como tal.
7. Tomás de Aquino, STh I, q. 3, a. 6: «Deus est suum esse».
8. Fides et ratio, n. 44.
9. Ibid., n. 43.
10. Tomás de Aquino, Super Ioannem c. 13-21.
11. Ibid.
12. Congregación para la Doctrina de la Fe, Donum Veritatis, Instrucción sobre la Vocación eclesial del teólogo, 6, en Eduardo Vadillo Romero, ed. (Madrid: BAC, 2008), 480-1.
13. Cf. G. Vann, Saint Thomas Aquinas (Nueva York: Benziger Brothers,1940), 70.
14. Cf. J. Hennesey, «Leo XIII’s Thomistic Revival: A Political and Philosophical Event,» Journal of Religion 58 (1978): S185-97.
15. Francisco de Capua, Vida de Santa Catalina de Siena, tr. Antoni Vicens (Barcelona: La Hormiga de Oro, 1993), 113.
Parte I
Tomás, una Historia
de Divina Providencia
1. Inicios
Ventaja providencial
El 25 de octubre de 1415, en medio de la Guerra de los Cien Años y en el frío amanecer del día de san Crispino, los ejércitos combatientes de Inglaterra y Francia se enfrentaron en las cercanías del Castillo de Agincourt. Tal como inmortalizó Shakespeare en la memoria del mundo occidental, los arqueros ingleses de arco largo vencieron, con un puñado de hombres, a sus contrapartes franceses ballesteros16. Unos 160 años antes, los arqueros franceses se habían enfrentado a otro desafío, esta vez victoriosos. Protegieron, en 1256, el convento dominico de Saint-Jacques contra una turba de parisinos resentidos ante la llegada de una nueva clase de profesores provenientes de las recién instituidas ordenes mendicantes, como los dominicos. Actualmente en París, los turistas que visitan el Panteón en la cima de la Rue Soufflot, ascendiendo desde el boulevard Saint-Michel, pasan cerca del ahora demolido convento medieval, cuya lista de célebres habitantes incluye a Tomás de Aquino (1224/25-1274)17. Tomás sería el primer santo posterior al período patrístico en ser reconocido como doctor de la Iglesia18. En primavera de 1256, sin embargo, este joven sacerdote recién comenzaba su carrera universitaria, y el regente francés Luis IX, asistido por sus arqueros, aseguró que la muchedumbre turbulenta no impidiera al maestro de teología dominico terminar de dictar sus cursos. Ahora bien, aunque gozó del apoyo real, Tomás no nació un francés cosmopolita; su vida terrenal comenzó en un ambiente feudal, en la península italiana.
La región de Lazio que abarca Italia central, con capital en Roma, probablemente recibe su nombre del paisaje plano y de colinas ondulantes (latus) que hasta hoy le permiten servir de centro de agricultura –terroir– de viñas, frutas, vegetales, y olivos. La región también dio origen a la palabra castellana latín, haciendo referencia a sus habitantes, los Latini o Latinos. Fue aquí, en un monte rocoso llamado Roccasecca, a principios del siglo XIII, que nació Tomás19. Su educación temprana se nutrió de la cercanía al epicentro de monaquismo occidental, la Abadía de Montecassino. Bajo la tutela de los monjes de san Benito, sobre cuyo sepulcro se edificó la iglesia de la abadía, el joven noble llegó a la edad adulta. El reconocido académico Martin Grabmann ha observado que la persona y la obra de Tomás se caracterizan por cierta paz, y atribuye esta cualidad particular a la Pax que san Benito estableció como lema de sus monasterios. Cada monasterio está pensado para cumplir con el concepto agustiniano de paz: pax est tranquillitas ordinis (la paz es la tranquilidad en el orden)20. Los ritmos de la vida monástica, descritos en la Regla de San Benito, habrían impreso su huella en un Tomás adolescente, incluso luego de que varias circunstancias de su historia temprana lo llevaran a Nápoles en busca de estudios superiores.
Una vez arribado al centro metropolitano de Nápoles, el joven de Roccasecca, quien gozaba de buena situación social gracias a su linaje, conoció la influencia de otro maestro de vida consagrada, el español Dominico de Guzmán (m. 1221). La Orden de los Predicadores, o, llanamente, de los Dominicos, llegó a Nápoles en 1224, poco tiempo después de que el Sacro emperador romano, Federico II Hohenstaufen, fundara allí una universidad. Una serie de sucesos encantadores narrados en la biografía de Tomás, que incluyen su sigilosa huida del encierro en un castillo familiar, dan testimonio del revuelo que causó este hijo de la nobleza al apartarse de convenciones centenarias para abrazar, en vez, un modo de servicio a la Iglesia que había sido reconocido recién en 1216. Sin duda, es Dios mismo quien establece el verdadero orden del cual brota la tranquilidad de cualquier momento dado. El joven Tomás de Aquino descubrió esta verdad acerca del operar divino siglos antes de plasmarlo en su Summa Theologiae: «el efecto de la divina Providencia es que una cosa llegue a ser no de cualquier modo, sino en su propio modo, ya sea necesaria o contingentemente, según el caso»21. En Nápoles, a pesar de alguna oposición familiar, Tomás recibió el hábito blanco y negro que santo Domingo había entregado a sus frailes. El recién mentado Fra Tommaso o su equivalente en el dialecto napolitano de aquellos días inmediatamente adoptó los ritmos distintivos del convento dominico, o priorato, donde las prácticas monásticas antiguas se adaptaban para servir la vida apostólica de la Orden.
Tomás de Aquino escogió un tipo de compromiso religioso que le permitiría participar de la vida intelectual como una tarea propiamente evangélica o misionera. Más adelante, elaboró tres razones por las cuales una institución religiosa debería incluir el estudio serio entre sus labores características22. Primero, el estudio favorece la contemplación al conducir la mente hacia cosas sacras e, indirectamente, al quitar nociones erradas sobre cosas divinas. Segundo, el estudio se vuelve indispensable para el oficio del predicador que se dirige a inteligencias humanas. Tomás da el ejemplo de san Pablo, quien enseña a Tito que «es preciso que el obispo… sea capaz tanto de orientar en la sana doctrina como de rebatir a los que sostienen la contraria» (Tito 1, 7-9). Tercero, el hábito de estudio asiste a vivir conforme a los consejos evangélicos de la castidad, pobreza y obediencia. El estudio, según el testimonio del Aquinate, lleva la mente a pensamientos nobles, y así la aleja de intereses lascivos, amaina el deseo de bienes materiales mientras el hombre encuentra su riqueza en los textos, y promueve la obediencia en la medida en que el estudio expone el atractivo de la santa verdad.
Hoy, nos hemos acostumbrado a institutos religiosos católicos que llevan a cabo labores educativas. En el siglo XIII, en cambio, era una novedad que una institución religiosa incluyera el estudio entre sus modos de santificación. Una vez comprometido con la Orden de los Predicadores, Tomás encontró en la universidad y la sala de clases su asignación habitual y su campo de apostolado preferido23. Sin embargo, antes de asumir la misión dominica, requería de formación intelectual dominica. El fin de sus estudios institucionales o básicos llevó al joven Tomás a París y luego a Colonia. Esta antigua colonia romana (Colonia) acogió a Tomás y a su maestro, el dominico alemán Alberto Magno, llamado así gracias a su extenso aprendizaje. Alberto fue enviado a Colonia para establecer una escuela de estudiantes dominicos24. Aunque la magnífica iglesia gótica que hoy domina el horizonte de Colonia recién estaba en las fases iniciales de construcción, la ciudad albergó desde mediados del siglo X uno de los siete electores del Sacro Imperio Romano. Tomás completó lo que efectivamente constituyeron sus estudios de seminario en Colonia. Con toda probabilidad, también recibió la ordenación sacerdotal allí.
Ordenando la sabiduría
La Iglesia siempre ha asociado el sacerdocio con el aprendizaje, a pesar de que los clérigos gozaron de mejor educación en algunos