a la radio, a la tele­visión, e hizo que inmediatamente las orejas de los directores, adjuntos y redactores jefes se alertaran; son personas preparadas para olfatear a distancia los grandes acontecimientos de la historia del mundo y entrenadas para agrandarlos siempre que tal convenga.

      En medio del caos que generan las vacaciones de la muerte, descubren que los pacientes se mueren apenas cruzan la frontera al país vecino. Se organiza, entonces, una mafia que trafica con enfermos terminales: “A veces el Estado no tiene otro remedio que buscar fuera quien haga los trabajos sucios”. Finalmente, la muerte se enamora de un cellista que padece una enfermedad terminal.

      De Las intermitencias de la muerte, nos llama la atención tres cosas principalmente. Por un lado, se debe considerar que el autor es un octogenario que probablemente se burla de quien, como en la obra, pronto aparecerá con una tarjeta púrpura anunciándole el día de su muerte. Por otro, la obra muestra con sofisticado humor cómo en nuestras sociedades actuales lo que importa es la economía; toda actividad económica es susceptible de producir mafias. Pero, finalmente en medio de todo, hasta la muerte puede distraerse y cambiar sus planes por causa del amor.

      Conclusiones

      En este capítulo hemos visto, en primer lugar, que el humor es un acompañante permanente de la expresión humana de sentimientos y de la comunicación. Estos aspectos de la vida normalmente no se ven en la historia porque los historiadores generalmente se concentran en las “cosas grandes”, dando la impresión de que los seres humanos de otras épocas eran menos humanos que nosotros. Pero la impresión es incompleta, puesto que desde los orígenes de la civilización,