J. R. Williamson

Desde el huerto del Edén hasta la gloria del Cielo


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especial llamada “hombre,” llevó la creación a un lugar en el cual es descrita como “buena en gran manera” (Génesis 1:31).

      En otras palabras, ¡desde las páginas iniciales de las Escrituras tenemos la verdad sobre nuestra naturaleza como criaturas, la cual está en conflicto directo con la cosmovisión de la mayoría de las personas con quienes vivimos y trabajamos! Aunque muchos creen en “un Dios,” pocas personas piensan de sí mismas como hechas por Dios en un acto creativo especial. Y son menos las personas que aceptan la implicación de ser criaturas hasta el punto de aceptar responsabilidad ante Dios y de rendirle cuentas.

      Romanos 1:18-32 nos enseña que en realidad las personas “saben” que son criaturas hechas por Dios, pero suprimen esa verdad por causa del pecado. El mismo pasaje muestra la degradación moral que ocurre cuando rechazamos la verdad de nuestro origen; también muestra el orgullo y auto-deificación resultante de la creencia de que en algún sentido nos creamos a nosotros mismos.

      Sin embargo, como cristianos, debemos ir más allá de meramente denunciar un concepto falso de nuestro origen; debemos vivir a la luz de la enseñanza bíblica de que somos criaturas hechas por Dios. Saber que usted fue creado por Dios le da una conciencia más grande de su dependencia de Él. Este es el caso particularmente cuando recordamos que no somos más que polvo sin el aliento de vida, sustentador de Dios. Mientras uno de los amigos de Job imagina el reverso del acto creativo de Dios, él hace una declaración que nos recuerda nuestra dependencia total y continua del poder sustentador de Dios como nuestro Creador: “Si Él pusiese sobre el hombre su corazón, y recogiese así su espíritu y su aliento, toda carne perecería juntamente, y el hombre volvería al polvo.” (Job 34:14-15). Sin Dios, ¡nos revertiríamos en un montón de tierra!

      Nuestro estatus como criaturas nos recuerda la demencia y la necedad del orgullo, y nos pone de vuelta en nuestro lugar apropiado. Vivimos por el principio de que el Creador es el Señor; por lo tanto, Él tiene todo el derecho de mandar lo que ha formado y moldeado con Su poder creador. Cuando surgen preguntas acerca de la justicia de Dios respecto a cómo Él gobierno el mundo, Pablo ultimadamente apela al hecho de que Dios nos creó, y tiene el derecho de hacer con nosotros lo que Él quiera porque somos Sus criaturas. Respondiendo un cuestionario hipotético sobre la justicia de Dios, Pablo dice:

      Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? (Romanos 9:20-21)

      No deberíamos cuestionar el derecho de un escultor de hacer lo que bien le parezca con su barro en su estudio, y solo porque tengamos la capacidad dada por Dios de cuestionar al Escultor Divino no significa que Él tenga menos derecho sobre nosotros, Su barro. En realidad, ¡hay una diferencia mucho más grande entre nosotros y el infinito Dios Creador que la que hay entre un finito escultor humano y su barro! Nosotros fuimos hechos por Él, y Él tiene derecho absoluto sobre nuestras vidas para hacer con nosotros lo que sea Su voluntad (ver Salmo. 100:3).

       SOMOS HECHOS A LA IMAGEN DE DIOS

      Ciertamente somos criaturas, pero somos criaturas hechas a la imagen de Dios (compare Santiago 3:9) ¿Qué significa esto? Significa que como criaturas hemos sido diseñadas por Dios para llevar Su semejanza, lo que implica que en el caso del hombre, Dios estaba pintando un auto-retrato. Él había dotado al cielo de la noche con estrellas, había peinado la tierra seca con grama y árboles, y detalló finamente cada pluma, garra, mechón y piel de toda criatura viviente; todas las obras de arte dicen algo sobre el artista, y todas las cosas que Dios hizo retratan Su carácter hasta algún grado (Salmo 19:1). Pero, cuando Dios creó al hombre, Él estaba uniendo varios de Sus atributos para formar un auto-retrato vívido; la distinción entre el artista y su obra es obvia, y aún así la semejanza es innegable. Por eso, haber sido hechos a la imagen de Dios no nos hace iguales a Dios, ni nos hacen un “mini-Dios”— ¡la diferencia entre Él y nosotros es inmensurable! Aun así, la semejanza con Él en la creación es inconfundible, porque Dios el Creador nos diseñó con ciertas características que corresponden a Su “imagen.” Miremos unos cuantas.

      Primero, somos criaturas morales. Fuimos creados en rectitud moral, o justicia moral. Dios es justo en Sí mismo e hizo a la humanidad recta, o positivamente santa (Eclesiastés. 7:29). El hombre no era una entidad neutral, esperando holgadamente si se volvería malo o bueno; él era una criatura positivamente buena que cayó de la bondad y justicia al pecado, la miseria y la muerte. Pero aun después de la caída, todavía somos criaturas morales, y aunque el carácter de santidad y justicia se ha perdido, la responsabilidad de santidad y justicia permanece en nosotros. La imagen de Dios es expresada aun entre los incrédulos, que aunque sean gente pecaminosa se juzgan moralmente unos a otros, mostrando que el sello original de Dios, aunque distorsionado y corrompido, permanece en sus conciencias (Romanos. 2:14-15; comp. Efesios. 4:24).

      Además, somos criaturas racionales. Dios es racional en el sentido de que Él piensa, sabe y comprende. El hombre también es racional; el tiene la capacidad para el pensamiento lógico, la evaluación y el lenguaje. Desde los primeros momentos de la creación, Dios le está hablando al hombre; Él interactúa con el hombre como otro ser racional. Esta racionalidad es evidente también por el hecho de haber sido creados con la capacidad de ejercer libremente nuestra voluntad y hacer elecciones morales basadas en la revelación y la razón. Cuando Dios salva personas, Él renueva esa capacidad racional. Él vuelve a colocarla en línea con Su propósito creador original (Colosenses 3:10).

      Finalmente, somos criaturas emocionales. Somos hechos a la imagen de Dios en el sentido que podemos y de hecho expresamos, odio, placer, pesar y otras emociones. Algunos escritores han sugerido que las referencias de Dios a Sus emociones simplemente son una forma de acomodarlas a nuestro entendimiento. Es verdad que a veces la Biblia utiliza un lenguaje acomodador y figuras retóricas para describir a Dios (vea el tratamiento de Génesis 6:6 en el capítulo 4), pero la Biblia sobreabunda con un lenguaje que expresa el amor, pena, preocupación, cuidado y simpatía de Dios junto con muchas otras emociones que no son presentadas para acomodarnos, sino para atribuirle a Dios ciertos rasgos de carácter. Por causa del pecado, nosotros expresamos nuestras emociones de forma incorrecta y por cosas incorrectas, y a menudo somos llevados por nuestras pasiones carnales al pecado. Sin embargo, este problema no tiene que ver con nuestro diseño. Las emociones y/o afectos justos son parte de nuestra semejanza con Dios. El problema con las emociones es nuestra distorsión pecaminosa de ellas, al igual que con nuestra creatividad u otros aspectos de nuestra semejanza con Dios ¡Alabado sea Dios pues en el mundo venidero tendremos emociones perfectas que reflejarán con precisión la perfecta capacidad emocional de Dios!

       SOMOS SERES CON CUERPO-ALMA

      Otra gran característica de nuestra creación es que estamos compuestos de cuerpo y alma. Fíjese cómo Dios formó a Adán del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida. No fue sino hasta que estos dos eventos sucedieron que el hombre fue llamado un “ser viviente.” La separación de estos dos implica la muerte, y la muerte es una maldición porque arranca dos cosas que originalmente fueron creadas para estar unidas inseparable y eternamente. Mientras estamos en la tierra, el pecado distorsiona el cuerpo así como el alma. Actúa particularmente contra nuestros cuerpos después que nos convertimos, para que “lo bueno que [nosotros] queremos hacer, no lo hagamos…” (Romanos 7:19). Nuestra voluntad, un aspecto de nuestra alma, es cambiada por gracia e inclinada al bien, pero nuestro cuerpo (que incluye las pasiones carnales) lucha contra la voluntad y los deseos de nuestro nuevo hombre interior (Romanos 7:22-23). Los deseos de la carne no solo inclinan nuestro espíritu renovado a pecar, sino que las limitaciones de cansancio y enfermedad nos estorban aun cuando tenemos deseos piadosos (Mateo 26:41).

      Sin embargo, ya que sabemos que nuestros cuerpos eran originalmente buenos al momento de la creación, entonces hay esperanza tanto para el cuerpo como el alma. Las cosas materiales, incluyendo nuestros cuerpos, no son malas en sí mismas, pues fueron declaradas “buenas en gran manera” en la creación (Génesis 1:31). La gloria de la resurrección yace en el hecho de que aquellos que conocen al Señor tendrán un cuerpo transformado y un alma