en la unidad que caracteriza a la ciencia teológica y, más aún, en la unidad de la verdad misma. Las variadas mediaciones que componen la comunicación de la verdad divina, incluidas las Escrituras canónicas, no conllevan su ruptura o fragmentación39. Tal como su principium, Rigans montes, procede a explicar, Dios regala una participación en la sabiduría divina mediante una multiplicidad de mediaciones, cada una de las cuales permanece sujeta a la única sabiduría divina que gobierna «desde lo alto» a todo lo que existe. Para mucha de la teología contemporánea, el principium de Tomás se ve «más honrado en la transgresión que en la observancia»40.
En este principium, que abarca, también, cómo un profesor debe instruir en temas de divinidad, Tomás explica tres razones que ameritan posicionar en las «alturas» la enseñanza sagrada que fluye de Dios41. Primero, apela al origen de la teología, que es la sabiduría divina en sí misma; segundo, a la sutileza de la materia de la que trata; tercero, a la sublimidad del fin o completitud que la enseñanza divina (sacra doctrina) lleva a los que la reciben42. Su explicación de los orígenes de la enseñanza sagrada que Dios confía a Cristo y a su Iglesia lleva a Tomás a hablar de las cualidades de quienes enseñan y predican la sacra doctrina en palabras del propio Aquinate. Termina su discurso estipulando las cualidades deseables en aquellos que quieran recibir fructíferamente la sacra doctrina. Hoy, fácilmente describiríamos una conferencia inaugural de este tipo como programática. Presentada bajo la protección de los arqueros reales, Rigans montes establece una trayectoria, de manera muy similar al arquero que fija su arco en un objetivo; Tomás, sin duda, estaba familiarizado con el uso de flechas43. En este principium magisterial encontramos la razón fundamental de la unidad y el propósito tanto de su trabajo especulativo como de la tradición comentadora que le sigue. Para Tomás y sus seguidores, los teólogos crean una estructura orgánica para explicar el contenido de la verdad divina, y esa estructura revela una sabiduría que aparece a la vez contemplativa y activa. En cada uno de estos momentos, los practicantes de la sacra doctrina los teólogos, en sentido amplio se basan en el conocimiento de Dios de sí mismo, incluso con el objetivo de guiarse a ellos mismos y a los demás a través de esta elevada enseñanza hacia Dios. Lo que vale para el orden de la gracia también vale para el orden de la naturaleza.
En el siglo XX, uno de los mejores comentaristas modernos de Tomás de Aquino retomó la temática del principium cuando examinó la concepción de verdad filosófica que anima el vasto logro intelectual del dominico medieval. Reginald Garrigou-Lagrange, OP, ha señalado que «esta síntesis [tomista] es muy diferente según cómo sea concebida la potencia»44. La distinción real entre potencia y acto sirve como el corazón del legado especulativo de Santo Tomás. La potencia solo existe en relación con alguna actualidad. Y el acto limitado solo existe debido a aquel que es acto puro. Cuando Tomás pregunta si Dios es verdad, se remite al principio de la identidad de esencia y existencia en Dios. Solo el acto puro, la esencia que es existencia, permanece como la verdad suprema y original. «Porque su ser no solo está en conformidad con su intelecto, sino que es su propio acto de conocer; y su acto de conocer es la medida y la causa de todo otro ser y todo otro intelecto; y él mismo es su propio ser y su propio acto de conocimiento»45. El argumento puede parecer denso, pero la realidad que describe resulta fácil de comprender: Dios es la medida de todas las cosas a pesar de que él no es medido por nada. Dios es acto puro; Dios es verdad.
Incluso en esta etapa temprana de su carrera, Tomás privilegia la comunicación ordenada de la verdad divina al mundo por un Dios que habla a sus criaturas. El apóstol de la verdad primero ve a Dios mediante la contemplación amorosa, para comunicar la Suprema Verdad de manera efectiva. La interpretación alegórica cristiana de la Biblia encuentra este plan de sabiduría divina ilustrado en el relato de la Escalera de Jacob donde se ven ángeles «subiendo y bajando» (Génesis 28:12). Por ejemplo, san Cesario de Arles (m. 542) enseñó que los ángeles representan apóstoles y maestros que ascienden a lo perfecto cuando predican y descienden a lo simple cuando ofrecen instrucción46. Tomás complementa esta enseñanza afirmando que los patriarcas bíblicos, incluso antes de la ley mosaica, realizaron actos de verdadera religión en la medida en que sus ofrendas, sacrificios y holocaustos «profesan su adoración a Dios como el principio y el fin de todo»47.
En Rigans Montes, Tomás enseña que la dependencia de la criatura en Dios se remonta al origen más profundo de la creación, su existencia, y se extiende para incluir todo lo que las criaturas puedan conocer. La creación encuentra su perfección en su correspondencia a la verdad que mide todas las cosas. Por supuesto, solo la criatura inteligente puede elegir actuar contra la verdad. El extraordinario norte de esta lección inaugural le debe algo a la instrucción temprana de Tomás con los monjes benedictinos. Mientras todavía era un niño en el claustro de Montecassino, Tomás encontró allí un ejemplo vivo de la paz que el orden infunde en los ritmos de la vida cotidiana. Más tarde, mientras estudiaba con los dominicos, descubrió otra manifestación del orden, aquella suscitada por la adquisición estudiosa de la verdad.
Como se sugirió anteriormente, la forma de vida dominica, elegida por Tomás menos de un cuarto de siglo después de la muerte su fundador, favorece la adquisición de la verdad sagrada por la característica combinación del estudio asiduo con los ejercicios asociados a la vida monástica, especialmente el acatamiento a los consejos evangélicos y la oración común de la Liturgia de las Horas. La defensa de la verdad y la paz dispone a Tomás para descubrir y apreciar profundamente el orden sapiencial de la ciencia divina. La antífona de entrada para la Misa celebrada el 28 de enero, día de su fiesta, capta esta temática: «En medio de la asamblea le abrió la boca, y el Señor lo llenó del espíritu de sabiduría y de inteligencia, lo revistió con un vestido de gloria (Ecl 15,5)»48. Al hombre de Roccasecca le quedaban dieciocho años de vida para desarrollar las implicancias de un principio que permanece insondable excepto para Dios.
El arquero experto
El oficio de enseñanza medieval exigía tres labores para que un profesor para cumpliera con sus responsabilidades profesionales. Cuando Tomás se unió a las filas de los maestros universitarios, estas obligaciones se habían sintetizado en el trío latino: legere, disputare, praedicare. Primero, el maestro debía leer (legere), comprometiéndolo principalmente a la lectura y análisis de la Biblia. Cuando Tomás comenzó, a mediados del siglo XIII, la lectura de los profesores también incluía la exposición de otra literatura, como las obras de Aristóteles, que se habían hecho disponibles en latín a partir de varias fuentes y habían sido traducidas, en casi todos los casos, directamente del griego49.
Segundo, el maestro debía ser capaz de participar en los debates públicos, para disputar con otros (disputare). La disputa se desarrolla como un ejercicio de argumentación discursiva; no se refiere al enfrentamiento de partes en conflicto, como cuando se disputa un cargo en una cuenta de crédito. Más bien, proporciona una fórmula mediante la cual los hombres eruditos pueden explorar diferentes puntos de vista con miras a alcanzar, al final de intercambios estrictamente controlados, una determinación o conclusión sobre el asunto disputado. Alasdair MacIntyre habla de un «desacuerdo limitado» que caracteriza el método teológico de Tomás50. Tomás dedicó un tiempo considerable a entablar disputas, que para el mundo universitario medieval habrían satisfecho los mismos apetitos intelectuales que en el siglo XXI son saciados por debates televisados, blogueros y programas de entrevistas (donde lo que se dice parece ser todo menos limitado). Por supuesto, las disputas medievales se confinaron a temas serios en las ciencias sagradas, sobre las cuales, no obstante, los eruditos y los estudiantes sostuvieron una gran variedad de opiniones. La disputa, ya sea privada (entre el maestro y sus alumnos) o pública (abierta a la audiencia universitaria), proporcionaba un foro para la enseñanza. La unidad de instrucción se conoce como quaestio, es decir, una pregunta propuesta para discusión. A pesar de la claridad acerca de su estructura, los académicos no concuerdan sobre cómo las ocho disputas impresas de Tomás, sus cuestiones disputadas (quaestiones disputatae), se corresponden con las sesiones de enseñanza individuales que Tomás llevó a cabo durante sus períodos académicos.
Por último, la predicación (praedicare) se encontraba entre las principales obligaciones del maestro medieval. Es sabido que el ejercicio religioso de la predicación, que exigía haber recibido las órdenes sagradas, estaba íntimamente asociado con el