está tu iglesia?,” me preguntó una persona que acababa de conocer.
“No lo sé,” le respondí honestamente.
“Bueno, ¿cómo esperas que visite yo una iglesia si el pastor ni siquiera sabe dónde está?,” preguntó de buen humor.
“Yo conozco el lugar donde se reúne nuestra iglesia,” le expliqué. “Ahora bien, en cuanto a donde está la iglesia ahora, no lo sé. Una parte puede que esté en la escuela. Algunos pueden estar en un centro comercial. O en casa. O tal vez viajando en coches o en avión. Algunos están en otras partes del país, y algunos incluso en otras partes del mundo.”
Lo que quería expresar, algo que mi nuevo amigo captó de inmediato, era que la iglesia es el pueblo de Dios y que están en todas partes, ocupados en evangelización y discipulado de acuerdo con su estilo de vida. Nuestra congregación se reúne en un lugar determinado en diferentes ocasiones, pero son los miembros, no una estructura de ladrillo y concreto, quienes constituyen la iglesia. Y a la iglesia como a cada cristiano, se le ha ordenado estar en el mundo, pero no ser del mundo. (Juan 17:11, 16)
Ningún aspecto de este mandamiento es fácil de cumplir. Es un verdadero desafío el seguir a Cristo de forma efectiva en el mundo que nos rodea, sobre todo en una cultura norteamericana contemporánea donde los cristianos son considerados una insignificante minoría en un entorno cada vez más hostil. Y en esta sociedad de la información mejorada tecnológicamente, es también cada vez más difícil evitar conformarse al mundo que nos rodea, tanto como creyentes individuales y como congregaciones. Un aspecto de nuestra naturaleza creada por Dios, es nuestro deseo inherente de comunión unos con otros, y parte de nuestra naturaleza humana pecaminosa es la búsqueda constante de recibir afirmación unos de otros. La tentación permanente es pensar que el estar “en Cristo” no es suficiente y que debemos tener la afirmación y aprobación de otros seres humanos. Este impulso es tan grande que con frecuencia nos puede conducir a buscar agradar al hombre antes que a Dios.
Trampas que Vienen del Mundo
Buena parte del liderazgo de la iglesia de hoy puede tener buenas intenciones, pero está condenado al fracaso. ¿Por qué? Porque es un liderazgo que ha caído hasta el punto de adaptarse culturalmente impulsado por el deseo de ser bien recibido por esa cultura. En la cultura de hoy “dios” está de moda pero Jesús no. Se acepta la espiritualidad pero no el Cristianismo. Se busca la religión pero se rechaza el Evangelio. De hecho Jesús, el Cristianismo y el Evangelio están más que fuera de moda: son un escándalo. El resultado de líderes que desean la afirmación de esta cultura contemporánea es que redefinen a Jesús como un terapeuta o un consejero para el éxito; redefinen el Cristianismo en términos de éxito y auto-promoción y redefinen el Evangelio en términos de prosperidad material, terapia, sicología popular y una guía de auto-ayuda para la vida. Además, estos líderes tienen miedo a nadar en contra de la encrespada ola de la oposición cultural y, lo que es peor, en su búsqueda de la afirmación cultural, comprometen la esencia del Evangelio y el llamado de la iglesia. El liderazgo de hoy ha perdido la confianza en el poder de la Palabra de Dios, y más específicamente en el poder del Evangelio. En su temor al rechazo y con una incesante necesidad de la aceptación popular han inyectado a la iglesia con esteroides culturales para hacerla “pertinente y aceptable”, con la esperanza de que de alguna manera el resultado sea que entonces la gente “acepte” a Jesús y la iglesia sea más grande y más fuerte y por lo tanto más influyente. El mundo del deporte nos ofrece el ejemplo de algunos atletas que en su deseo de ser más fuertes o más rápidos recurren a la solución rápida de los esteroides. Obtienen rápidamente los resultados deseados pero a un gran riesgo de su futuro y su salud. Del mismo modo, las tácticas de adaptación cultural en la iglesia mediante la inyección de los valores dominantes de la cultura pueden inflar temporalmente los números en los asientos pero llevan a las congregaciones a su eventual destrucción. “Hay camino que parece derecho al hombre,” de acuerdo con Proverbios 16:25, “pero su fin es camino de muerte.” La iglesia, “el cuerpo de Cristo” inyectada con estos esteroides culturales puede, como el atleta, ganar un inmediato embellecimiento de tamaño y aclamación pero en la realidad, estos líderes habrán inyectado una enfermedad y muerte eventuales en el cuerpo de creyentes que dirigen.
Por supuesto que queremos comunicación efectiva dentro del contexto cultural que nos rodea, ya sea que nuestra congregación esté en Kenia o en Kansas, pero debemos estar decididos a no sustituir la fidelidad bíblica por una adaptación cultural, todo esto bajo el pretexto de una contextualización cultural y eficiencia misionera. Por ejemplo, cuando la adoración pasa de estar centrada en Dios a estar centrada en el hombre, es porque ha ocurrido una adaptación cultural y el liderazgo de la iglesia eligió la aceptación y una supuesta eficacia sobre la fidelidad y los principios. Cuando una iglesia se aparta de la adoración centrada en Dios, incluso por motivaciones aparentemente nobles, con el tiempo se apartará del mismo Evangelio. ¿Cómo puedo estar tan seguro de eso? Es muy sencillo: el evangelio está diseñado para discipular creyentes y llevarlos a un punto de madurez en el que aman “la alabanza de la gloria de su gracia” (Efesios 1:6). Cuando el cuerpo de Cristo pierde la adoración centrada en Dios, también pierde el propósito del llamado del evangelio que es traer adoración y gloria a Dios. Las tácticas centradas en el hombre pueden acarrear grandes números, pero la realidad es que esa será solamente una ilusión de crecimiento. El hecho de usar el mismo concepto que atrae una gran multitud a un evento deportivo o a un concierto de rock no garantiza la efectividad si los medios son contraproducentes al contenido y finalidad del mensaje y de la misión. Esta clase de crecimiento se describe en 1 Corintios 3:12 como “madera, heno, hojarasca” (RVA) en lugar de el “oro, plata, piedras preciosas” que es creado por un discipulado centrado en Cristo.
Eventualmente llega la destrucción al perder la iglesia su mensaje y su misión. Los métodos siempre afectan el mensaje. La Biblia nos da muchos ejemplos de adaptación cultural y de su seguro fracaso final. Consideremos a Lot, quien aparentemente fue un creyente bien intencionado (2 Pedro 2:8). En primer lugar, Lot “fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma” (Génesis 13:12). Después nos encontramos que vivía en una “casa” dentro de la ciudad. Eventualmente se le halló sentado a las “puertas de Sodoma,” lo que al parecer significa que se había convertido en un anciano de la ciudad. Los insistentes cantos de sirena de la cultura de Sodoma lo integraron gradualmente a esa cultura, sofocó su testimonio y cuando finalmente habló en defensa de sus huéspedes surgió con creces la falta de respeto de la población de la ciudad y reveló un odio vehemente a este hombre disminuido, que si bien estaba abrumado en su alma justa, perdió todo testimonio y fue de hecho un objeto de burla. No sólo su adaptación falló en tratar de influir en la cultura que lo rodeaba sino que también perdió el respeto de sus conciudadanos. Eso es obvio por la forma en que los sodomitas se burlaron y amenazaron cuando trató de proteger a los ángeles a quienes Dios había enviado para rescatarlo a él y a su familia. (Génesis 19:4-11) En lugar de actuar como la bíblica luz del mundo, fue asimilado completamente en la cultura secular sin resultados positivos. No sólo fracasó en tratar de transformar la cultura, sino que tanto él como su familia se conformaron a ella.
Adaptación Cultural
Este fenómeno le está ocurriendo a una velocidad asombrosa a la iglesia norteamericana de hoy. En el nombre de la relevancia cultural, muchas congregaciones han sido llevadas por sus líderes más allá de la línea de la adaptación cultural. Han plantado su tienda cerca de Sodoma. De hecho, algunos líderes de la iglesia han comprado una casa en Sodoma, pensando que están haciendo relevantes a la iglesia y su mensaje cuando en realidad es todo lo contrario. Así como Lot, los líderes de iglesia que eligen los modelos mundanos de liderazgo, con el tiempo sufren la pérdida de respeto y pérdida de voz así como también lo perderán sus iglesias. En el trayecto, aunque tal vez aumente la asistencia, estos líderes rebeldes también habrán comprometido su capacidad de equipar a sus miembros a evitar caer en la adaptación personal con el mundo. ¡Qué trágica es esta inevitable consecuencia para los miembros de la iglesia y sus familias! Los cristianos en Estados Unidos necesitan desesperadamente que la iglesia local se mantenga en su tarea: dar testimonio al mundo sin llegar a ser como el mundo y por lo tanto hay una necesidad urgente de líderes que marquen el paso.
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