Milton Acosta

El humor en el Antiguo Testamento


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en la Épica de Guilgames, Shamhat la prostituta es maternal, benévola y sabia; todo lo opuesto de lo “normal” en una prostituta mesopotámica, que es engañosa, lujuriosa y seductora75.

      Humor en el arte antiguo

      El humor existe tanto en la literatura como en el arte. Todos estamos familiarizados con los grandes monumentos del Medio Oriente antiguo: las pirámides de Egipto, las murallas de Asiria y Babilonia, las grandes esculturas. Estas impresionantes obras representan el poder de los dioses, los imperios, los reyes. Los grandes museos del mundo están llenos de ellos, lo cual es motivo de interminables disputas de repatriación. Junto con esto, pero no tan a la vista, hay representaciones artísticas (algu­nas no “oficiales”) que dan la impresión, bastante segura, de ser humorísticas.

      Humor en la literatura universal

      Con la siguiente muestra de obras, pretendemos simple­mente explorar cómo autores tan antiguos como Aristófanes y tan actuales como Saramago se han servido del humor en la li­teratura para hacer serios análisis de la sociedad al tiempo que lanzan críticas mordaces.

      “Las ranas”, de Aristófanes

      El diálogo inicial en Las ranas entre Dioniso y Jantias es muy divertido. Se critica a los malos escritores y se ridiculiza la falta de sentido común de Jantias. En otro episodio, Dioniso le explica a Heracles por qué necesita ir al infierno a buscar a Eurípides: “Me hace falta un buen poeta, y no hay ninguno, pues los vivos todos son detestables”. El deseo de Dioniso por encontrar un buen poeta es tan grande como la glotonería de Heracles, quien aparentemente sólo entiende cuando le hablan de comida. Luego pasan por toda una lista de autores que Heracles le presenta, para luego concluir Dioniso diciendo que son “ramillos sin savia, verdaderos poetas-golondrinas, gárrulos e insustanciales, peste del arte”.

      Más tarde, en un vasto cenagal, lleno de inmundicias, se hallan sumergidos todos los que faltaron a los deberes de la hospitalidad, quienes negaron el salario a su bardaje, y los que maltrataron a su madre, abofetearon a su padre, o copiaron algún pasaje de Mórsimo. Aparentemente Mórsimo era tan mal poeta que haber copiado uno de sus poemas era tan grave como la lista de pecados impensables. Es decir, leer esos poemas era castigo comparable al que le dijeron que si cometía algún delito lo encerrarían en un calabozo con un vendedor de seguros.

      Dioniso mismo es objeto de burla cuando le dicen que se siente en el remo (es decir, el puesto del remador) y él se sienta sobre el remo. Aparentemente, las preposiciones del griego clá­sico tampoco eran tan precisas.

      El episodio con las ranas es bastante breve. Ocurre cuando Dioniso es trasladado al infierno por Caronte en una barca. Deben atravesar una laguna llena de ranas cuyo permanente graznar saca de quicio a Dioniso, quien se pone a discutir con las ranas para que se callen. Al ver que no logra nada discutiendo, termina en una competencia para ver quién ensordece al otro. Dioniso termina croando como las ranas.

      En una escena de miedo, Dioniso se hace en las ropas y lue­go se ofende porque Jantias le dice que no ha conocido dios tan cobarde. Dioniso responde: “¡Yo cobarde! ¡y te he pedido una esponja! [para limpiarse]. Nadie en mi lugar hubiera hecho otro tanto”. Y luego añade: “Un cobarde hubiera quedado tendido so­bre su propia inmundicia y yo me he levantado y me he lim­piado”. A lo cual Jantias responde: “¡Gran hazaña, por Posidón!”.

      Las ranas evidencian también un claro rechazo a los gober­nantes extranjeros. De Arquedemo, por ejemplo, dice que “A los siete años no era todavía ciudadano, y ahora es jefe de los muertos de la tierra, y ejerce allí el principado de la bribonería”. Incluimos una cita extensa para apreciar la crítica social:

      Muchas veces he notado que en nuestra ciudad sucede con los buenos y malos ciudadanos lo mismo que con las piezas de oro antiguas y modernas. Las primeras no falsificadas, y las mejores sin disputa por su buen cuño y excelente sonido, son corrientes en todas partes entre griegos y bárbaros, y sin embargo no las usamos para nada, prefiriendo esas detestables piezas de cobre, recien­temente acuñadas, cuya mala ley es notoria. Del mismo modo despreciamos y ultrajamos a cuantos ciudadanos sabemos que son nobles, modestos, justos, buenos, honrados, hábiles en la palestra, en las danzas y en la música, y preferimos para todos los cargos a hombres sin vergüenza, extranjeros, esclavos, bribones de mala ralea, advenedizos, que antes la república no hubiera admitido ni para víctimas expia­torias.

      Hay una escena de azotes bastante divertida, donde Dioniso y su esclavo Jantias demuestran su hombría. Se le acusa al dios de haber robado comida en otra ocasión. Jantias dice que Dioniso es el esclavo ladrón, que lo azoten. A lo cual este responde que no, que él es inmortal. Finalmente, acuerdan que los azoten a los dos para ver cuál es el dios. Quien se lamente de los azotes es humano. Después de cada azote, ambos aparentan que no les duele y recitan versos de toda índole, los cuales el verdugo inicialmente interpreta como señales de dolor, pero siempre lo corrigen recitando la otra mitad del verso:

DIONISO:¡Oh Posidón!…
JANTIAS:Alguien se lamenta.
DIONISO:… Que reina sobre los promontorios del Egeo, o sobre el salado abismo del cerúleo mar.