acerca de los Salmos 95 (cap. 3–4) y 110 (cap. 7).
En todo esto, vemos que es bueno predicar la verdad; y es mucho mejor predicar de manera que las personas puedan ver dónde encontrar esa verdad. Como C. E. B. Cranfield, antiguo profesor de teología en Durham, dijo: «Hace mucho tiempo he creído que la práctica de predicar libros bíblicos enteros sección por sección, en orden, si se sigue inteligentemente y con sensibilidad, puede ser enormemente beneficiosa para la iglesia»25.
Esto es verdad tanto de pasajes del Antiguo Testamento como del Nuevo, ya sean versículos individuales o pasajes extensos.
Me encanta lo que Hughes Old dijo acerca de John MacArthur y su predicación expositiva: «Este es un predicador que no tiene nada de personalidad encantadora, buena apariencia o carisma. Este es un predicador que no ofrece una envoltura de homilética sofisticada. Nadie sugeriría que él es un maestro del arte de la oratoria. Lo que parece tener él es el testimonio de la verdadera autoridad. Él reconoce que la Escritura es la Palabra de Dios, y cuando él predica, es la Escritura lo que uno escucha. No es que las palabras de John MacArthur sean muy interesantes sino que la Palabra de Dios es incomparablemente interesante. Por esa razón lo escuchamos»26.
EL PAPEL DE LA PALABRA DE DIOS EN LA SANTIFICACIÓN
Debemos también considerar el papel de la Palabra de Dios en nuestra santificación. La Palabra de Dios debe ser central en nuestras vidas como individuos y como iglesia porque el Espíritu de Dios usa la Palabra para crear en nosotros fe y hacernos crecer. No exploraremos este punto tan detalladamente como lo hicimos con el anterior, pero es igual de claro en la Escritura. Como le respondió Jesús a Satanás, citando de Deuteronomio: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4:4; citando Deuteronomio 8:3). También conocemos las famosas palabras del salmista: «Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino» (Salmo 119:105).
Cuando observamos la historia de Israel y Judá en el Antiguo Testamento, vemos el poder santificador de la Palabra de Dios una y otra vez. Durante el reinado de Josías, en los días decadentes de Judá (2 Crónicas 34), la Ley —la Palabra escrita de Dios— fue redescubierta y fue leída al rey. La respuesta de Josías fue rasgar sus vestidos en arrepentimiento y luego leer la Palabra al pueblo. Una recuperación nacional llegó cuando la Palabra de Dios fue difundida. Dios usa Su Palabra para santificar a Su pueblo y hacerlo más como Él es.
Esto fue lo que el Señor Jesús enseñó también. En Su oración sumo sacerdotal Él oró: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (Juan 17:17). Y Pablo escribió que «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra» (Efesios 5:25–26).
Necesitamos la Palabra de Dios para ser salvos, pero también necesitamos que esta nos desafíe y nos moldee continuamente. Su Palabra no solamente nos da vida; también nos da orientación al continuar formándonos y moldeándonos a la imagen del Dios que nos habla.
En el tiempo de la Reforma, la Iglesia Católica Romana usaba una frase en latín que se volvió algo así como un lema: semper idem. Esto significa: «siempre lo mismo». Bueno, pues, las iglesias reformadas también tenían un lema «semper»: ecclesia reformata, semper reformanda secundum verbum Dei. «La Iglesia reformada, siempre reformándose conforme a la Palabra de Dios». Una iglesia sana es una iglesia que escucha la Palabra de Dios y continúa escuchando la Palabra de Dios. Esa iglesia está compuesta por cristianos individuales que escuchan la Palabra de Dios y continúan escuchando la Palabra de Dios, siempre siendo transformados y reformados por ella, siendo constantemente lavados en la Palabra y santificados por la verdad de Dios.
Por nuestra propia salud, individualmente como cristianos y colectivamente como iglesia, debemos continuar siendo moldeados de maneras nuevas y más profundas de acuerdo al plan de Dios en nuestras vidas, no de acuerdo a nuestros propios planes. Dios nos hace más similares a Él a través de Su Palabra, limpiándonos, refrescándonos, reformándonos.
Eso nos lleva a un cuarto punto importante.
EL PAPEL DEL PREDICADOR DE LA PALABRA DE DIOS
Si estás buscando una buena iglesia, el papel del predicador de la Palabra de Dios es lo primero que debes considerar. No me importa cuán amigables te parezcan los miembros de la iglesia. No me importa cuán buena pienses que es la música. Esas cosas pueden cambiar. Pero el compromiso de la congregación con la centralidad de la Palabra que escuchan del púlpito, del predicador, la persona especialmente dotada por Dios y llamada para ese ministerio, es lo más importante que puedes buscar en una iglesia.
En El fenómeno de las megaiglesias, Os Guinness cita un artículo de la revista The New Yorker lamentando que gran parte de la predicación hoy en día está orientada a complacer a la audiencia:
El predicador, en lugar de considerar el mundo, considera la opinión pública, tratando de identificar lo que el público quisiera escuchar. Luego hace todo esfuerzo por duplicar eso y traer su producto final al mercado en el cual otros están tratando de hacer lo mismo. El público, observando la cultura de la iglesia para entender el mundo, no encuentra nada más que su propio reflejo27.
Esto no debería ser así. Los predicadores no están llamados a predicar lo que es popular según las encuestas. La gente ya conoce eso. ¿Qué vida puede producir eso? No estamos llamados a predicar simples exhortaciones morales o lecciones de historia o comentarios sociales (aunque cualquiera de estas cosas puede ser parte de la buena predicación). Estamos llamados a predicar la Palabra de Dios a la iglesia de Dios y a todos en Su Creación. Así es como Dios da vida. Cada persona que está leyendo este libro —y yo, que lo he escrito— es imperfecta, tiene fallas y ha pecado contra Dios. Y lo terrible de nuestras naturalezas caídas es que buscamos incansablemente maneras de justificar nuestros pecados ante Dios. Cada uno de nosotros quiere saber cómo defenderse de los cargos que Dios tiene en su contra. Por lo tanto, necesitamos desesperadamente escuchar la Palabra de Dios predicada honestamente a nosotros, de manera que no solamente escuchemos lo que queremos escuchar sino lo que Dios realmente ha dicho.
Todo esto es importante, recuerda, porque el Espíritu Santo crea a Su pueblo por Su Palabra.
Por eso Pablo le dijo a Timoteo: «forma un comité». ¿Verdad? ¡Por supuesto que no! ¿«Realiza una encuesta»? ¡No! Pablo nunca le dijo a nadie que realizara una encuesta. ¿«Dedícate a visitar»? ¿«Lee un libro»? ¡No! Pablo nunca le dijo al joven Timoteo que hiciera ninguna de estas cosas.
Pablo le dijo a Timoteo, directa y claramente: «Predica la Palabra» (2 Timoteo 4:2 LBLA). Este es el gran imperativo. Por eso los apóstoles habían determinado desde el principio que, aunque había problemas con la distribución equitativa de la ayuda financiera en Jerusalén, la iglesia tendría que buscar a otras personas para que resolvieran esos problemas, porque «nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra» (Hechos 6:3–4). ¿Por qué tener esta prioridad? Porque esta palabra es «la palabra de vida» (Filipenses 2:16 LBLA). La gran tarea del predicador es sostener «firmemente la palabra de vida» frente a quienes la necesitan para sus almas.
Actualmente, algunos críticos sugieren que este antiguo método de comunicar la verdad de Dios en el cual una persona se para al frente y habla en un monólogo a otros debe ser reemplazado por algo menos racional, más artístico, menos autoritario y elitista, más comunitario y participativo. Necesitamos videos, afirman, y diálogos y danzas litúrgicas. Sin embargo, hay algo correcto y bueno en este antiguo método que lo hace apropiado, quizás incluso especialmente apropiado, para la cultura de nuestros días. En nuestra cultura subjetiva e individualista en la cual cada persona vive en su mundo, en esta cultura anti–autoridad en la cual todos están confundidos y confundiendo, es apropiado que nosotros nos reunamos y escuchemos a alguien parado en el lugar de Dios, dándonos Su Palabra mientras nosotros no contribuimos en nada más que escuchar y prestar atención. Hay un símbolo importante en este proceso en sí mismo.
Por supuesto que vendrá un día en el cual la fe dará lugar a la vista y los sermones no serán necesarios. Y permíteme decir que nadie espera ese momento tanto como