la Academia Europaea (The Academy of Europe); Honorary Foreign Member, American Historical Association (2012); American Philosophical Association (2013); y Miembro correspondiente de la Academia Nacional de la Historia Argentina (2014).
9 Para una explicación sintética de las diferencias entre la perspectiva de Carlo Ginzburg y la de otros microhistoriadores como Edoardo Grendi y Mauricio Gribaudi, consúltese Regalado de Hurtado, 2010, pp. 401-406.
10 El mejor estudio sobre los Annales se encuentra en Burke, 1994.
11 Actualmente, esta obra está traduciéndose al castellano. Para un análisis de este libro, véase Gaune y Rolle, 2018.
12 Uno de sus libros más importantes, que consta de 708 páginas, es Tribunali della coscienza. Inquisitori, confessori, missionari, 1996. Otro libro de este autor, recientemente traducido al castellano, es La semilla de la intolerancia. Judíos, herejes, salvajes: Granada 1492, 2018.
13 Véase, en este mismo libro, su contribución «Una vecchia cosa nuova (Un viejo asunto nuevo)».
14 Este texto fue traducido a seis lenguas y contó con una reedición ampliada en italiano en 2006, la cual, a su vez, fue traducida al francés, inglés y japonés.
15 La obra fue traducida al alemán, japonés, portugués, hebreo, francés, turco, checo y español.
16 Es el caso de libros como el de Robert Darnton sobre la gran matanza de gatos mencionado anteriormente o el de Peter Burke, 1997, sobre las formas de historia cultural, por citar dos ejemplos.
17 Este artículo es muy significativo porque fue dedicado a Primo Levi.
18 Es miembro del comité académico o científico de revistas internacionales como Quaderni Storici, de Italia; Comparative Studies in History and Society, Contrahistorias, de México; Análise social, de Lisboa; The Medieval History Journal, de Nueva Delhi; Naharaim: Zeitschrift für deutsch-jüdische Literatur und Kulturgeschichte, de Jerusalén; Inclusiones, de Santiago de Chile, y Communications, de París.
Verdad, historia y ficción
¿Dónde está el hombre de la bandera? La construcción de los héroes y la historia desde abajo
Jesús Cosamalón
Pontificia Universidad Católica del Perú
1. Los héroes y la nación: una historia desde abajo y desde arriba19
No hay ninguna duda de la importancia de los héroes en la construcción de la nación, aunque poco se ha reflexionado acerca del proceso que convierte a determinados acontecimientos en heroicos y en héroes a sus personajes. Como señalan varios autores, estos últimos permiten encadenar el pasado y el futuro de una población que se reconoce como parte de una nación y se proyecta en esos hechos y personas. Específicamente en el caso peruano, los militares y sus actos se han convertido en arquetipos de patriotismo y se les sitúa en el altar de los héroes. Tal es así que el criterio utilizado para que alguien sea considerado parte de ese grupo selecto es su participación en combates navales y batallas, con mayor razón si ofrenda la vida en esos acontecimientos. Además, detrás de cada acto heroico se tejen una multiplicidad de lazos que unen a los personajes con la colectividad, por medio del género, la etnicidad, el origen regional y la clase, entre otros aspectos (Millones, 2006; Casalino, 2008; Gálvez, 2015)20.
Quizás asumimos de forma automática que el proceso de construcción de los héroes es dirigido por los historiadores, militares, políticos o intelectuales, especialistas en reivindicar los hechos y convertir en figuras a sus protagonistas, sin la participación de la población en general. Desde esta perspectiva, se asigna un rol bastante pasivo a la sociedad, pues se enfoca el proceso en las élites intelectuales y sus voceros. Sin embargo, pocas veces estamos en condiciones de observar cómo —desde la perspectiva de los grupos medios y populares o desde las zonas del interior y los distritos rurales— se generan esfuerzos destinados a consagrar a personajes —los cuales, por diversas razones, no han concitado el interés de la historia oficial, que ha olvidado sus hazañas— tal y como se los recuerda en los pueblos del interior. La memoria popular de sus proezas no se ha perdido y las personas que comparten esos lazos sociales, étnicos o geográficos se encargan de mantenerla viva a lo largo de los años.
Por otro lado, para el caso peruano, es conocida la importancia de la Guerra del Pacífico en la formación de la identidad nacional, la cual se ha convertido en un hito en cuanto al imaginario nacional. Más allá del catastrófico resultado para el Perú, su vigencia tiene que ver con algunas de sus características internas y con cómo fue utilizada por las élites y los sectores populares para ser reconocidos o legitimados como parte de la nación. Desde esa perspectiva, pienso que la guerra permitió incorporar a diversos grupos que, en otras condiciones y tiempos, afrontaron mayores dificultades para ser admitidos como parte de la nación. Por ejemplo, en términos de etnicidad, diversos grupos de origen afroperuano e indígena participaron en la guerra, tanto en los combates navales como en la campaña terrestre. Si bien el liberalismo no segregaba legalmente a la población por razas, esto no significó que se haya reconocido con facilidad su cultura e identidades particulares como integrantes de la nación (Cosamalón, 2018). Como es conocido, las características culturales de ambos grupos, sea en su formulación de lenguas, músicas, danzas o vestimenta, fueron consideradas incivilizadas o, como ocurrió en el caso de la cultura afroperuana, relegadas al campo de las tradiciones que inevitablemente desaparecerían21.
Una vez que terminó la guerra, la participación masiva de la población fue reivindicada de diversas maneras. Por ejemplo, las músicas y danzas que antes eran rechazadas por su relación con lo africano o indígena fueron reconocidas como nacionales por narrar o reivindicar la presencia de los sectores populares en la guerra, tal como lo ha demostrado Fred Rohner (2018). Así, se instala una reivindicación que atraviesa la etnicidad, dado que esos elementos culturales se relacionaban con aquellos grupos. Otra variable que se incluyó es la reivindicación regional. Como es conocido, desde la época colonial y republicana, la relación de la capital con otras ciudades y regiones del Perú estuvo caracterizada por la competencia y la tensión, atravesada en el siglo XIX más claramente por factores geográficos y étnicos. La zona de altura fue concebida como mayoritariamente indígena o, a lo sumo, mestiza, mientras que la costa era valorada como blanca, criolla y mestiza.
La guerra, tal como se representa en las diversas fiestas peruanas, muestra la participación de la población de la sierra en defensa de la patria, a veces en contra de los intereses por parte de las élites blancas o mistis que apoyaron la ocupación chilena22. Esto se relaciona con la variable de clase, la que enfrentó durante la guerra a campesinos indios, pobres y patriotas contra los hacendados, percibidos como blanco-mestizos, quienes —con el fin de proteger sus intereses económicos— terminaron «transando» con el ejército de ocupación. Finalmente, aunque en este artículo no profundizaré en el caso, también se encuentra la variable de género; esta guerra no fue un proceso masculino, fue el escenario donde se redefinieron o consolidaron los roles de hombres y mujeres.
Vista de esta manera, la Guerra del Pacífico permitió reivindicaciones de etnicidad, región, clase y género, pues ofreció un camino de inclusión simbólica, para quienes deseaban y necesitaban ser reconocidos como parte de la nación, e irrebatible, para quienes dirigían el Estado y sus instituciones, debido a que su rechazo afectaría las bases de la estructura simbólica que los legitimaba. Así, se estableció un canal de