sus recuerdos para construir la nación23. Esto nos lleva a replantearnos los límites de lo que consideramos la verdad histórica y su relación con los procesos de ficción de los hechos, interpretados de acuerdo con los parámetros que la historia oficial ha dejado establecidos.
2. Los hechos y el héroe
El caso de Aparicio Pomares es ejemplar. Como los hechos y su existencia son poco conocidos, vale la pena detenerse un poco en su narración canónica. Luego de la derrota del ejército peruano en la campaña de Lima, en enero de 1881, esta fue ocupada por el ejército chileno y se inició una aguerrida, tortuosa y penosa defensa del territorio nacional organizada en las sierras del Perú por el mariscal Andrés Avelino Cáceres, especialmente entre las regiones del norte y el centro. Esta campaña, llamada «La Breña», incluyó miles de campesinos quechuahablantes que se incorporaron a sus huestes y portaron armas de todo tipo, lo que incluye piedras y palos. Con esas fuerzas, Cáceres se enfrentó al ejército chileno, causó un buen número de bajas y afectó su campaña de ocupación. Empero, el 10 de julio de 1883, con el apoyo de las fuerzas disidentes peruanas del general Miguel Iglesias, el ejército chileno derrotó a las fuerzas de Cáceres, con lo que causó su dispersión y afianzó el triunfo final de Iglesias en su pugna por la presidencia del Perú. Entre las tropas dispersas se encontraba un soldado nacido en el pueblo de Chupán, en Huánuco, que la tradición reconoce como Aparicio Pomares. Mientras retornaba a su lugar de origen, luego de participar en diversos combates por lo menos desde 1881, en la ciudad de Huánuco las autoridades chilenas habían colocado como subprefectos a personajes colaboracionistas, medida que fue rechazada por los pobladores de la ciudad y su entorno rural. Él junto con otros soldados y guerrilleros partidarios de Cáceres se reunieron en las alturas cercanas a la ciudad de Huánuco, en el cerro Jactay, y atacaron la ciudad el 8 de agosto de 1883. La acción de este contingente de milicianos mestizos e indígenas fue exitosa y obligó a las tropas chilenas a evacuar la ciudad, con lo que las autoridades peruanas recuperaron el control de la ciudad.
3. Historia ficcionada/ficción historizada
Esta historia también es conocida por el relato de uno de los historiadores más importantes del Perú del siglo XX, Jorge Basadre, quien, en su volumen dedicado a la guerra durante los años 1881 a 1883, reconoce la existencia de este combate y la participación de Aparicio Pomares. El relato de Basadre (2005 [1939]) no se fundamenta en la documentación histórica usual (partes de guerra, periódicos, etcétera), sino en un cuento titulado «El hombre de la bandera», publicado en 1920 por Enrique López Albújar, dentro de sus Cuentos andinos, prologado por Ezequiel S. Ayllón, exalcalde de Huánuco y amigo del escritor.
El relato de Basadre, cuyo prestigio lo convierte en una fuente histórica fuera de toda duda, comienza recordando que, en 195124, un grupo de ciudadanos de Huánuco pertenecientes a la Sociedad Patriótica Pomares organizó una romería al cerro Jactay, la misma que se repetiría por varios años para recordar los acontecimientos y a Pomares como uno de los héroes de esa batalla25. Este detalle es importante: si asumimos que Basadre representa el relato canónico, este comienza más bien desde el presente, partiendo del recuerdo para validar la historia. Luego prácticamente parafrasea el cuento de López Albújar, asumiendo sus datos como verídicos, aunque reconoce la ficción de los diálogos. De acuerdo con Tomás Escajadillo, basado en el prólogo de Ayllón, López Albújar viajó constantemente a Chupán, libreta en mano, y entrevistó a quienes habían sido testigos de los hechos o recordaban a Pomares, e incluso contó con la ayuda de un intérprete (Escajadillo, 2010, p. 481). Como resultado de esas pesquisas, publicó el cuento mencionado, en el que narra lo acontecido ese día de agosto de 1883.
El relato intenta, como he señalado, narrar los hechos heroicos de Pomares por medio de un cuento de raigambre indigenista, encausándolos dentro de la historia mayor de denuncia de la situación de postración del indígena, causada, entre otras cosas, por su propia propensión al aislamiento —antes que exclusivamente por razones económicas o políticas—. Al principio, el relato denuncia la traición que significó la paz conseguida con la colaboración de las autoridades peruanas, hecho rechazado por «la lógica provinciana, rectilínea, como la de todos los pueblos de alma ingenua» (López Albújar, 1970, p. 57). Así, empieza a deslizarse la idea central y reiterada de las zonas rurales como depositarias de la esencia nacional, frente a la traición de algunos grupos, especialmente urbanos. La tónica general del relato es la de describir a los indios a medio camino entre la inocencia y la ignorancia, quienes no tienen mucha noticia de la guerra y de la existencia de un par de naciones de nombre Perú y Chile, pero que son concientizados por Pomares. Él, aunque inicialmente fue forzado a participar en el ejército, aprendió lo que significa la nación y sus símbolos patrios, amén de otros aspectos que componían la modernidad de ese momento.
Este no es el lugar para ofrecer los pormenores del cuento, que sin duda amerita otro ensayo, pero sí es necesario puntualizar algunos aspectos. Por ejemplo, López Albújar reconoce, en la voz de Pomares, que los hacendados locales, denominados «mistis», no merecen ser defendidos por ser los causantes de la explotación e injusticias que afectan a los indios. Sin embargo, finalmente, lo contrario sería apoyar a dominadores extraños, extranjeros, «son mistis de otras tierras, en las que no mandan los peruanos. Su tierra se llama Chile» (1970, p. 60). La defensa de la nación es necesaria, a pesar de los mistis, porque esta tierra es la de los peruanos y estarían peor tratados con los chilenos que con los mistis peruanos. Como dice Pomares en el relato, a pesar de que fue incorporado por la fuerza en el conflicto, aprendió que él era peruano: «Y como oí que todos se llamaban peruanos, yo también me llamé peruano» (p. 63).
Pomares, como veterano de la guerra, portaba una bandera que se había usado en el combate de Miraflores durante la defensa de Lima. La presentó a la colectividad campesina con este diálogo, de acuerdo con el relato de López Albújar, el cual resume la importancia de la materialidad y los ritos en la construcción de la nación:
Esta bandera es Perú, esta bandera ha estado en Miraflores. Véanla bien, es blanca y roja, y en donde ustedes vean una bandera igual estará el Perú. Es la bandera de los mistis que viven en las ciudades y también de los que vivimos en estas tierras. No importa que allá los hombres sean mistis y aquí sean indios, que ellos sean a veces pumas y nosotros ovejas. Ya llegará el día en que seamos iguales. No hay que mirar a esa bandera con odio sino con amor y respeto, como vemos en la procesión a la Virgen Santísima. Así ven los chilenos la suya. ¿Me han entendido? Ahora levántense todos y bésenla, como la beso yo (pp. 63-64).
Luego de este ritual, los hombres decidieron por unanimidad hacer frente a las tropas chilenas. El autor del relato señala que este discurso fue suficiente para «hacer vibrar el alma adormecida del indio y para que surgiera, enhiesto y vibrante, el sentimiento de la patria, no sentido hasta entonces» (p. 64). Finalmente, luego de un par de días de marcha, llegaron a las alturas del cerro Jactay, y se enfrentaron a las tropas chilenas en la mañana del 8 de agosto de 1883. En la refriega, Pomares se distinguió por recorrer las filas arengando a las tropas peruanas, disparando su escopeta, apuntando su honda «y todo esto sin soltar su querida bandera, paseándola triunfal por entre la lluvia de plomo enemigo» (p. 67). Luego de un par de horas de lucha, de acuerdo con el cuento, el jefe chileno fue derribado por un disparo de escopeta, que ocasionó el retiro de sus tropas. Horas después, las tropas chilenas abandonaron la ciudad, la cual fue ocupada temporalmente por los milicianos peruanos.
Al día siguiente, todos se preguntaban: «¿Dónde está el hombre de la bandera?… todos querían conocerle, abrazarle aplaudirle, admirarle» (p. 63). Pomares había recibido una herida en el muslo, sus partidarios lo llevaron a la localidad de Rondón y de allí a su pueblo de origen, Chupán, donde murió días después víctima de una gangrena. Antes de morir, le pidió a su esposa Marta: «Ya sabes, Marta, que me envuelvan en la bandera y que me entierren así» (p. 68). El verdadero epitafio lo escribió López Albújar: «Y así fue enterrado el indio de Chupán, Aparicio Pomares, el hombre de la bandera, que supo, en una hora de inspiración feliz, sacudir el alma adormecida de la raza» (p. 68).
¿Qué sabemos actualmente de estos hechos? El debate sigue abierto hasta el día de hoy. Uno de los testimonios que usualmente se cita es el del mencionado Ezequiel Ayllón, quien, en el prólogo de la edición de Cuentos andinos,