la transmisión de la ciencia de la ley»25. Si bien el sacerdocio cristiano se ordena principalmente a la celebración del sacrificio eucarístico, el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo también conlleva como una responsabilidad constitutiva esencial, un munus, el oficio de enseñanza que Cristo confía a sus apóstoles26. Cuando Tomás, en su Summa theologiae, pregunta si Cristo debería haber escrito un libro, plantea el tema del aprendizaje sacerdotal y expone su importancia para el correcto ejercicio del oficio de la enseñanza27. Su argumento se centra en el orden deseado por Cristo para controlar la difusión de su evangelio. Si Cristo hubiera escrito un libro, especula Tomás, su enseñanza habría llegado a todos de inmediato. En cambio, Cristo deseaba que su enseñanza llegara efectivamente a todos, pero de modo ordenado y mediado. Cristo enseñó a sus discípulos sin mediación, y ellos a su vez, traspasaron esa enseñanza a generaciones venideras, un proceso que hoy llamamos evangelización. En otras palabras, los sacerdotes han de enseñar como si fueran el libro viviente de Cristo. Su oficio de enseñanza, ejercido fielmente a lo largo de los siglos, asegura que cada generación reciba la fe católica y apostólica. Por supuesto, para cumplir esta misión, todos los sacerdotes deben estudiar prolongadamente en preparación para el buen ejercicio de su oficio de enseñanza. Aunque hoy frecuentemente pasa desapercibida la conexión, el sacerdocio de Tomás orientó el enfoque de su estudio de la verdad sagrada; apreciaba tanto su participación en la estructura que rige la comunicación de la verdad divina, que rechazó rotundamente las muestras de preferencia eclesiástica a las que, según las costumbres del día, el rango de su familia le habría dado derecho. El papa Clemente IV, por ejemplo, ofreció a Tomás el arzobispado de Nápoles, que el declinó (sed recusavit recipere)28.
Desde sus primeros años, Tomás cultivó un aprecio por la ejecución ordenada de todos los asuntos humanos. El orden de cada ámbito de su vida dejó una marca en la mente y la personalidad del joven fraile –el orden político de su tierra natal de la península italiana (disputado en su día entre el santo emperador romano y el Papa), el orden monástico observado en Montecassino y el orden conventual sostenido por Tomás y sus compañeros dominicos. De hecho, durante casi 750 años, las obras de Tomás más leídas y más útiles para los teólogos católicos han sido los tratados donde introduce manifiestamente un orden inteligible –que no debe confundirse con la organización enciclopédica– en sus materiales teológicos. Para apreciar la magnitud del logro de Tomás, basta con atender a las deficiencias pedagógicas de las primeras etimologías, glosas, florilegios, sermones, etc., de la edad media, que constituyeron el material de la instrucción cristiana del siglo XII. Estas colecciones difíciles de manejar, incluso cuando se organizan en torno a letras del alfabeto o versículos de las Escrituras, a menudo sirvieron más para edificar que para instruir. Seguramente, el joven Tomás descubrió de primera mano los beneficios de una presentación ordenada de la verdad divina cuando se sentó en el aula de Alberto Magno (1200–1280)29. Las narraciones medievales confiables cuentan que, en la medida en que Alberto iba descubriendo los dones naturales de la mente de su corpulento estudiante italiano, profetizó el lugar que Tomás, de hecho, alcanzaría en la Iglesia: «lo llamamos el buey mudo, pero los mugidos de este buey resonarán en todo el mundo»30. A la larga, resultó que Alberto Magno le dio en el clavo.
Algunos eruditos sugieren que Tomás comenzó la práctica de escribir comentarios sobre las Sagradas Escrituras cuando estudiaba en Colonia. Si es así, Tomás, posiblemente siendo asistente de cátedra de Alberto, habría dedicado su primer esfuerzo a redactar una glosa bíblica sobre el libro de Isaías, el profeta del Antiguo Testamento estimado por su anuncio del Mesías31. Durante el curso de su vida dominica, Tomás regresó con frecuencia a la exposición de las Sagradas Escrituras. Se dice que su última composición también trató un tema del Antiguo Testamento, aunque no queda rastro del manuscrito32. Cuenta la historia que, en su lecho de muerte, Tomás explicó a los monjes atentos el significado espiritual del Cantar de los Cantares, el evocador canto de amor que, más de un siglo antes, había inspirado el misticismo nupcial de Bernardo de Claraval (m. 1153). En total, los eruditos atribuyen once comentarios, exposiciones, glosas y anotaciones bíblicas a la pluma de Tomás de Aquino33. Este conjunto de textos no se trata de los cuadernos espirituales privados de un maestro profesional, sino de una parte integral del proyecto intelectual de Tomás, quien, a medida que se desarrollaba su enseñanza, trascendería de los comentarios de las escrituras y de su exposición básica, la apostilla.
A comienzos del año escolar de 1252, Tomás se encontraba otra vez en París, «el horno donde se cocinaba el pan intelectual del mundo latino», en palabras de un agudo observador contemporáneo34. Allí comenzó su carrera formal de enseñanza bajo la guía de un dominico mayor, Elías Brunet. Como atestigua uno de sus principales trabajos sistemáticos, Tomás emprendió su carrera docente comentando las Sentencias de Pedro Lombardo, un erudito que se convirtió en obispo de París (donde murió alrededor de 1160)35. La costumbre universitaria estipulaba que los jóvenes profesores debían producir un comentario escrito de esta enciclopedia estándar de teología católica de mediados del siglo XII (1155-1158). Para el teólogo medieval, la producción de un comentario de las Sentencias se puede comparar gruesamente con la finalización de una tesis doctoral por parte del académico contemporáneo. Es difícil sobreestimar la influencia que los Cuatro libros de las Sentencias han ejercido sobre la historia de la enseñanza de la teología católica. Los comentarios de las Sentencias fueron «las fuentes más importantes de teología sistemática […] hasta bien entrado el siglo XVI»36. De hecho, aparecieron nuevos comentarios en el siglo XVII; por ejemplo, el de Juan Martínez de Ripalda (m. 1648). Incluso Juan Capreolo (1380–1444), primer gran comentarista del mismo Tomás, siguió el orden de las Sentencias en sus Defensiones tomistas37. Mas aún, la presentación sistemática de la doctrina católica ideada por Lombardo todavía sirve de modelo para un minucioso estudio de la doctrina católica. De acuerdo con las instrucciones oficiales proporcionadas hoy por la Iglesia Católica, los planes de estudio estándar en las escuelas de teología católica deben incluir los temas presentados por Lombardo en sus Sentencias.
Durante la década de 1250, las tareas de comentar y enseñar las Sentencias eran consideradas condiciones mínimas para la plena integración en el cuerpo de los profesionales. Como lo sugiere el mencionado servicio de protección prestado por los arqueros reales, las circunstancias en París no eran favorables para la realización pacífica del trabajo universitario de los dominicos y otros frailes mendicantes, como los seguidores de Francisco de Asís. La controversia que requirió a los servicios de protección real también ameritó una intervención del Papa, quien solicitó, aun contra la opinión pública, que las autoridades universitarias ascendieran a Tomás de Aquino a su cuerpo de profesores. Esto significaba que tendría que preparar y dar una conferencia inaugural, llamada principium (punto de partida), en la que los nuevos maestros exhibían su comprensión completa y arquitectónica de los materiales teológicos. Aunque apenas tenía treinta años, Tomás aceptó el desafío, sin por ello eludir las ansiedades propias que tal ejercicio generaría en un comienzo. Afortunadamente, el auxilio celestial llegó de una manera un tanto milagrosa: más tarde, Tomás confió a varios compañeros que, en respuesta a sus súplicas orantes para elegir un tema apropiado para su conferencia, se le apareció un venerable dominico mientras dormía e indicó un salmo específico sobre el cual debía hablar.
El visitante celestial, a quien la tradición identifica como el mismo santo Domingo, seleccionó un verso entre los Salmos que los dominicos habrían cantado como parte de su recitación coral del salterio. El Salmo 104, 13 dice así: «Rigans montes de superioribus suis de fructu operum tuorum satiabitur terra» (Riegas las montañas de tu palacio; por tu labor abunda la tierra). La mención de «desde lo alto» (de superioribus) sugirió a Tomás que el teólogo debía mirar hacia el Cielo en busca del principio de todo lo que existe y de la fuente de la sabiduría necesaria para hablar de ello. El Doctor Angélico expone el tema general en las primeras palabras de su conferencia inaugural, con una comparación entre la lluvia y las iluminaciones que fluyen de Dios.
Vemos por los sentidos que de las nubes más altas proviene la lluvia a partir de la cual los montes son regados y así pueden enviar desde sí mismo los ríos por los que la tierra saciada da frutos. De modo semejante, de las alturas de la divina sabiduría se riegan las mentes de los doctores (significados por los montes),