gestaba en las entrañas de esa sociedad: el carácter no precisamente en declive sino en franca expansión de la institución esclavista durante los años que coincidirían con su visita a los Estados Unidos[82].
En todo caso, esta visión desde afuera es tan sorprendente que, no satisfecho con dejar consignadas sus impresiones acerca de escuelas y hospitales, bibliotecas y fortificaciones, fábricas y granjas, astilleros e iglesias durante un año y medio de recorrido desde Carolina del Norte hasta Boston, Miranda hallaría el momento para visitar los cementerios, verificar las edades de defunción registradas en sus lápidas, promediarlas y, a partir de allí, colegir algo acerca de las condiciones de salubridad que ofrecía el medio.
Las dos orillas del Atlántico
Sus viajes en calidad de prófugo lo habían hecho olfatear los alcances de lo que significaba la novedosa experiencia de la confederación norteamericana, despertando en él los resortes de lo que sería la adopción gradual de un proyecto rupturista (de hecho, sus primeros planes en cuanto a alistamiento de efectivos y material de guerra se hallan recogidos en un memorando escrito en Nueva Inglaterra, en noviembre de 1784[83]).
A lo largo de su viaje por los Estados Unidos, Miranda hizo acopio, como se ha dicho, de cuanta referencia creyera útil con relación a las nuevas instituciones y leyes republicanas, así como de observaciones sobre lo que debía ser el equilibrio del nuevo sistema frente a concepciones igualitarias extremas.
Al mismo tiempo, sus universidades –Yale, Harvard e, incluso, la incipiente Princeton– le despertarían una enorme curiosidad. Y, así como no entalegó nada que estimara digno de encomio, criticaría en cambio, como también se ha dicho, todo cuanto considerara objeto de censura dentro de esta nueva sociedad. Por ejemplo, no dejaría de exaltar por un lado la tolerancia en el ramo espiritual («Cada uno es dueño de rogar y alabar a Dios en la forma y lenguaje que le dicte su conciencia; no hay religión o secta dominante, ¡todas son buenas e iguales!», anota en su Diario), pero, por el otro, ciertas devociones le merecerían el más rotundo reproche:
Vaya una pequeña anécdota que me ocurrió aquí [en Charleston] para que se vea que todos los pueblos de la tierra, y aun los más civilizados, tienen preocupaciones de la más crasa superstición. Uno de los días que pasé en este lugar acertó ser domingo, y hallándome en casa sin poder salir a dar un paseo por lo mucho que llovía, tomé la flauta, y púseme a tocar una pieza por diversión cuando el patrón y ama de casa, sorprendidos y escandalizados, corren en busca de Mr. Tocker para que intercediese conmigo a fin de que dejase la flauta y no tocara en domingo. Mr. Tocker vino a mí inmediatamente, y refiriéndome el pasaje, hube de soltar la carcajada y dejar por supuesto el instrumento, con cuya circunstancia toda la familia se tranquilizó[84].
Luego de su estancia entre Carolina del Norte y Boston, Miranda abandonaría esos «trece pequeños estados arrinconados entre el mar y un inmenso territorio», como calificara Manuel Caballero a la emergente república[85], con el fin de cruzar el Atlántico en dirección a Inglaterra. A modo de contraste, será en Londres cuando, durante una recalada de cinco meses, comience a percibir lo que entrañaba la compleja interacción entre los grandes centros de poder y las mutantes fórmulas del «equilibrio europeo».
Miranda llegaría así a la capital británica durante una primera y fugaz residencia en enero de 1785 antes de emprender casi cuatro años de andanzas por Europa y Asia Menor. Fue una escala que el criollo supo capitalizar con el fin de enriquecer su círculo de contactos. A través de sus relaciones con el comerciante inglés John Turnbull (con quien había trabado amistad en Cádiz en 1777) pudo aproximarse a influyentes personalidades como el entonces primer ministro William Pitt («El Joven»), a quien, de vuelta de su periplo europeo, le expondría sus planes rupturistas y las necesidades materiales y humanas con las cuales creía preciso contar para acometerlos. Este proyecto encajaba muy bien con las estimaciones hechas por el propio primer ministro con respecto a las siempre difíciles relaciones con España, pero, también, con la aspiración de importantes mercaderes de la isla.
De modo que, más allá incluso de las reservas que terminara expresando Pitt en cuanto a ciertos aspectos de la propuesta formulada por Miranda, la simpatía que despertaba la activa campaña de este en pro de la autonomía de la América española habría de verse confirmada entre quienes, en Londres, tenían cifrados sus cálculos en torno a las ventajas comerciales que pudiesen derivarse de una hipotética descomposición del mundo americano-español en términos de autoridad, máxime luego de lo ocurrido con los dominios británicos en América del Norte.
Después de todo, los borbones de España y los borbones de Francia habían sido aliados del Congreso Continental y de los insurgentes antibritánicos. Nada hacía suponer entonces que Gran Bretaña no estuviese interesada en darle curso al mismo expediente en medio de su política de altos y bajos con la Corte española, pese a sus prevenciones con respecto a lo que pudiese significar un futuro republicano en otras comarcas más allá de América del Norte. De allí que, a la hora de conjurar tales temores, mucho de ello quizá explique la temprana preferencia que tuvo Miranda por una concepción constitucional basada, en buena medida, en el régimen parlamentario inglés[86]. Tanto así que, consultado con respecto a la forma de gobierno que pudiese adoptarse, él mismo respondería: «Muy similar al de Gran Bretaña (…) porque constará de una cámara de los comunes, una cámara de nobles y un inca o soberano hereditario»[87].
Además, con el fin de dejar claro que comercio y autonomía marchaban parejos dentro del mismo lenguaje de la modernidad, el criollo se haría cargo de insistir ante sus interlocutores ingleses en todo cuanto de favorable tenía este punto en relación con la reciente experiencia poscolonial en la América del Norte. En tal sentido, y basándose para ello en sus propias observaciones recabadas en los Estados Unidos, Miranda no solo llamaría la atención sobre el hecho de que el comercio parecía haberse reanimado en ambos sentidos entre Inglaterra y sus ahora antiguos dominios sino que, paradójicamente, lo hiciera con mayor vigor, y para mucho mayor beneficio de la propia Inglaterra, de lo que había sido el caso en tiempos del régimen colonial[88].
Sin embargo, las complicadas, enervantes y accidentadas negociaciones con Pitt para convencerlo acerca de la viabilidad de tal proyecto se vieron frustradas a medida que la política británica fue despejando sus desencuentros con España y, por tanto, cohibiendo los planes autonomista-insurreccionales del venezolano. Incluso puede ser que, en algunos momentos, Pitt juzgase a Miranda como expresión de la más pura avilantez. Pero también cabe precisar que le prestaría cierto grado de atención, aun cuando quizá no tanto por lo que significara la concepción de su imaginario incanato sino por el valor de los pormenorizados cómputos que Miranda era capaz de suministrar en materia de población, minas, producción, consumo, rentas y situación militar en cada una de las distintas posesiones americanas, información que fuera obtenida a través de sus contactos con otros agentes hispanoamericanos desperdigados por Europa o, por vía epistolar, a partir del testimonio suministrado por los propios habitantes de la comarca.
Baste decir entonces que, de este modo, Pitt y los suyos dispondrían de valiosa información acerca de temas tan disímiles como podían serlo el tipo de recursos defensivos con que contaba La Habana; la actividad desplegada por los jesuitas desterrados en Italia a la hora de detallar, en relaciones y memoriales, el estado de los asuntos en Chile y Nueva España; el impacto que habían cobrado, una década antes y en repudio a la actuación de los corregidores locales, ciertas revueltas aisladas en la América española; las condiciones en que se hallaban los puertos y fortificaciones en Tierra Firme o, incluso, las condiciones geográficas que podían hacer viable la construcción de una vía interoceánica en el istmo centroamericano.
Gracias, pues, a las redes de inteligencia construidas por el venezolano a través de su correspondencia y contactos, el Gabinete de S.M.B. estaría en capacidad de contar con un buen caudal de información en términos, como se ha dicho, de ventajas geográficas, recursos, mercados y poblaciones. Además, dado el grado de hermetismo con que operaban las autoridades españolas frente a todo cuanto pudiese concitar el interés de otras naciones respecto a sus provincias de ultramar –incluyendo, en este caso, las restricciones impuestas a viajeros y científicos–, se explica entonces lo