por Horacio Salgán con su cantor Ángel El Paya Díaz en una interpretación poco menos que insuperable, y Gracias, versos que según personas allegadas a Bahr fueron escritos precisamente para agradecer a su esposa el encauzamiento definitivo de su vida a partir de la relación que lo unió a ella.
De este hermoso tango existen muy buenas grabaciones de las orquestas de Osmar Maderna con Orlando Verri, de Rodolfo Biaggi con Carlos Saavedra, y en especial, la de Carlos Di Sarli con Jorge Durán,
También la orquesta de Di Sarli, pero cantando Alberto Podestá, grabó el 20 de julio de 1944 Motivo sentimental, otra de las buenas poesías de Bahr, en este caso con música del pianista y director Emilio Brameri.
Con Roberto Garza, aquel colaborador de sus primeras incursiones como poeta del tango, dejó también Sosiego en la noche, bellísima conjunción de música y letra, del que existe una insuperable grabación de la orquesta de Aníbal Troilo con la voz de Francisco Florentino, realizada el 5 de noviembre de 1943.
Con música del pianista y compositor Héctor Stamponi escribió los versos del vals Caricias perdidas, llevado al disco por la orquesta de Francini y Pontier con el cantor Mario Lagos en el mes de enero de 1954.
En la primera mitad de los años cincuenta escribió la letra de varios temas que fueron llevado al disco por la orquesta de Juan D’Arienzo.
Uno de los que obtuvo más aceptación popular fue Yuyo brujo, tema con música Héctor Varela y Benjamín García, cuya letra Bahr firmó con el seudónimo de Sostaita. Llevado al disco con la voz de Armando Laborde, se constituyó de inmediato en uno de los grandes éxitos de este cantor.
De su producción, D’Arienzo también grabó el vals De vuelta y el tango Estás conmigo, ambos con música de Carlos Lázzari, bandoneonísta de esa formación, registrados el 27 de diciembre de 1951 y el 13 agosto de 1952, respectivamente.
En esta última fecha el Rey del Compás grabó también Y suma y sigue, cuya melodía pertenece al mismo D’Arienzo en colaboración con su pianista Fulvio Salamanca. Los versos de Bahr siguen en este caso una línea bastante emparentada con la del célebre tango Las cuarenta, cuya letra pertenece a Francisco Gorrindo.
Como una de tantas es otra de sus letras con música de Lázzari que D’Arienzo grabó con su orquesta.
Una sintética evaluación del importante aporte que Bahr ha realizado a través de sus poesías para el tango permite concluir que su contenido, sumamente variado en cuanto a su temática, posee como denominador común una impecable pulcritud literaria.
Ese depurado estilo permitió que casi toda su producción formara parte de los repertorios y los registros discográficos de los más importantes intérpretes del género, ya sean grandes orquesta o intérpretes solistas, tal como lo hemos extractado en esta reseña.
En conclusión, su producción, de la que la reseña anterior no es más que una síntesis, fue tan amplia y variada que no permite definir su perfil como poeta del género.
En efecto, a diferencia de Homero Manzi, Homero Expósito, José María Contursi o Cátulo Castillo, no estableció un estilo definido, si bien es cierto que sus temáticas predilectas fueron el amor y el tango en sí mismo, a los que reflejó siempre con un alto vuelo romántico.
Sin embargo, la importancia de su obra no le permitió nunca gozar de una situación económica desahogada. Como el mismo lo ha señalado en distintas ocasiones, para atender las necesidades de su familia tuvo que ayudarse siempre con otras actividades.
En el reportaje que le realizara Héctor Larrea al que hiciéramos referencia al inicio de esta reseña, don Carlos reveló que por entonces estaba dedicado a la confección y venta, la que realizaba en forma personal, de cuadros con mariposas disecadas. Además durante varios años se dedicó a la comercialización de porcelanas sobre las que él mismo pintaba prolijos motivos florales.
Comentaba en esa oportunidad, en un tono de tardío autoreproche, que nunca había asumido una estricta defensa de sus intereses autorales, agregando en resignado tono «y ya lo ve don Héctor, así estoy hoy… Mire, si usted ahora pasa uno de mis temas, dentro de dos meses voy a cobrar lo que me sale el colectivo que dentro de un ratito voy a tomar para regresar a mi casa».
Quienes lo conocieron agregaban a esos comentarios que privilegió siempre mantener un marco austero, acorde con las estrictas normas éticas y de conducta que signaron su vida.
Así fue como en sus últimos años vivió con un ajustado presupuesto, adaptado a las estrecheces que le imponían su modesta jubilación y las magras liquidaciones que obtenía por la difusión de sus obras musicales.
Bahr falleció el 23 de julio de 1984, a los 81 años de edad.
21. Bajour, Synmia (Tito Simón)
Violinista de excepción y notable profesor, representa un caso único en la música argentina, en razón de haber sido un relevante protagonista tanto en el ámbito de la música clásica como en la del tango.
Nacido en Nasielck, población polaca cercana a la capital Varsovia, el 4 de abril de 1928, inició estudios de violín en su pueblo natal posiguiéndolos en el Conservatorio Nacional de Varsovia.
En Nasielck debutó a los 9 años de edad, ofreciendo el concierto de Mendelssohn.
A fines de ese mismo año de 1937 la familia, de origen judío, ante las evidencias de la conflagración mundial que un par de años después sobrevendría cuando la Alemania nazi invadió Polonia, emigró a Buenos Aires. El nazismo era dueño del poder en Alemania y aunque aún el luego tristemente célebre genocida Adolf Eichmann no se había hecho cargo de la cuestión judía, (esto sucedería en 1938) había señales ya muy claras acerca de la inmensa tragedia a la que se vería sometida esa comunidad.
En la capital argentina el aún niño Synmia tomó cursos de violín inicialmente con los profesores Luis Quader y Ljerko Spiller y los perfeccionó luego con el mítico David Oistraj, quien había solicitado para el joven intérprete una beca en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, que la guerra impidió concretar.
Su debut en el tango se produjo en 1942, integrando un sexteto que animaba bailes de carnaval en Villa Ballester.
En ese mismo año ingresó a la orquesta que conducía el pianista Roberto Velo, la que suplantaba a las de Pedro Maffia y de Aníbal Troilo cuando se producían ausencias de ellas en el cabaret Tibidabo.
Al año siguiente se incorporó a la orquesta de Tito Martín, la que en sus interpretaciones empleaba arreglos similares a los de la de Juan D’Arienzo. Simultáneamente con estas actividades, Simón continuaba su trayectoria en orquestas sinfónicas.
En 1945, se incorporó a la orquesta de Roberto Dimas, en la que desde su violín creó algunas variaciones que fueron asimiladas por Enrique Mario Francini, quien solía asistir a las presentaciones de esta formación en el café Marzotto.
También en ese año ingresó a la orquesta de Edgardo Donato, precisamente cuando esta agrupación interrumpió sus grabaciones, las que reanudaría recién a comienzos de la década del cincuenta.
En la orquesta de Donato también integraba la fila de violinistas Emilio Balcarce, quien al hacerse cargo al año siguiente de la dirección de la formación que acompañaría al cantor Alberto Marino, recién desvinculado de la orquesta de Aníbal Troilo, ofreció a Simón integrar la misma.
El Tano Marino y sus acompañantes actuaron en el café Marzotto y el cabaret Ocean, además de grabar doce temas para el sello Odeon en el año 1947. En esta agrupación Simón alternaba los solos de violín con Balcarce.
Luego intervino en la orquesta de Roberto Caló en actuaciones en el café Nobel, en el que también, a instancias del propio Caló, solía ofrecer un pequeño concierto de música clásica junto con el pianista Julio Medovoy al finalizar las presentaciones de la formación y hacia finales de esa década tocó en la orquesta del bandoneonista Carlos Demaría, en la que el pianista era Manuel Sucher y los arreglos estaban a cargo de Pascual Mamone.