José Rodríguez Iturbe

Los gatos pardos


Скачать книгу

mundo entero, más pronto que tarde.

      La política siguió teniendo un componente militar después de la Segunda Guerra Mundial. Pero entonces la ubicación en la geografía de las posiciones ideológicas vino dada por los antagonismos dicotómicos de la guerra fría. Como esta abarcó prácticamente la casi totalidad de la segunda mitad del siglo XX, fueron los vaivenes de la confrontación bipolar los que señalaron las variantes de las concepciones del Estado y del derecho en América Latina desde 1950 hasta 1990. En el orden internacional, será el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, suscrito en Río de Janeiro en 1947, el que, como un todo, verá a América Latina ubicada, en su conjunto, como aliada hipotética de los Estados Unidos y del llamado “mundo libre”, en una confrontación a la cual nadie ni nada ponía teóricamente un término o conclusión armónica.

      En el siglo XX, América Latina poseyó escenarios propios en la confrontación bipolar con la Revolución cubana (1959) y con la llegada al poder del Frente Sandinista de Liberación Nacional, en Nicaragua (1979). La llegada de Chávez al poder (1999) tiene, a mi entender, otras características, tanto por su momento y por su proceso de llegada a la conducción de Venezuela como por las características de su desarrollo.

      Desde la década conclusiva del siglo XX, con la caída del Muro de Berlín, a inicios de noviembre de 1989, y la cancelación oficial de la guerra fría (1991), pareciera que, a excepción de anacronismos poco atractivos (Corea del Norte y Cuba, en el marxismo-leninismo, los fundamentalismos islámicos en Irán, algunos países del Medio Oriente y el África islamizada), la corriente predominante en el ámbito histórico-cultural en el cual se inserta América Latina siguió estando marcada por la búsqueda de la democracia liberal, en lo político, y de la economía de mercado, en un proceso signado por la globalización.

      El desarrollo del tema en estas páginas seguirá, por lo dicho, un orden histórico. Se distinguirán, por tanto, inicialmente, las visiones histórico-políticas en América Latina en el fin del siglo XIX y los comienzos del siglo XX. Luego se estudiarán las correspondientes al tiempo de entreguerras, hasta la Segunda Guerra Mundial. En un tercer momento, se verán las correspondientes a las décadas de la guerra fría. Y, finalmente, las distintivas al tiempo de la globalización, con un orden internacional aún no claramente definido. Todo ello con el colorido (trágico o mágico, o ambas cosas a la vez) que adquieren frecuentemente los procesos en América Latina.

      Algunos casos y realidades tendrán mayor relieve en la exposición. Considero que ellos pueden ejemplificar mejor que otros algunas de las tesis que deseo exponer. Finalmente, a modo de conclusión, dejaré, para su discusión, algunas sugerencias que considero oportunas para no repetir con malsana insistencia, en este siglo que hemos empezado a recorrer, los errores del pasado.

      Estas páginas se limitan muy básicamente al siglo XX y a los comienzos del siglo XXI. Antes de entrar directo en el desarrollo en sí del tema, véanse algunos criterios sobre la metodología: el texto en el contexto, estática y dinámica histórica, conocer e interpretar.

      Notas

      1 Francisco Silvela fundó, meses después del asesinato de Cánovas, el 31 de diciembre de 1897, la Unión Conservadora. Llegó, posteriormente, a ser jefe de Gobierno.

      2 En expresión de Siguán (1956, pp. 333-378), ese discurso fue “el canto del cisne de Don Marcelino en Cataluña: dos años después y cuando ya las noticias que sobre su salud circulaban lo hacían temer, llegaba a Barcelona la noticia de su muerte” (p. 378).

      La Escuela de Cambridge ha puesto el énfasis en la necesidad de ver el texto en el contexto. Analógicamente, se puede decir que es necesario ver los procesos en su contextualidad histórica.3 Si se deforma la comprensión de una obra y de la intencionalidad de su autor leyéndola independiente de las circunstancias que rodearon su nacimiento y considerándola separadamente del conjunto de las obras de su autor, lo mismo, mutatis mutandis, puede decirse de los procesos o coyunturas históricas de los pueblos. Ellos no pueden ser cabalmente conocidos y comprendidos y por tanto interpretados y prescindir de las características del momento histórico y de la elipse de sus principales sujetos protagónicos. Considerar los procesos en su contextualidad supone, pues, no visualizarlos de manera simplemente autorreferente, sino, con visión realista, la más objetiva posible dentro de la inevitable subjetividad del historiador, considerarlos, comprenderlos y valorarlos en el marco más amplio de los restantes procesos histórico-políticos que coexisten en un periodo determinado. La carencia de nexos causales entre unos y otros no invalida la consideración de sus semejanzas como elementos de influencia temporal-cultural que ayudan a una visión más global y a un entendimiento más cabal de ellos. A menudo, sin esa consideración la perspectiva crítica resultaría afectada en grado mayor del que sería de desear.

      La que nos toca considerar, más que historia jurídica, es, básicamente, historia política. O, si se desea, historia política con elementos de historia de las ideas. En toda historia, no se trata de absolver o condenar por criterios ideológicos a priori, sino de conocer. Pero no se trata de un conocer aséptico, sino valorativo. Así, a mi entender, interesa una historia que no solo diga dónde están las cosas, sino que, además, indique adónde van, como consecuencia del recto conocimiento. Interesa no solo la estática, sino también la dinámica histórica. Qué cosas cambiaron al presentarse nuevos vientos en la historia; y hacia dónde cambiaron llevados por ellos. Y quiénes entendieron que los tiempos cambiaban y el sentido del cambio. La visión histórica del contexto jurídico-político latinoamericano del siglo XX presenta un empeño —a veces exitoso, otras no— de búsqueda de la modernidad postergada. Con sus variantes, es, en América Latina, un siglo de transición. No solo se trata de la etapa final de una transición, después de la Independencia, sino de captar el sentido y el rumbo de esa transición vista en su conjunto.

      El objeto del estudio histórico es conocer lo ocurrido, sin deformaciones y lo más plenamente posible; es decir, conocerlo en su carácter propio, pero en el cauce que identifica a los hechos concretos en un proceso, sin deformarlos pretendiendo considerarlos como aglomeración de circunstancias sin un sentido global. El conocimiento histórico, por tanto, no puede variar por el matiz ideológico o la postura personal política de quien realice tal estudio. Ciertamente, el conocimiento es inescindible de la interpretación; y en la interpretación entra en juego, de variadas formas, la subjetividad de quien al conocer interpreta, y al interpretar valora.

      El esfuerzo del historiador por precisar los facta históricos, y de dónde vienen y adónde van, se encuentra, a veces, con la posibilidad de señalar, como en la geografía, hechos que constituyen como las divisorias de las aguas en las altas cumbres.

      La nueva conciencia hermenéutica que, apuntada a fines del siglo XIX, se asienta y extiende en el siglo XX, supone que el ser humano, animal racional, es animal hermenéutico, para decirlo con los términos de Vittorio Mathieu.4 Pero se trata de conocer-interpretar sin deformar ni eludir los facta de la historia. El conocerinterpretar histórico no supone, por tanto, la ideologización de la historia. Esta supondría pretender a priori encorsetar los hechos, los procesos, las personas, en esquemas dados con anticipación que hipotéticamente producirían, como condición de supuesta cientificidad, una comprensión predeterminada, cargada de intencionalidad de índole partisana, cuyo delta teórico y práctico suele estar en las variadas formas de fe en la historia o de fideísmo historicista, como quizá sería más propio decir.

      En el conocer-interpretar, el sujeto que conoce descubre significados; y la subjetividad,