de los pactos hechos con Moisés y David. Luego, su fruto brota en el Nuevo Pacto. Donde no hay simiente, no habrá árbol, y eso hace a esta promesa de la simiente de valor inestimable para nosotros. Contiene los elementos esenciales de la promesa de redención que será revelada y expandida en las generaciones siguientes. En la misma ocasión que la maldición fue pronunciada sobre Adán y Eva, la simiente del evangelio fue sembrada, y eso es lo que queremos considerar en este capítulo.
Llegando a la Raíz
Génesis 3:15 viene después del inútil intento de Adán y Eva de encubrir su propio pecado (v.7). No es sorpresa que inmediatamente después del primer pecado, Adán y Eva hayan intentado encargarse del problema sin Dios. Su horrible sentido de culpa y vergüenza está ardiendo dentro de ellos, pero ellos no van a Dios con su pecado. En vez de eso, hacen delantales para sí mismos para esconder la desnudez de la cual ahora están conscientes. Ésta siempre es la respuesta instintiva y automática a nuestro pecado, pero es lo opuesto a lo que Dios nos manda hacer. El pecado encubierto solo crecerá y se pudrirá. Como un moho, crece mejor en lugares húmedos y oscuros. El pecado debe ser expuesto para ser eliminado; debe ser confesado para ser limpiado. Entonces Dios mismo, contra quien el pecado ha sido cometido, busca a Adán y Eva. Sus preguntas son calculadas para hacerles reconocer su condición: “¿Dónde estás tú?” “¿Has comido del árbol del que yo te mandé que no comieses?” (Génesis 3:9-11).
Habiendo sido expuesto su pecado, Adán aún no confiesa, sino que trata de poner la responsabilidad en otro sitio, diciendo: “La mujer que me diste como compañera” fue el problema (Génesis 3:12). Fíjense que cuando desviamos la responsabilidad por nuestros pecados, a fin de cuentas lo que hacemos es señalar a Dios. En vez de culparnos a nosotros mismos, culpamos a personas, circunstancias o cosas, insinuando que Dios es culpable de nuestros pecados y fracasos.
Después la mujer pasa la culpa a la serpiente. Aunque ciertamente esta no fue la respuesta correcta, el Señor convierte el traspaso de su culpabilidad en la búsqueda de la fuente del problema. Él lo usa para abordar primero la fuente de la tentación y después trata con la pareja culpable. La serpiente es el vehículo para esta tentación, y como tal, se pronuncia sobre ella una maldición específica superior a la maldición que vendrá sobre todas las criaturas como resultado de la caída. Tendrá que recorrer la tierra de la forma más humillante—sobre su pecho—y comerá el polvo de la tierra (v.14) (Más adelante los profetas pronuncian la misma maldición sobre los enemigos del Señor (Salmo 72:9; Mi 7:17). Sin embargo, la serpiente no fue la verdadera fuente del mal que rompió la paz y la pureza del Huerto del Edén. Dios expandirá la maldición para lidiar con el enemigo primario que incubó esta tentación, lo que nos lleva a la declaración de guerra del Señor contra Satanás.
La Declaración de Guerra
La promesa de redención está expresada en un lenguaje bélico en el cual se declara una enemistad y se asegura un triunfo. El enfoque de esta declaración de guerra es en el triunfo de Dios y no en el rescate del hombre. Ciertamente el hombre será rescatado, pero lo más importante es que ha habido una afrenta contra la gloria de Dios. Ésta será completamente rechazada. El diablo ha agredido la principal creación de Dios y debe enfrentar las consecuencias. La Promesa de Redención se trata de la vindicación de Dios, la inmutabilidad de Su gran plan para la humanidad y el triunfo de la simiente de la mujer sobre la serpiente.
EL INICIO DE LA ENEMISTAD
La declaración del Señor contra la serpiente abarca tres áreas de enemistad. Primero, habrá enemistad entre Satanás y la mujer. Dios no dilató el comienzo de las hostilidades con el diablo permitiendo que conquistase toda la humanidad hasta la venida de Cristo. Satanás sería combatido desde el principio, y la mujer que él atrajo al pecado sería la primera, por decirlo así, que se levantaría en armas contra él. La palabra traducida aquí como “enemistad” se refiere a odio y a un espíritu vengativo y rencoroso. No es solo oposición, sino oposición con una fuerza emocional tras ella. (Ver Números. 35:22, Ez 25:15, 35:5). Es decir, habrá una relación intensamente adversa entre Satanás y la mujer.
LA CONTINUIDAD DE LA ENEMISTAD
En segundo lugar, habrá enemistad entre dos grupos básicos de la humanidad. El mundo estará dividido mientras permanezca en su presente condición en los siguientes dos grupos: la simiente de la mujer y la simiente de la serpiente. A lo largo de todas las edades, estos grupos estarán en oposición uno contra el otro como enemigos irreconciliables. Aquellos que tienen el mismo corazón y disposición que la mujer no tendrán nada en común con los que son del mismo corazón y mente que el diablo para Dios (2 Corintios 6:15).
Sin embargo, los cristianos que son “la simiente de la mujer” reflejan el carácter de un Dios de gracia y misericordia (Apocalipsis 12:17), y han de amar a sus enemigos (Mateo 5:44). Esto no es cierto de la “simiente de la serpiente” (los incrédulos). Los cristianos tienen el amor divino implantado en su corazón que les hace desear que aquellos que aún están en rebelión se arrepientan de sus pecados. Aun así, esto no crea una unión artificial entre nosotros y ellos; es un amor de compasión y pena por las tinieblas y ausencia de vida que el pecado ha causado en el corazón del hombre. Sin embargo, el verdadero cristiano con un corazón como su Padre, recordará su enemistad pasada con Dios, y se compadecerá de quienes aún no se han sometido al gobierno del Salvador.
Además, leemos en las Escrituras que el enemigo de nuestras almas perseguirá (a menudo por medio de su “simiente”) a los santos de Dios a lo largo de las edades. El libro de Apocalipsis nos da varias imágenes de la oposición de Satanás al pueblo de Dios, pero hay una que particularmente evoca la declaración de guerra que ahora estamos considerando:
Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo. (Apo 12:17)
El contexto de este pasaje pone de relieve la guerra que ha habido por las edades entre estos dos grupos de la humanidad.
EL CLÍMAX DE LA ENEMISTAD
Finalmente, habrá enemistad entre Cristo y Satanás. Ésta es la suprema enemistad a la que se refiere el pasaje. Aunque el pasaje habla de descendencia en general, también señala a la descendencia de la mujer, la simiente que aplastará la cabeza de la serpiente. Todos los hijos de Eva odian a la serpiente y sus obras, pero ese odio es más profundo y fuerte en el santo corazón de Jesucristo. Las palabras de Jesús durante los principios de su ministerio terrenal revelan la severidad de esta enemistad. Cuando Satanás se ha aprovechado de Simón Pedro, Jesús le habla a la fuente del problema, dirigiéndose a su antiguo adversario con estas palabras: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.” (Mateo 16:23).
Durante el ministerio terrenal de Cristo, Satanás estuvo maquinando la derrota de nuestro Salvador desde Su nacimiento hasta la víspera de su crucifixión, y en todo momento durante ese período. Los frecuentes choques entre Cristo y Satanás se intensificaron hasta llegar a la gran batalla de la cruz. Aunque la enemistad es tan vieja como la Caída, la tentación en el desierto trajo esa enemistad a la luz cuando Jesús y Satanás se enfrentaron cara a cara al principio de su ministerio. Desde ese punto en adelante, Satanás fue derrotado por la “simiente de la mujer” en cada ocasión. El echar fuera demonios ilustra la por la “simiente de la mujer” en cada ocasión. El echar fuera demonios ilustra la 29). Debido a su naturaleza, esta enemistad nunca será traída a términos de paz. Debe haber una victoria absoluta de un lado u otro. Esto nos lleva a la siguiente gran declaración en la promesa de redención.
La Promesa de Victoria
Ahora llegamos a lo que realmente es el corazón del pasaje—la simiente prometida: “Ésta [refiriéndose a la simiente de la mujer] te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” (Génesis 3:15). La promesa de la simiente del evangelio es la promesa de una simiente; ésta es la semilla de donde crecerá toda la historia de la redención, y Cristo Jesús es la sustancia de esa semilla. El es el objeto primario de la historia completa de la Biblia y verdaderamente